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VOCACIÓN Y MISIÓN DEL FIEL LAICO
EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO

II

Pedro Escartín Celaya

 .
4. ES EL ESPÍRITU QUIEN LLEVA A LOS LAICOS A VIVIR EN EL MUNDO Y PARA EL MUNDO.

Ahora, una palabra sobre la espiritualidad laical o, mejor, sobre la vida de los laicos según el Espíritu. Al hablar de espiritualidad, lo primero que hay que decir es que "el pozo de Jacob" es para todos. O sea: que el agua viva que Jesús ofreció a aquella descarada mujer, que fue a buscar un cántaro de agua con el que saciar su sed de cada día, la ofrece a todos, cualquiera que sea su condición u oficio, porque esa agua es propiamente "el Espíritu que había de recibir los que creyesen en él" (Jn 7,39). Lo esencial de la espiritualidad cristiana, común a todos los bautizados, lo cifro en vivir:

a) En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

La posibilidad de entrar en comunión con Dios es lo que Jesús brinda al ser humano como respuesta a sus inquietos interrogantes. No se trata de una relación superficial con lo divino. Jesús entiende que Dios constituye el horizonte total en el que ha de desarrollarse el vivir humano, como se desprende de su reiterada recomendación: "No andéis preocupados pensando qué vais a comer... Mirad los pájaros... vuestro Padre que está en los cielos los alimenta. ¡Pues vosotros valéis mucho más! Vosotros, antes que nada buscad el reino de Dios y todo lo justo y bueno que hay en él, y Dios os dará, además todas esas cosas." (Mt 6,25-34).

El que da crédito a Jesús y se deja llevar por su Espíritu, entra en comunión con Dios; vive pendiente de su reinado, de todo lo justo y bueno que hay en esa nueva situación que va a establecerse en el mundo cuando Dios reine. Pero, además, esa comunión es con un Dios singular, que supera ampliamente la imagen de la divinidad al uso entre los pueblos, incluso entre los más religiosos. El Dios a quien Jesús llama Padre se expresa en la sorprendente novedad de un Dios que es Trinidad, y convoca al creyente a vivir en familiaridad con él y en comunión con los todos los seres humanos.

b) Con el hálito utópico de las Bienaventuranzas.
Jesús dejó una referencia explícita para el camino: él mismo y su manera de recorrerlo. Pero, al mismo tiempo, dio las claves de ese comportamiento que, más allá de su aparente contradicción, crea felicidad. En el llamado "sermón del monte" encontramos esas claves. (Mt cap. 5,6y7).

Las bienaventuranzas son una clave de vida y -lo que hoy es urgente resaltar- son una clave cultural. Vivimos en una cultura que se afirma como absolutamente autónoma, en la que ser humano se alza como dueño de la vida y de la muerte, de los bienes de la tierra, del dolor y del esfuerzo prometeico por eliminarlo. Esta cultura ha luchado, hasta arrinconarla, contra la convicción de que Dios es el único Señor del cielo y de la tierra, de la vida y de la muerte (28). Porque esas afirmaciones sobre la felicidad de los que eligen ser pobres y compartir en un mundo movido por la fiebre del oro, misericordiosos en una sociedad crecientemente agresiva y
                                                                      
28 El contencioso a favor de la Vida, que la Iglesia mantiene tozudamente con la cultura actual a propósito de debates como el del aborto y más recientemente el de la eutanasia, responde a aquella clave cultural puesta en circulación por las Bienaventuranzas. Véase, por ejemplo, la Declaración de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española: La eutanasia es inmoral y antisociaL (19/02/98), donde se denuncia una "campaña engañosa a favor de la eutanasia", motivada por "un egocentrismo que resulta literalmente mortal y que pone en peligro la convivencia justa entre los hombres. Los individuos se erigen en falsos "dioses" dispuestos a decidir sobre su vida y sobre la de los demás”

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rencorosa, compasivos en medio de la insensibilidad generada por los individualismos, pacificadores frente a la cerrazón de los particularismos y a la violencia como camino para conseguir los objetivos, en fin, perdedores por fidelidad al Hijo en un mundo obsesionado por triunfar y tener... son auténtica utopía que infunde un hálito de aire fresco en el ambiente enrarecido de nuestra cultura. Son un impulso regenerador que permite concebir esperanza.

