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LA FORMACIÓN Y SUS DESAFÍOS HOY EN LATINOAMERICA

Confederación Latinoamericana de Religiosos

INTRODUCCIÓN

Nuestro encuentro ha sido en Cochabamba (Bolivia), en un ambiente sencillo y austero, lleno de cordialidad y de alegría fraterna, como es habitual en reuniones de la CLAR.

En total los participantes hemos sido 35, de los cuales 26 representantes de los Centros de Formación, tres Asesores que han ilumi­nado los temas principales, un invitado de la Congregación de Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica de Roma y los cinco miembros de la Presidencia de la CLAR. La presencia de estos últimos indica la importancia que la CLAR atribuye a la formación y concretamente a los Centros Intercongregacionales.

Hemos tenido la agradable sorpresa de constatar que casi todos los países de América Latina y el Caribe tenemos Centros Intercongregacionales de Formación Inicial y algunos tienen Institutos de filosofía y teología. Es más, en algunos países, las Conferencias Regionales tienen también su Centro intercongregacional. Así en Brasil las 18 Regiones tienen su Centro y algunas de ellas más de uno. En alguna otra nación, en menor escala, también sucede lo mismo. Algunos de estos Centros tienen ya muchos años de existencia, pero la mayor parte han nacido más recientemente. Todos ellos tienen bastante vitalidad y número abundante de participantes. Creemos que la coincidencia en la creación de estos Centros, que han ido brotando espontáneamente en todas partes, es una manifestación del Espíritu que mueve a los religiosos a dar respuestas nuevas a las nuevas necesidades.

Dividimos el trabajo en tres áreas fundamentales para su mejor estudio: formación humana, formación intelectual y formación espiritual. Sabemos que todo ello forma un bloque inseparable. Cuando se trata de formación hay dos palabras claves: integración y proceso. Han de integrarse lo humano, lo intelectual y la vida consagrada se han de integrar la oración, el estudio, la vida comunitaria y el trabajo pastoral. El sujeto de la formación es toda la persona y no se puede dividir. Y, por lo mismo, la formación se ha de considerar como un proceso con diversos momentos o etapas, con un dinamismo de crecimiento que exige continuidad y paciencia. No se pueden quemar etapas ni producir choques ni interrupciones destructivas, en personas que están madurando lentamente.

I. FORMACIÓN HUMANA

Como religiosos queremos ser contemporáneos de la realidad histórica que viven nuestros pueblos latinoamericanos. Nos toca insertarnos y responder a los desafíos que nos plantea la modernidad y la post-modernidad.

a. Constantes

Aunque no se puede afirmar lo mismo con la misma fuerza de todos los lugares, sin embargo, hay notables coincidencias tanto en el aspecto positivo como en las lagunas que traen los jóvenes en su base humana

Constatamos como positivo:

1) Que nuestros jóvenes traen un gran deseo de ser sujetos y constructores de su propia historia. Queremos salvar estos deseos pues coinciden grandemente con el modo como Jesús los ha llamado: apelando a su decisión y a su libertad personal. También ellos nos ofrecen su generosidad, sensibilidad social, el valor de lo grupal, su anhelo nuevo de servir a los pobres.

2) Que en la mayor parte de los Centros de Formación se da gran importancia a la base psicológica de los formandos, a la formación afectivo-sexual, a la atención personal, a los tests, dinámicas que ayudan a la autoaceptación y estima. También se da apoyo psicopedagógico para educar la capacidad de vincularse liberadoramente y de crear y recrear lazos de solidaridad humana al mismo tiempo que aseguren la propia unidad e irrepetibilidad existencial.

En algunas partes se tienen reflexiones sobre la situación familiar, se dan seminarios sobre lo afectivo-sexual.

3) Así mismo, se considera una gran riqueza el ambiente de relaciones personales entre profesores y alumnos, entre los formandos con sus compañeros. La diversidad de carismas no resulta un peligro, sino que ayuda a vigorizar y a apreciar más la propia vocación. Generalmente el ambiente que se crea entre todos es de amistad fraterna con un fuerte sentido eclesial.

4) En algunos lugares se ha logrado que los formadores y formadoras acompañen de cerca a los jóvenes asistiendo también ellos al Centro, y que se tome más en serio el acompañamiento personalizado.

