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VOCACIÓN Y MISIÓN DEL FIEL LAICO
EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO

I

Pedro Escartín Celaya

 LÍNEAS TRONCALES DE LA VOCACIÓN Y MISIÓN DE LOS LAICOS

 

A casi t:reinta y cinco años del Concilio Vaticano II, recurrir a él como promotor de novedades
-que no fueron tales, sino más bien recuperación de las limpias aguas del manantial originario-suena a nostalgia o a inoperancia. Un poco de ambas cosas subyace, inevitablemente, en el tema que se me ha pedido como aportación para iluminar vuestras reflexiones de este año: "líneas troncales de la vocación y misión de los laicos... "Esas lineas troncales estaban ya en el Vaticano II(1). Christifide/es laici las recordó hace más de diez años(2). Y Los cristianos laicos; Iglesia en el mundo las aplicaba a la situación de nuestra Iglesia española en 1991(3). Por todo ello, a estas alturas cabía esperar que los fundamentos fueran lo bastante sólidos como para haber construido o tal vez reparado el edificio del laicado sin mayores dificultades.

Pero ¡tengamos compasión de nosostros mismos, ya que el Padre Dios está siendo misericordioso todos los días. Al conjunto de una institución le cuesta tanto asimilar los nuevos planteamientos como encontrar el camino para ponerlos en práctica. Y si añadimos el vaivén social, político y cultural que nos viene zarandeando durante el último tercio de siglo, seremos lo suficientemente humildes como para aceptar, sin escandalizarnos, que necesitarnos un nuevo sorbo del manantial para seguir haciendo camino.

Sin embargo, describir una vez más lo fundamental tiene el riesgo de que la música suene como de disco rayado e invite a desconectar u oír como quien oye llover, es decir, sin escuchar. Por eso,
                                                              
1       Sobre todo en Lumen gentium, cap. IV: Los laicos (núm. 30-38) y Apostolicam actuositatem. Sin olvidar naturalmente, los dos primeros capítulos de LG (sobre el misterio de la Iglesia y sobre el pueblo de Dios), que al iluminar la naturaleza y estructura de la Iglesia con una luz no habitual en el contexto eclesiológico de los últimos siglos, situaba el laicado en su auténtica dimensión de sujeto eclesial. Tampoco debe olvidarse Gaudíum et spes, particularmente en su pimera parte (núm. 1-45), donde se establecen los principios básicos de las nuevas relaciones de la Iglesia con el mundo al que ha sido enviada.
2    Esta exhortación apostólica de Juan Pablo II, fruto del Sínodo general de Obispos sobre la vocación y misión de los laicos, está íntegramente tejida sobre el cañamazo del Concilio.
3    Se trata de un documento aprobado por la Conferencia Episcopal Española en su  Asamblea Plenaria, orientado
a "promover la corresponsabilídad y participación de los laicos en la vida de la Iglesia y de la sociedad civil". Con
él culmina el proceso de reflexión y actualización del apostolado seglar que propició la preparación y recepción del
Sínodo del 87 sobre el laicado.

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al preparar estos apuntes, he optado por moverme más en el terreno de las insinuaciones y sugerencias que en el de una disertación académica y teológicamente exahustiva. Me centraré, por lo tanto, en cuatro afirmaciones, que considero ineludibles, más un corolario donde se señala un conjunto de problemas que frecuentemente tiene sin resolver nuestra praxis pastoral.