Las Bienaventuranzas nos colocan en la línea del ser. Introducen en la cultura y en los comportamientos una nueva manera de.concebir y tratar a la persona y un vocabulario nuevo: liberar, reconciliar, restaurar la imagen y la identidad del ser humano, conducirlo a la paz, resucitarlo y darle un destino y cumplimiento en un porvenir absoluto. Todo ello toca al ser. Y, como consecuencia del encuentro con el Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es la segunda dimensión irrenunciable de toda espiritualidad cristiana.

c)  En la matriz de la Iglesia
Como se ha hecho notar anteriormente, al hablar de la comunión eclesial, la Iglesia es matriz imprescindible de nuestra fe. La comunión nace inevitablemente entre los que comparten la experiencia del resucitado. Al mismo tiempo, la Iglesia es nuestra tarea, pues por ser comunión debe ser construida como un tejido de verdaderas relaciones interpesonales. He aquí la tercera dimensión de toda espiritualidad cristiana: el “creo en la Iglesia”, que sólo es posible mediante un "creo en el Espíritu Santo" que guía a la Iglesia y anima los dinamismos de la unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad de la Iglesia, como ya se ha dicho.

d) Pero “trazando y ordenando según Dios los asuntos temporales” (LG 31)
Cada cristiano vive esas tres dimensiones básicas de la espiritualidad cristiana según su peculiar situación en el mundo y en la historia. ¿Cuál es la peculiar situación espiritual de los laicos? Por los años 50 Congar ya lo dijo con expresión feliz: para el laico, "en la obra de Dios que se le ha confiado, la substancia de las cosas existe y es interesante por sí misma"(29). Y su intiuición se ha visto reforzada con la autoridad de Juan Pablo II al sancionar defmitivamente el valor teológico de la condición secular, como ya se ha indicado(30). Debería ser impensable que un cristiano laico consciente de su condición de bautizado pueda vivir el entramado secular con el que está tejida su existencia sin referencia a la fe. La espiritualidad de los laicos reclama que su "vida en el Esplritu" se exprese sobre todo por su manera de estar en el mundo y de participar en la historia humana.

Como ciudadano del mundo el laico está necesariamente implicado en las responsabilidades de la historia humana que le ha tocado vivir. Por decirlo con una descripción sugestiva, el laico ha de entender que, en la medida del don recibido por cada~uno, le corresponde:

"...la realidad laberíntica de la política, el macromundo intocable de la economía de mercado y la gran historia de los cambios. .... La construcción de Europa y del nuevo orden internacional, la emergencia de los nacionalismos étnicos y de los fundamentalismos religiosos, el paro de las sociedades avanzadas y sus leyes de extranjería, los nuevos movimientos sociales y la crisis de la izquierda, el desencanto político y la construcción de la democracia, los pobres del Tercer Mundo y la revolución tecnológica, el proyecto de una ética mundial y la creciente zombización de los ciudadanos del Primer Mundo, los valores estéticos y el diálogo intercultural  e interreligioso, la construcción de la paz y la defensa del
                                                                             
29 Congar, Y-Mª. Jalones para una teología del laicado, Ed. Estela, 1961, pág. 39.
30 Juan Pablo II. Christifideles laici, 15.

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ecosisterna, etc~, son todos ellos los grandes retos con los que se ha de enfrentar."(31)

En una situación como la presente, que empuja a los individuos a situarse en el pequeño mundo de su vida privada -y a lo sumo de su familia y su trabajo vividos como mundos de su particular universo privado-, abdicando en los llamados "profesionales de lo público" casi todas las tareas e iniciativas que crean cultura y tienen que ver con la globalización de la existencia, el hecho de ser un ciudadano del mundo que cree y espera en nuestro Señor Jesucristo empuja al laico a ampliar el campo de su responsabilidad en la construcción de la historia.