Con dolor observamos que muchos de nuestros jóvenes llegan hoy a la vida religiosa con varias deficiencias:

1) Las heridas ocasionadas por la desintegración familiar que han sufrido en los primeros años de su vida, y que crea en ellos varios tipos de fragilidad, inseguridad y carencias afectivas (traumas, inmadurez, no aceptación de su historia).

2) Heterogeneidad en la preparación cultural. Algunos vienen con un bajo nivel que impide captar en profundidad el sentido mismo de la vida consagrada.

3) La sumisión a la violencia de una sociedad que los margina o los valora simplemente como consumidores. Muchos están marcados por complejos.

4) Otras deficiencias provienen de nuestras propias limitaciones y errores. Tenemos que reconocer que nuestras estructuras y programas de formación no siempre se adecuan perfectamente a los requerimientos mínimos para la formación inicial.

b. Iluminación

Como formadores somos conscientes de que los jóvenes que llegan a nuestros Institutos son hijos de la modernidad, mucho más que nosotros mismos. Y, como tales, son seres fraccionados porque, por un lado, reclaman para sí el protagonismo de ser personas y, por otro, viven oprimidos por las dificultades, y problemas que les afectan y condicionan.

Poseyendo ya una subjetividad producida por el sistema neoliberal en el que están inmersos, son frágiles ante la llamada al narcisismo individualista, el consumismo, al empeño de conseguir éxitos a cualquier precio.

Nuestros jóvenes han heredado la modernidad, son así y no pueden ser de otra manera. La modernidad nos revela que todos somos seres carenciales. En una formación personalizada hay que tener en cuenta que también los jóvenes son:

1) Un ser-de-necesidad. que vive de pulsiones de necesidades que buscan satisfacción.

2) Ser-de-deseos. Tener deseos es señal de salud. Si se matan los deseos se mata la vida. Pero el deseo ha de concertarse dialécticamente con la ley. El deseo según la ley es libertad de comprometerse y así el verdadero deseo de consagración lleva a la misión.

3) Ser-de-demanda. Es sujeto deficiente que se dirige a otro sujeto pidiendo lo que puede darle. Fundamentalmente pide ser reconocido como sujeto. La sociedad satisface nuestros deseos artificialmente. Los formandos piden ser reconocidos.

Este es el problema mayor en la formación personalizada responder adecuadamente a las necesidades, deseos y demandas de los jóvenes.

Lo que dificulta enormemente la relación formadora es la interpretación incompleta del hecho institucional. Se concibió la relación con lo institucional sólo entre dos polos: «Institución-instituido». Sólo cuando se añade el tercer polo «instituyente» se logra la verdadera participación y comunión.

El gran reto que se nos plantea como religiosos es saber responder adecuada y oportunamente a estos requerimientos, sin angustia ni desesperación. Desde nuestra opción del seguimiento de Jesús se nos urge a amar profundamente estos tiempos aunque sean conflictivos y difíciles porque son precisamente los nuestros y en ellos tenemos que descubrir la presencia del Señor. Supone aprender a convivir con el cambio, abiertos a lo nuevo e inesperado y aceptar que nuestro propio proceso de formación ha de ser permanente.

c. Sugerencias

Sugerimos a quienes tienen responsabilidades de formación tener en cuenta los siguientes aspectos:

- Que desde los Centros Intercongregacionales se propicie que tanto formador como formando y formanda sean capaces de leer su pasado y proyectar su futuro, reconciliarse con las heridas de la vida y expresar su interioridad, su ser más profundo.

- Que los formadores se concienticen en la necesidad de acompañar con dedicación y cariño a sus hermanos más jóvenes en todas las etapas de la formación inicial, prestando especial atención al post-noviciado que nos ha parecido es la etapa menos configurada.

- Que los Centros de Formación revisen los contenidos del área humana para que estén suficientemente satisfechas las demandas y carencias de los jóvenes, sobre todo, en cuanto a la cercanía al pueblo y a una evangelización inculturada.

- Que donde no lo hay, se facilite a los jóvenes el acompañamiento psicológico organizado por el mismo Centro.

II. FORMACIÓN INTELECTUAL

a. Constantes

Son notables los logros obtenidos por los Centros Intercongregacionales de Formación en todo el Continente.