 

1. LA FUENTE DEL SER CRISTIANO ESTÁ EN EL BAUTISMO Y LA CONFIRMACIÓN.

Después de baño bautismal se unge al nuevo cristiano con el santo Crisma, mientras se invoca al Padre de nuestro Señor Jesucristo para que lo consagre y así, "entres a formar parte de su pueblo y seas para siempre miembro de Cristo, sacerdote, profeta y rey".(4)

El nuevo y definitivo sacerdocio (Heb10,14) no hizo a Cristo miembro de una casta especial, ni Cristo lo ejerció mediante actos exclusiva o primordialmente cultuales; su sacrificio y su sacerdocio fueron cumplidos en la propia existencia, en todos y cada uno de los actos de su vida culminada en la cruz. El cristiano, incorporado a Cristo, participa de esta condición sacerdotal "para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable”. (5)

Después de devolver la vida al hijo único de una viuda, en el pueblecito de Naín, la gente, profundamente emocionada, exclamaba: "Un gran profeta ha salido de entre nosotros. Dios ha venido a salvar a su pueblo" (Lc 7,11-17). Y no les faltaba razón. Jesús aparece como el gran profeta que descubre el nuevo rostro de Dios y anuncia la llegada inmediata de su reino. Cristo sigue ahora cumpliendo su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo a través de la jerarquía, que enseña en su nombre y con su autoridad, sino también por medio de los laicos, a quienes, por ello, constituye en testigos y les ilumina con el sentido de la fe y la gracia de la palabra, para que la virtud del Evangelio brille en la vida cotidiana, familiar y social ".(6)

En el momento culminante del proceso ante el gobernador romano, Jesús se vio emplazado a responder a una pregunta peligrosa con la que Pilato le apremiaba: "Entonces, ¿eres rey?". La respuesta de Jesús no dejó lugar a dudas: "Soy rey, como tú dices. Y mi misión consiste en dar testimonio de la verdad. Precisamente para eso nací, para eso vine al mundo." Poco antes había descrito el peculiar carácter de su reino: "Mi reino no es de este mundo", con lo cual no afirmaba que nada tuviera que ver con este mundo, sino que no funcionaba según las coordenadas de nuestros reinos y estados terrenos, porque "si mi reino fuera de este mundo, mis seguidores habrían luchado para impedir que yo cayese en manos de los judíos." (Jn 18,33-37). De sobra sabemos que el reino de Dios que Jesús tenía en su mente "es totalmente del más allá, es sobrenatural: sólo procede de Dios, de arriba. Pero al rnismo tiempo es totalmente de este mundo.
Cuando llega el reino de Dios, los hambrientos quedan saciados, los tristes consolados, se ama a los
                                                          
4  Cf. Ritual del Bau'ismo.

5  Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 10.

6 Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 35.

 

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enemigos, uno no se preocupa, y vive como los pájaros del cielo y las flores del campo".(7) Que la comunidad nacida de la Pascua, toda ella, comparte la condición regia de Cristo es convicción asumida desde los primeros tiempos. Basta recordar aquella advertencia de la primera carta de Pedro: "Pero vosotros sois 'raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su posesión', destinado a cantar las grandezas del Dios que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa" (1 Pe 2,9).

Evidentemente, la fuente del ser cristiano está en el Bautismo y la Confirmación. Ésta comunica el don del Espíritu Santo precisamente para dar firmeza a todo el dinamismo crístico déspertado por el Bautismo. Por lo tanto, todo cristiano es titular de ese dinamismo, que lo hace sacerdote-profeta-rey, por su propia naturaleza de cristiano. ¿Qué significado tiene este carácter crístico de sus miembros para la vida de la Iglesia?

1º.  Que en la nueva religión, nacida de la Pascua, se ofrece el sacrificio de una vidá cumplida "según Dios", y todos los "consagrados" están llamados a ejercer ese sacerdocio existencial en las tareas cotidianas de su vida personal, famillar, profesional, social y política.

2º.  Que la gran tarea o misión de esa nueva comunidad religiosa es dar testimonio del rostro paterno/materno del Dios que la ha llamado de las tinieblas a la luz, rostro que los bautizados conocen y han experimentado en el claroscuro de la fe. Y que esta tarea profética compete igualmente a todos.

3º.  Que, gracias a esa clarividencia que permite a los creyentes en Cristo descubrir los signos del reino en la pobre realidad cotidiana, están equipados para anunciar y dar testimonio de lo que han visto y oído, a saber: que Dios ya ha empezado a reinar, a despecho de ambigüedades y miserias.