Se trata, desde luego de un imperativo moral; pero también de una forma natural de vivir en el Espíritu. Es el propio Espíritu Santo quien sacude hoy la modorra, que tantas veces ha inhibido al cristiano del mareo que produce una tarea ardua y erizada de fracasos como es ésta, en nombre de una mal entendida espiritualidad. Y es también el Espíritu el que anima a verificar la maqueta utópica de las Bienaventuranzas en esa tarea secular, a pesar del plus de riesgo que comporta. Introducir el espíritu de las Bienaventuranzas en la vida personal y pública, sin entrar en el juego de las dinámicas de las "sociedades de cristiandad" es todo un reto que, de entrada, lleva aparejado el estigma de la cruz. Este talante espiritual y moral era propuesto por los Obispos, hace más de diez años a los católicos españoles:

"Tanto en la vida privada como en la pública, el cristiano debe inspirarse en la doctrina y seguimiento de Jesucristo. El estilo de la vida de Jesús y de sus discípulos quedó sintetizado en las Bienaventuranzas y en el Sermón de la Montaña. Todo ello es la consecuencia de una profunda y radical actitud de amor a Dios y al hombre.
La pobreza cristiana, la mansedumbre, la solidaridad, el amor a la justicia y a la paz han de prevalecer sobre la voluntad de poder, la ambición o la violencia. La preocupación por los pobres y los marginados, la actitud real de servicio a la comunidad, la preferencia por los procedimientos pacíficos y conciliadores, son actitudes obligadas para cualquier cristiano que actúa en la vida pública. " (32).

Así es como la Iglesia muestra al mundo el rostro visible de Cristo, y anuncia de manera eficaz un tiempo de gracia, el amor de un Dios que ha decidido intervenir en la historia para que sea "historia de salvación "(33). No podemos olvidar que la Iglesia como cuerpo visible de Cristo está en el mundo, de un modo eminente, gracias a los laicos. Ellos viven con naturalidad ese carácter excéntrico que lleva a la Iglesia a vivir volcada hacia el mundo para anunciarle la gozosa esperanza del Reino de Dios. Así lo afirman nuestros Obispos, en “Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo”: "la inserción de la Iglesia toda en el mundo y para el mundo" se hace concreta a
                                                          

31 Vitoria, J: La presencia pública de Los cristianos en la sociedad, p. 14s.
Pablo VI lo había dicho con otras palabras, en un pasaje memorable de la Evangelii nuntiandi que se ha hecho clásico: "el dilatado y complejo mundo de la política, de la realidad social, de la economía; así como también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los órganos de comunicación social; y también de otras realidades, particularmente abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y de los adolescentes, el trabajo profesional, el sufrimiento" (EN 70).
Los Obispos españoles hablaban del: "marco social en el que se desenvuelve nuestro existir que es a la vez fruto de las actuaciones individuales o colectivas y condicionante de nuestra vida" (Los católicos en la vida pública, 7).
32 Instrucción pastoral de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal, Los católicos en la vida pública, 86 y 87.
33 Cf.Lc 4, 16-21: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar a los pobres la buena noticia de la salvación... Esta profecía se ha cumplido hoy mismo en vuestra presencia."

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través de la vivencia eclesial y misionera de la índole secular de los laicos (34).

De este modo, el encuentro con Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo-, el hálito utópico y regenerador de las Bienaventuranzas, y el sentirse en la Iglesia como en el propio hogar del que, a su vez, somos responsables con otros (las tres dimensiones propias de toda espiritualidad cristiana) son modulados, en la vivencia espiritual de los laicos, por el carácter secular. Su vocación a la santidad está ligada íntimamente a la misión y a la responsabilidad que les ha sido confiada en la Iglesia y en el mundo" (35). Los laicos cristianos no pueden olvidar que

"...la lucha por el bien y el mal, el avance o retroceso de los planes de Dios, que van siempre unidos al desarrollo o a la destrucción de la humanidad, no se juegan sólo en el corazón del hombre o en los ámbitos más reducidos de la vida personal, familiar e interpersonal. Las fuerzas del bien y el mal actúan también en la vida social y pública, por medio de nuestras actuaciones sociales y de las mismas instituciones, favoreciendo o dificultando la paz, el crecimiento y la felicidad del hombre"(36)

 

 

Corolario. PROBLEMAS RESIDUALES DE NUESTRA PRAXIS PASTORAL.