1) En primer lugar por el aumento mismo de dichos Centros en todos los niveles. Se está poniendo gran empeño en la calidad y seriedad de los profesores y el progreso en este punto es francamente positivo, aunque no falta algún lugar en que se lamenta esta carencia.

2) Así mismo, los programas de estudio han ido completando Las diversas tareas formativas: humana, espiritual, teológica y pastoral. En el área intelectual se ofrecen cursos sistemáticos de duración adecuada a las etapas iniciales. En las etapas superiores de filosofía y teología los cursos son de nivel universitario. En las iniciales, se hacen esfuerzos por subsanar las carencias culturales de algunos jóvenes. En algunos países esto ha dado lugar a la creación de un curso propedéutico con reconocimiento universitario.

3) Se procura que esta formación intelectual sea integral, planificada y orientada al servicio de la misión y de la misma realización de la persona.

4) Como una complementación necesaria, los Centros han cuidado de la formación de los formadores, sea organizando encuentros o seminarios para ellos, animando a los Superiores Mayores (ellos y ellas) a que envíen a los futuros formadores a los «Centros de Formadores» que se van creando a lo largo de América Latina. Ellos son una garantía de futuro para la formación porque a un formador no se le improvisa.

Si miramos las dificultades o limitaciones:

1) Encontramos como el problema más constante el profundo desnivel cultural con que nos vienen los formandos: algunos vienen con estudios universitarios, otros con secundarios y otros sólo con primarios. Pero aun entre los mismos bachilleres hay mucha diferencia según la clase social a la que pertenecen y los colegios que han frecuentado. La presencia de un cierto número de preparación deficiente hace bajar el nivel del conjunto.

2) Se constata a veces un cierto inmediatismo pastoralista que impide ver la necesidad de un serio esfuerzo intelectual. No pocos se contentan con vivir el hoy intensamente, descuidando lo intelectual como opuesto a lo práctico, a lo experiencial... sin caer en la cuenta de que todo lo que no ha sido reflexionado puede resultar a la larga una experiencia frágil y perecedera. Se atiende con frecuencia a una urgencia apostólica momentánea en desmedro de una formación sólida y se condena a los jóvenes a una mediocridad apostólica de por vida. Algunas Congregaciones no dan la debida importancia a la formación intelectual.

3) A menudo los formandos no experimentan el acompañamiento de sus formadores, especialmente en la etapa del postnoviciado. A veces no hay gente preparada en algunas Congregaciones y sobre todo «no tienen tiempo» para acompañar en los estudios a los jóvenes.

b. Iluminación

La formación es un proceso dinámico e integrador que abarca toda la persona y todo en la persona. La clave de bóveda de toda la formación es el «principio de integración» de todas aquellas dimensiones de las que vive y con las que actúa el religioso. Habrá que enfatizar ésta o aquella, según la situación concreta y la etapa que el formando viva. Enfatizar una no significa descuidar las otras. Estas dimensiones son:

1) La experiencia fundante de Dios en Jesucristo -fruto de un «encuentro»- que produce un cambio radical de «Señor», de «razón de vivir» y, por lo tanto, de la persona misma

2) Un fuerte sentido de «pertenencia» a la Congregación a la que el formando se siente llamado para dar «razón de la propia fe y de la espiritualidad» en la misma.

3) Continuo crecimiento y maduración humana de la persona

4) Trabajo apostólico armonizable con la vida de estudios y de la comunidad que favorezca en el formando una experiencia gradual. Las experiencias apostólicas de los estudiantes no son tanto para «producir» apostólicamente, sino para seguir formándolos a través de ellas. Este es el criterio básico. Por eso habrá que graduarlas y evaluarlas.

5) Una formación intelectual seria y responsable.

Es justo preguntarse el porqué esta exigencia de una seria y profunda preparación intelectual. Varias son las razones:

1. Para cultivar la vida interior que nos adentra en ese mundo de simbolización sin el que hoy resulta imposible ser uno mismo.

2. Para dar razón de nuestra fe y esperanza en medio de un mundo tan complejo, cargado de interrogantes y problemas que exigen respuestas válidas.

3. Para ofrecer un mejor servicio a la Iglesia formando hombres y mujeres capaces de lograr una coherencia en la síntesis fe y cultura, entre servicio de la fe y promoción de la justicia.