Teniendo en cuenta que esta ponencia debe cumplir la función de iluminar vuestro trabajo de seminarios, tal vez debiera limitarme a proponer ideas que ayuden a reflexionar sobre vuestra realidad. Pero el campo de la misión del laico es demasiado amplio y no quería hacer un tratado (aunque temo que me haya salido un "rollo"). Por eso he pensado tocar algunos aspectos más próximos a la práctica pastoral a modo de corolarios o propuestas que se infieren fácilmente de lo mostrado hasta aquí (37). Los llamo residuales porque -a pesar de su vigencia, lo cual no deja de manifestar una palmaria incoherencia- son los residuos de una eclesiología netamente superada por el Concilio Vaticano II.

 

1.  Los laicos, ¿hermanos coadjutores o verdaderos ministros de la Iglesia?

Gracias a la colaboración de muchos laicos (sobre todo mujeres) hay en nuestras parroquias apreciables grupos de catequistas, animadores litúrgicos y hasta gestores de su organización administrativa. Además, la falta de sacerdotes está introduciendo otros modos de cooperación con el servicio pastoral, como los "animadores de la comunidad", cuando falta el sacerdote. Para muchos laicos, estas labores encaminadas a edificar y animar la comunidad eclesial han sido su camino para una vinculación activa con la Iglesia, y hemos de saber apreciar el valor pedagógico de esos procesos. Sería estrechez de miras no ver en ellos un don que el Espíritu hace a su Iglesia. Pero tampoco se andaría sobrados de perspicacia, si no estuviéramos alerta para evitar convertir a tales laicos en humildes “hermanos coadjutores”.
                                                                      
34 Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo, 26-29
35.Juan Pablo II, Christifideles laici, 17.
36  Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, Católicos en la vida pública, 57. Cfr. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 13 y 37.

37 Para esta última parte remito principalmente a los capítulos II y III de mi libro ¡Un laico como tú en una Iglesia como ésta!, Ed. BAC, Madrid 1997, de donde tomo algunas de las siguientes reflexiones.

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 La edificación de la comunidad cristiana y la animación de su dimensión de hogar para los creyentes es también tarea que compete a los laicos. Pero con dos condiciones: una, que los presbíteros sepamos aceptar que esas aportaciones no son ayudas "intuitu personae", sino servicio a la Iglesia, que no es precisamente nuestra finca particular; y dos, que no olvidemos aquellas estimulantes palabras de Pablo VI en Evangelii nuntiandi: “su tarea [la de los laicos] primera e inmediata no es la instalación y el desarrollo de la comunidad eclesial -ésta es la función especifica de los Pastores-, sino poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo.”

Inmediatamente antes, el Papa había dicho que  “los seglares, cuya vocación específica los coloca en el corazón del mundo y a la guía de las más variadas tareas temporales, deben ejercer por lo mismo una forma singular de evangelización". Y después de haber enumerado el vasto panorama en el que se despliegan esos campos de acción de los laicos, hace notar: "no hay que pasar por alto u olvidar otra dimensión: los seglares también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus Pastores en el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles" (38),

Con ello introducía un tema nuevo, el de los ministerios laicales. Recordaba que "la Iglesia reconoce un puesto a ministerios sin orden sagrado, pero que son aptos para asegurar un servicio especial a la Iglesia. ... Tales ministerios, nuevos en apariencia, pero muy vinculados a experiencias vividas por la Iglesia a lo largo de su existencia -catequesis, animadores de la oración y del canto, cristianos consagrados al servicio de la Palabra de Dios o a la asistencia de los hermanos necesitados, jefes de pequeñas comunidades, responsables de movimientos apostólicos u otros responsables-, son preciosos para la implantación, la vida y el crecimiento de la Iglesia y para su capacidad de irradiarse en torno a ella y hacia los que están lejos"(39).

Sin embargo, el tema de los ministerios laicales no parece que haya avanzado mucho desde entonces. Así lo da a entender la exhortación más reciente Christifideles laici, cuando trata la cuestión de los "ministerios, oficios y funciones de los laicos"(40). Este texto parece marcado por tres preocupaciones:

a)   Señalar que "el ejercicio de esas tareas no hace del fiel laico un pastor"; a este respecto recuerda que "en la misma Asamblea sinodal no han faltado, sin embargo, junto a los positivos, otros juicios críticos sobre el uso indiscriminado del término 'ministerio', la confusión y tal vez la igualación entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial, la escasa observancia de ciertas leyes y normas eclesiásticas, la interpretación arbitraria del concepto de 'suplencia', la tendencia a la 'clericalización' de los fieles laicos y el riesgo de crear de hecho una estructura eclesial de servicio paralela a la fundada en el sacramento del Orden".

b)   Recordar que tales ministerios "deberán ser ejercitados en conformidad con su especifica
                                              

38 Evangelii nuntiandi, 70 y 73.

39Evangelii nuntiandi, 73.

40 Christifideles laici, 23.

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vocación laical, distinta de aquélla de los sagrados ministros”. A este propósito se recuerda que el campo propio de la actividad evangelizadora de los laicos es el dilatado y complejo mundo de la política, de la realidad social, etc. etc., citando el conocido texto de EN 70.

c)  Constituir una Comisión para 'estudiar en profundidad los diversos problemas teológicos, litúrgicos, jurídicos y pastorales surgidos a partir del gran florecimiento actual de los ministerios confiados a los fieles laicos”.

Y nada más. A mi juicio, la reticencia hacia los ministerios laicales, que este texto da a entender, viene motivada por la necesidad de poner en guardia frente a una siempre posible clericalización del laico y, sobre todo, de recordar que, cuando el laico ejerce funciones en la comunidad, lo ha de hacer en conformidad con su específica vocación laical; ellos traen a la Iglesia un aire diferente al que habitualmente circula por los circuitos eclesiásticos, y también ése es un viento movido por el impulso del Espíritu.

Colaboren más o menos intensa y directamente en la edificación de la comunidad, los laicos siguen solicitados por una tarea que debería preocupar a las Parroquias más de lo que en general les preocupa: la de lograr que el ámbito socio-cultural donde radican sea fecundado por los valores del Evangelio, mediante la inserción de los laicos en la propia entraña de lo secular.

2.  ¿Los laicos, como los indios, a la reserva? o la necesidad de superar el reparto de territorios

Tanta insistencia sobre el carácter secular de la evangelización tal vez haya hecho pensar que las tareas encaminadas a edificar y animar la comunidad cristiana o son residuales o no competen al laico, dado que mis referencias a las tareas catequéticas y sacramentales han sido tan escasas. Por contra, los pastores podrían albergar la tentación de reservarse el espacio interior de la Iglesia, dejando el inhóspito campo del mundo para los seglares. Algunos textos, leídos fragmentadamen­te, pudieran sonar a reparto de territorios. También un deseo inconsciente de seguir manteniendo la superioridad (que no el ministerio de dirección, ni el carisma de discernimiento y coordinación en orden a la unidad eclesial) pudiera conducir a fijar los límites de la reserva: para ti, laico, el mundo; para mí, clérigo, todo lo que afecta a la vida interna de la Iglesia.

Con ello se mantendria una división bipartita de la comunidad eclesial. Y no se lograría evitar la aparición de toda una cohorte de secuelas, tales como la incomunicación, los antagonismos y la huida de una tarea hacia la otra, con la conciencia vergonzante de quien invade campo ajeno.

Además se propiciaría la escisión de la realidad. Es cierto que profano y sagrado, realidad temporal transformada y reinado de Dios, liberación y evangelización no se identifican simple y llanamente. Pero es igualmente cierto  -y autorizadamente el Concilio Vaticano II nos puso en guardia frente a cualquier tentación en contra- que esta escisión de lo real podría conducir a la degración de la vida de la fe(41). Si queremos que exista el ser humano, toda ruptura entre cuerpo y espíritu resultará traumática. Por lo mismo, todo lo que dificulte la integración de los dos órdenes de
                                              

41"Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de        una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecinniento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios. (...]El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección" (OS 39)

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lo real seguirá produciendo fayas en la teologia, en la espiritualidad y en la vida de la Iglesia.

A pesar de lo dicho, no abogo por unas tareas indiferenciadas o intercambiables, como si se tratase de poner en marcha un modelo “funcional” de estructura eclesial, que operaría en virtud de las necesidades coyunturales. Este procedimiento no sería coherente con el ser íntimo de la Iglesia, donde los carismas han sido distribuidos de manera diferenciada, e incluso estable en algunos casos, y donde los servicios ministeriales tienen dimensión signíficativa y hasta sacramental.