4. Para evitar la fragmentación de la propia vida y vivir lógica y armónicamente. La fragmentación en los estudios no capacita para la lógica, y la carencia de motivaciones impide la armonía.

5. Para ser testigos «inteligentes» del Evangelio. Los estudios no son, en primer lugar, una obligación impuesta, sino una exigencia vital de la fe.

c. Sugerencias

1) Que las Congregaciones, las Conferencias de Religiosos, los Centros Intercongregacionales y especialmente los Institutos de filosofía y teología asuman con toda responsabilidad, una buena formación intelectual: bíblico-teológica, pastoral y filosófica. Así mismo la dimensión misionera. Para esto se requiere que las Congregaciones tengan una buena «Ratio Studiorum».

2) Pero la formación intelectual debe integrarse en el conjunto del crecimiento de la persona, de modo que haya coherencia entre fe y vida, actitud critica y donación generosa, integración de estudio, apostolado, vida comunitaria, vida afectiva y oración.

Para esto los Centros de Formación deberán orientar las materias de modo que se parta de la vida y se desemboque en la vida, que la formación intelectual a nivel teológico se encarne en la realidad.

3) Evitar que el joven -especialmente el que proviene de medios populares- se desclase engreído por los estudios, sino que su saber esté al servicio de la misión y de su pueblo. Esto supone que conjuntamente con los estudios, se cultivan los valores humanos y evangélicos.

4) Cuidar la elección y la adecuada preparación de profesores, de modo que respondan a las exigencias de la formación intelectual.

d. El Juniorado femenino

1. Constantes

Un capítulo aparte merece la formación en el Juniorado, sobre todo femenino. Es la etapa más desprotegida y menos estructurada. Generalmente el postulantado y el noviciado están bien definidos; pero la etapa del Juniorado queda en muchos casos a la mente de los Superiores Mayores de cada Congregación.

Entre los varones, los que se preparan para el sacerdocio están obligados a seguir estudios de filosofía y teología como requisito para la ordenación. Algunas Congregaciones femeninas han visto la importancia de la formación sistemática bíblico-teológica y la han introducido en sus Constituciones o por lo menos en la praxis. Pero en la mayoría de los Institutos femeninos no está determinado. La mayoría de las religiosas se forman en esos campos a base de cursillos inconexos. La falta de estudios teológicos sistemáticos hace que no se tenga un esquema mental vigoroso y que no se sepa dónde colocar los conocimientos adquiridos ni se dé la debida proporción y significado a cada cosa. Y esto produce inseguridad en el campo apostólico y una sensación de mediocridad. No sólo para el apostolado es necesario el estudio serio de teología, sino también para la vivencia misma de la propia vocación.

Muchas superioras consideran que una vez terminado el noviciado, ya se acabó la formación y las jóvenes pueden ser destinadas a las tareas apostólicas, o tal vez piensan que la misma vida y actividad les va a formar. Lo que decimos de las religiosas se puede aplicar también, en su debida proporción a la formación de los hermanos laicos en el post-noviciado. No se les presta el acompañamiento espiritual que necesitan y, en algunos casos, se las lanza a una aventura de frustración y soledad en la que muchas veces sucumben.

Pero lo más grave es que se entierran los talentos que Dios ha entregado a la mujer consagrada para hacerlos fructificar para el Reino de Dios. Mirando al conjunto de las 125.000 religiosas de América-Latina, ¿acaso se explotan todas sus capacidades para un apostolado eficiente y de calidad? Junto con la preparación por parte de la religiosa, habrá que ir cambiando la mentalidad machista y clerical para que la mujer tenga la posibilidad real de ofrecer su reflexión teológica de ejercer la docencia en la Iglesia, de dar un aporte desde su peculiaridad femenina a los proyectos pastorales.

Es incomprensible que en algunos países se pongan todavía dificultades a las religiosas para estudiar la teología en centros eclesiásticos o que se les niegue el título correspondiente.