Ahora bien, con la misma seriedad con la que se reconoce la diversidad de carismas y ministerios para la edificación común del cuerpo de Cristo, hay que afirmar que la razón de ser de la Iglesia está en su servicio a lo secular. La Iglesia se constituye por su minisión, y su misión es la de ser luz y sal para el mundo. Desde esta perspectiva, toda la actividad de la Iglesia tiende a lo secular. Toda su vida ha de estar en relación con la dimensión mundana, puesto que al mundo ha sido enviada. No hace falta notar que tal polaridad mundana nada tiene que ver con el contagio del espíritu del mundo, que desvituaría su sabor y su claridad.

Naturalmente, deben ser los laicos los verdaderos peritos en mundanidad, ya que ellos viven inmersos, por propia vocación, en la gestión y desarrollo del entramado de la vida ciudadana y familiar, en la dureza y creatividad del mundo laboral y profesional, en los conflictos y opciones a que da lugar la gestación de una nueva cultura. Ellos, con su seglaridad, hacen posible la misión de la Iglesia en el mundo. En el laico se hace visible y concreta la relación de la Iglesia con el mundo. En el se realiza, de forma excepcional, el encuentro de la Iglesia con los diversos campos de la cultura y con los diversos cambios en la experiencia de la humanidad. Ya he advertido que esto es lo que significa aquella feliz expresión conciliar que reconocía que hay lugares y circunstancias en los que la Iglesia "sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos"(42). Así es como el carácter secular del laico, lejos de ser una concesión, cualifica a la Iglesia para que sea lo que tiene que ser y para que haga lo que reclama su misión.

Semejante solidaridad entre Iglesia y mundo no tiene como finalidad "eclesializar" el mundo. Iglesia y mundo son entidades mutuamente autónomas. Tampoco se trata de "secularizar" la Iglesia, como si toda su misión no fuera más que acción civilizadora y esfuerzo por hacer posible la justicia, de acuerdo con los valores del reino de Dios. La Iglesia es algo diferente a una ONG. Las aportaciones que hace al mundo son portadoras del anuncio explicito del amor del Padre y tienden a establecer el encuentro profundo y personal que salva del sin-sentido a los seres personales y, a través de ellos, a todo el orden de lo real(43).

Pero un anuncio y un encuentro de semejante categoría ha de producirse en el contexto de la secularidad, so pena de alienación religiosa. Aislar a la persona de su cultura, de su familia de su trabajo, de sus relaciones amorosas, de su entorno  existencial, político o social, para conducirla   al
                                                

.42 Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 33.
43Cf. Rom 8, 18-24: “la creación aguarda expectante a que se manifiesten los hijos de Dios. [...] Sabemos que hasta ahora la humanidad entera está gimiendo con dolores de parto. Y no sólo ella: tarnbién nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos por dentro aguardando la condición filial, el rescate de nuestro cuerpo”.

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encuentro con Dios, es tanto como abocarla a una salvación insignificante en última instancia para unos seres que lo único que realmente poseen es, precisamente, ese conjunto de circunstancias temporales que completan y definen su más honda mismidad.

Al mismo tiempo, el encuentro hombre-Dios ha de verificar su hondura y seriedad en la transformación de lo real. Desde el momento en que nos topamos con un Dios creador, implicado en la historia humana y, simultáneamente, impulsor de una utopía aún no conseguida en la situación presente, la opción por cambiar la realidad no es facultativa.

Sólo me queda recordar que esta tarea eclesial es inseparable de la Otra, la de construir la propia comunidad de fe. El laico también ha de contribuir a la construcción de una comunidad que encuentra su razón de ser en la misión hacia el mundo. De esta manera, hace presente el mundo en el interior de la catequesis, de la liturgia y de la pastoral de la Iglesia como un punto de referencia ineludible y como una constante exigencia de realismo y concreción.

 

3. ¿Dónde tiene lugar la evangelización de los alejados?

De puro repetida se ha instalado una distinción en nuestro argot pastoral: la distinción -que frecuentemente llega a ser dicotomía- entre las tareas catequético-sacramentales y las que comportan un componente social, cultural o político. A las primeras se las identifica con la “pastoral de mantenimiento" y a las segundas con la "pastoral misionera". No hay tiempo para rehacer el camino histórico de esas identificaciones, que en sus primeros tiempos respondieron con más justeza que hoy a situaciones reales de la vida pastoral, mientras que actualmente muchas veces son un malentendido, cuya reiteración no hace ningún bien.

En los procesos de evangelización cuentan mucho las acciones que tienden a crear una sensibilidad positiva hacia la fe en los no creyentes y en los alejados. Y cuentan también las acciones que verifican la seriedad y hondura de la fe en la lucha contra la injusticia y la liberación de los oprimidos. Ahi se encuentra el espacio para muchas de esas acciones con componente social, cultural, politico, etc. que buscan la transformación de lo real según el espíritu del Evangelio. Pero el proceso de evangelización reclama también el anuncio explícito de Jesucristo(44).

En las actuales circunstancias de nuestra sociedad y cultura, la demanda de catequesis y sacramentos son, en principio, una oportunidad para una aproximación a la fe y recuperación del sentido religioso, que no haríamos bien en minusvalorar. Por supuesto que la actividad misionera de la Iglesia no puede limitarse a una buena organización de las catequesis de iniciación, que, en todo caso, deberán compaginarse con las acciones en las que la propia Iglesia verifica la hondura y sesibilidad liberadora que le proporciona el Resucitado (compromiso transformador y testimonio). Pero hay que dar gracias a Dios por esa posibilidad de anunciar explícitamente a Jesús en medio de una situación cultural frecuentemente refractaria a la religión.

Esto reclama que superemos el leguaje (y la dicotomía subyacente) de tareas "intraeclesiales" y "extraeclesiales". Lo mismo que la contraposición entre tareas "clericales" a "laicales", fundada en la misma dicotomía. Ya se ha dicho. También los laicos están llamados a esas tareas evangelizadoras que tienen como objetivo directo el anuncio explícito de Jesucristo. La diferente                                        

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44 Cf. C. García de Andoin, El anuncio explícito de Jesucristo Ed. HOAC. Madrid 1997. Para la cuestión que nos ocupa es interesante todo el capítulo II: “Sin anuncio explícito no hay evangelización”, donde se reivindica que el anuncio explícito debe ir unido a un comprorniso transformador y al testimonio.

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responsabilidad de los pastores y de los laicos respecto de esas tareas es de otro tipo. Tiene que ver con el modo de ser de la Iglesia: un cuerpo estructurado por el Espíritu con carismas y ministerios, entre los que no puede silenciarse el ministerio de dirección, que tiende a que todo el cuerpo crezca bien unido (cf. Ef 4,11-13). Porque es la Iglesia quien evangeliza, y la Iglesia es conjunción de clérigos y laicos en una misma y única misión.

 

4.  ¿ Cómo activar la transformación evangélica de lo real?

En 1995 se publicó un análisis sociológico sobre la realidad religiosa en España (45), que en la práctica bloquea la propuesta más repetida en esta ponencia, a saber, que la evangelización tiende a contagiar de espíritu evangélico la estructura y la realidad de la vida secular, y esto es tarea de los laicos. En el mencionado estudio, que no hace más que reflejar lo que pasa, se confirma la existencia de algunas posturas dominantes en el común de nuestra cultura y nuestra sociedad, como que "todo el mundo" encuentra sensato y de buen gusto mantener un tanto separadas de la vida diaria las creencias religiosas, y que esta expectativa de no interferencia de la fe es particularmente aguada en el terreno de la profesión.

La pretensión de impulsar actuaciones que tiendan a insertar la fe en los espacios públicos (la cultura, la profesión, la vida social...) choca frontalmente con las convicciones y comportamientos dominantes. Da "corte" ser visto relacionando en público las creencias con la vida ordinaria, porque la insidiosa sospecha de estar ante un fanático, fundamentalista o miembro de una "quinta columna" al servicio de oscuros intereses, paraliza a los ya no muy numerosos laicos bien dispuestos, que tal vez por eso se repliegan al espacio protegido de las mal llamadas tareas intraeclesiales.