2. Sugerencias

a) Ir introduciendo en las congregaciones femeninas la exigencia de estudios serios bíblico-teológicos en la óptica de la mujer, donde pueda alcanzar el puesto que le corresponde en la sociedad y en la Iglesia. El ideal sería unos cuatro años de teología sistemática (y ojalá que con una base filosófica). Los Centros Intercongregacionales y las Superioras Mayores podrían hacer instancia para que los Institutos Superiores se lo faciliten. La CLAR y las Conferencias Nacionales deberían emprender una verdadera campaña de mentalización de las congregaciones religiosas para que faciliten esta clase de estudios.

b) Que las junioras, y lo mismo los jóvenes profesos, tengan varios años de convivencia con sus compañeras o compañeros en la misma casa o, por lo menos, que se reúnan periódicamente cada año durante temporadas largas (y no unos pocos días) con la presencia de sus formadoras o formadores.

c) Que la formadora de las junioras dé a esta labor la prioridad sobre otras tareas y que realice un verdadero acompañamiento personal de cada una y en y en el trabajo apostólico.

III. FORMACIÓN PARA UNA ESPIRITUALIDAD LIBERADORA

a. Constantes

Los Centros en general potencian una espiritualidad centrada en el seguimiento de Jesús a la luz de una opción por los más empobrecidos, por medio de:

- Las casas de formación se van ubicando en lugares y medios más populares favoreciendo las experiencias y actividades pastorales en contacto con la realidad del pobre, con ello se están fortaleciendo comunidades más solidarias, fraterna y abiertas, dispuestas a compartir su vida y oración.

- La doctrina social de la Iglesia, la cristología, los seminarios y cursos de oración se presentan en contacto permanente con la Palabra de Dios, resaltando la dimensión comunitaria y participativa.

- La formación de la conciencia crítica a formadores y formandos favoreciendo el contacto con la realidad y la confrontación permanente con la misma. Esto ha sido también propiciado por un profesorado competente que partiendo de la realidad histórica de nuestro pueblo ha interpelado profundamente nuestra misión y compromiso.

También se dan constantes negativas:

Jóvenes y adultos estamos inmersos en el mismo fenómeno de la post-modernidad. Los males del sistema neo-liberal nos golpean con fuerza, resquebrajando valores esenciales de una espiritualidad liberadora corno son: la búsqueda de una experiencia de Dios profunda y gratuita, la vida comunitaria como don y proyecto, la misión como espacio para vivir con entusiasmo el carisma, la verdad como clima para realizar adecuadamente nuestro encuentro con el otro.

Al intentar recoger las constantes negativas encontradas en los INTER con respecto a la formación en la espiritualidad, no podemos prescindir de la realidad que se vive al interior de nuestras comunidades y a veces en nuestras casas de formación.

Reconocemos con humildad y verdad que muchos de nosotros manejamos un discurso liberador incoherente con nuestra práctica diaria tan imbuida de consumismo con un notorio repliegue en nuestro compromiso social y un empobrecimiento en nuestras relaciones interpersonales. Nada de esto ayuda a nuestros jóvenes en formación que vienen a nuestras casas cansados de trivialidad, marcados por el narcisismo, inmediatismo, ansia de poder y de éxito, pero en búsqueda de una experiencia de Dios que dé sentido a sus vidas.

Por otra parte, constatamos que algunos de nuestros Centros de Formación, por diversas causas no han afrontado la necesidad de ofrecer una espiritualidad que responda a los nuevos desafíos del mundo actual. Algunas Congregaciones ven con desconfianza lo que se imparte en esta dimensión y potencian al interior de sus Comunidades una espiritualidad desencarnada. Constatamos serias lagunas con respecto a la formación social y política, la vida comunitaria no es tomada como lugar de crecimiento y de vida y en no pocas ocasiones la oración se ha dejado a la buena voluntad de cada formando.

b. Iluminación

Cada momento de la historia trae consigo signos culturales con luces y sombras, valores y antivalores. Tal sucede con lo que los analistas denominan la «cultura de la postmodernidad». La Iglesia y en especial la vida religiosa, se ven urgidas a reaccionar desde el Evangelio y de su propio carisma y esto da lugar a una nueva espiritualidad.

Toda espiritualidad cristiana es un modo de seguimiento de Cristo hoy y aquí, bajo la acción del Espíritu. Pero según los signos de los tiempos y las situaciones concretas de la sociedad y de la Iglesia, se resaltan ciertos valores evangélicos sobre otros y desde ellos se iluminan y articulan todos los otros aspectos del seguimiento de Cristo.