Pero la Iglesia no puede renunciar a la pretensión de que la fe fecunde la cultura. De ahí la necesidad de plantearse la promoción de una nueva presencia pública, que necesariamente requiere una apoyatura asociativa o mancomunada. Para llevar adelante la nueva evangelización son imprescindibles asociaciones apostólicas con vocación de presencia pública. Lo que nos lleva a señalar dos temas sobre los que será necesario reflexionar, pero que no puedo desarrollar, dada la extensión excesiva de esta ponencia. Me refiero a:

1º.  Llegar a adquirir algunas ideas claras sobre el modo de activar la presencia pública de la fe. Me refiero, en primer lugar, a que no puede seguir siendo residual la convicción de que la fe cristiana verifica su credibilidad en el esfuerzo por transformar lo real según los valores del Evangelio. Lo cual lleva aparejado un giro de la pastoral, dedicada prioritariamente a la práctica religiosa pero menos dispuesta a valorar la emergencia de otros signos del reino de Dios.

Y me refiero también a cómo activar esa presencia pública, que de algún modo podría ser resumido en el debate, iniciado en los años ochenta y todavía abierto, entre los cristianos "de la presencia" y los cristianos "de la mediación". La alternativa podría expresarse así: ¿se trata de hacer entrar la vida pública en el dominio de la fe o de introducir la fe en los ámbitos de la vida pública? El diferente acento que matiza cada expresión es importante. Los Obispos españoles han pedido que se evite "la sospecha de considerarlos modelos exclusivos y excluyentes y la tentación de tomar una opción parcial y, por lo mismo, reduccionista", ya que presencia y mediación "son modalidades
                                              

45  A. Tornos y R. Aparicio, ¿ Quién es creyente en España, hoy?, Madrid, PPC, 1995.

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distintas, pero no alternativas”(46). Tan sensata advertencia no excusa de reflexionar sobre los trasfondos de ambos modelos, ni de buscar con sinceridad las formas de presencia que mejor encajan con la actual sensibilidad de nuestra sociedad(47). Sugiero, por lo tanto, que este tema sea abordado por el trabajo de los seminarios  (48).

2º.  Plantearse la recuperación de la Acción Católica en nuestras Iglesias. Evidentemente, la Acción Católica no es garantía absoluta de evangelización. Pero reconocido su carácter de mediación y relativizado su valor pastoral, es indispensable analizar con seriedad el "modelo" que entrañan sus cuatro notas(49) y el esfuerzo que ha realizado, en estrecha comunión con la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, para renovarse y responder a los actuales retos que la evangelización plantea a la Iglesia española(50).

Por su acreditada vocación misionera y de movimiento peculiarmente vinculado al ministerio pastoral e inserto en la vitalidad apostólica de la Iglesia particular, los Obispos españoles decían de ella, en 1991, que "de acuerdo con la doctrina de las cuatro notas, no es una asociación más, sino que ... tiene la vocación de manifestar la forma habitual apostólica de "los laicos de la diócesis", como organismo que articula a los laicos de forma estable y asociada en el dinamismo de la pastoral diocesana"51. Propongo que, al analizar la cuestión del asociacionismo apostólico, en el trabajo de seminarios, se estudie la validez del modelo que encarna la Acción Católica.

 

 

 

 

 

 

 

                                              

46      Los cristianos laicos, iglesia en el mundo, 49.

47     Los propios Obispos españoles reconocen en el citado documento que es urgente "que la Iglesia en España clarifique  los problemas teóricos y prácticos de la patiticipación de los laicos en la vida pública, en todas sus formas y, en especial, de la presencia pública de la Iglesia en la nueva sociedad española". Ibid. 65.

48     En mi libro ¡Un laico como tú en una Iglesia como ésta!, PP. 49-51 y 169-177, ofrezco un análisis de las convicciones teológicas y pastorales que, de algún modo, subyacen en una y otra postura.

49     Cf. Concilio Vaticano II, Apostolicam actuositatem. 20.

50      Vid. La Acción Católica Española. Documentos. Madrid, 1996, donde se recogen: el proyecto de futuro de laAcción Católica, las nuevas Bases y Estatutos de la A.C.E. aprobados por los Obispos en 1993, una reflexión sobre las notas definitorias de la A.C., y una exposición sobre lo que quiere ser la nueva Acción Católica General
51      Los cristianos laicos., Iglesia en el mundo, 95.

 

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