Hoy en nuestra sociedad latinoamericana resaltan dos aspectos de capital importancia: el socio-económico, caracterizado por el capitalismo neo-liberal, y el consumismo, como expresión de los antivalores personales. Ambos aspectos afectan notablemente a nuestros formandos. Pero el problema más grave en América Latina sigue siendo el que los obispos en Santo Domingo denuncian como «el divorcio entre la fe y la vida, hasta producir clamorosas situaciones de injusticia».

Frente a esta realidad, la vida religiosa busca una contestación desde las raíces del Evangelio. Y desde esta perspectiva se enfocan con nueva luz todos los elementos esenciales de la vida consagrada: la experiencia de Dios, la vida comunitaria, los votos, la misión apostólica.

Frente al neo-liberalismo que conduce al repliegue sobre sí mismo, la nueva espiritualidad invita al compromiso con el hombre y a la transformación de la sociedad. Frente al consumismo, que lleva al triunfo de las apariencias sobre las realidades de la vida, el predominio del «tener más» sobre el «ser más», la vida religiosa invita a la experiencia de Dios en un clima de gratuidad. Es la espiritualidad del don, del regalo. Todo parte de que Dios nos amó primero. Y esta experiencia conduce al amor gratuito al hermano.

Y frente a la antítesis inaceptable fe-injusticia, la respuesta evangélica del religioso ha de ser descubrir el rostro de Cristo en el rostro del empobrecido, asumir su causa como propia y trabajar por cambiar esta «historia satánica» en «historia salvífica».

c. Sugerencias

1) Ante todo, habrá que propiciar al joven una fuerte experiencia de Dios -corazón de la vida consagrada- mediante un estilo de oración contemplativa que capte su afectividad profunda y le introduzca en el misterio y el amor de Jesucristo. Ayudarle a vivir la limpieza de corazón que le haga ver a Dios en todas las

personas y cosas y le lleve a comprometerse en la transformación del mundo.

2) Desde las diferentes Conferencias Nacionales promover en nuestras Congregaciones una revitalización de la espiritualidad mediante talleres, cursos, conferencias que ayuden a revisar el estilo de vida y la acción apostólica impulsándola a un compromiso liberador.

3) Revisar para que en todos los programas de formación la espiritualidad sea el eje unificador de todas las asignaturas.

4) Impulsar todas las posibilidades de diálogo de los INTER con los formadores, comunidades formadoras y provinciales a fin de evitar contradicciones y por tanto un doble discurso que bloquea y confunde a los jóvenes.

5) Desde la CLAR propiciar la creación de Centros de Formación de formadores en lugares donde no los hay.

6) Retomar en los INTER el análisis de la realidad para pasar de un discurso teórico a proporcionar instrumentos de análisis, que ayuden a los jóvenes a hacer práctica cotidiana de la «acción-reflexión-acción».

7) Como religiosos y especialmente como forrnadores revisar el nivel de austeridad y sencillez de vida.

8) Promover en los INTER una formación que tenga en cuenta la dimensión político-social, económica y cultural en forma gradual y pedagógica que ayude a los jóvenes a situarse en la realidad local, nacional y mundial.

9) Proporcionar una metodología para el discernimiento personal y comunitario que lleve a los jóvenes a crecer en actitudes de búsqueda de la voluntad del Padre.

10) Formar en la solidaridad. en la sencillez de vida que exprese gratuidad y fidelidad, desde el testimonio personal y comunitario, al estilo del pueblo.

11) Potenciar una lectura orante de la Biblia que posibilite una constante confrontación con la vida y la realidad en que vivimos.

12) Despertar la conciencia ecológica en nuestras comunidades religiosas y en los formandos.

Y al concluir nuestro encuentro agradecernos al Señor por la vida abundante que brota de nuestra fe en Él. Invocamos a María, Madre de nuestra América morena, y a su cuidado maternal nos encomendamos. Que ella, que supo acompañar al hijo de sus entrañas, nos enseñe a ser lúcidos y arriesgados, alegres y esperanzados en esta tarea de engendrar a Cristo en el corazón de nuestros formandos.

     Reunión de los responsables de Centros Intercongregacionales de formación, celebrada en Junio de 1993. A pesar de los años pasados hemos considerado interesante rescatarlo para nuestros lectores. Publicado por CLAR. Año XXXI, n. 7. Julio 1993.