4º.  Y por ello están llamados a cooperar, con su humilde trabajo, para dar cauce al reinado de Dios en la realidad tantas veces hostil de este mundo; tarea aparentemente imposible, pero garantizada por Dios.

5º. Finalmente, que ese "ser" y esa "tarea" se reciben como gracia. Nadie puede apropiárselos en exclusiva, ni vivirlos fuera de la comunión, como más adelante se explicará, sin olvidar que:
-   El "ser" y "actuar" del cristiano no son una concesión o condescendencia de los pastores hacia los fieles laicos.
-   Podría decirse que los laicos cristianos, al "consagrar el mundo" en las tareas seculares, actúan 'en persona de Cristo' de forma análoga a como se dice que el presbítero actúa 'en persona de Cristo' en la celebración de la Eucarist:ía.(8)
Y puesto que tienen la unción del Santo(9), poseen el "sentido de la fe"(10),  por lo que sus

                                                                      

7    B. Klappert, Reino, en L. Coenen y otros. Diccionario Teológico del Nuevo Testamento IV, Salamanca 1984, PP.
         78-79.
8    Cf. J. A. Estrada, La identtdad de los laicos, Madrid 1990. p. 173.

9  Cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium. 12.

10 El sentido de la fe, "según la descripción corriente en la teología actual podría decirse que es como una especie de "instinto sobrenatural" por el cual los bautizados, en virtud del Espíritu Santo presente en sus corazones, tienen la capacidad de aceptar o rechazar, de descubrir y de acoger de forma intuitiva, una verdad doctrinal o una actitud existencial del hombre, como conforme o no, al núcleo del mensaje de salvación revelado en Cristo". Cf. A. M. Calero, El laico en la Iglesia. Vocación y misión. Madrid 1997, 105.

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intuiciones, particularmente sobre los asuntos relacionados con la vida secular, han de ser tomados en consideración con respeto y audacia por los pastores de la Iglesia.

 

2.  LA IGLESIA ES PUEBLO SOLIDARIO Y SAMARITANO, CUYAS SEÑAS DE IDENTIDAD SON "COMUNIÓN" Y "MISIÓN".

Cuando la Iglesia recupera la identidad, sus hijos tienen la sensación de que una bocanada de aire fresco ha entrado en la casa y se respira mejor. El Concilio Vaticano II ventiló las habitaciones de nuestra Iglesia, que se estaban quedando enmohecidas y tristes. Por lo que se refiere al asunto que nos reúne, alumbró una eclesiología que tuvo consecuencias mayores sobre la teología del laicado, gracias a las nuevas perspectivas que la Iglesia puso en circulación al cuestionarse su propia identidad: "Iglesia, ¿qué dices de ti misma?", y responder: Que soy (o debo ser, pues en ello me va la vida) un pueblo solidario y samaritano.

 

2.1. La Iglesia es pueblo de Dios

El Concilio inicia su principal documento, la Lumen gentium, con un capítulo dedicado al misterio que es la Iglesia, para pasar inmediatamente a describirla como pueblo de Dios. Esta perspectiva pone de relieve que los laicos están llamados a participar en el mismo fin apostólico de la Iglesia, lo cual mereció del propio Concilio las siguientes precisiones(11):

-  Que la Iglesia tiene una misión, la misma para todos los que en ella se implican, aunque los ministerios, es decir, los servicios a través de los cuales se realiza esa misión sean múltiples y diversos, en conformidad con el carisma o encargo que cada cual, clérigo, laico o religioso, ha recibido.

-  Que esta diversidad no es obstáculo para una "auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción".

-  Que la única misión en la que todos los cristianos participan no es otra que la de dilatar el reino de Cristo y de Dios, como ha quedado indicado en la afirmación número uno, sobre la fuente del ser cristiano. Sin embargo, a los laicos corresponde la tarea más directa y ardua de esa construcción del reino. Puesto que tienen encomendada la gestión y desarrollo del mundo, ellos tratan "de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios". Por lo que "hacen presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos".

-  Que en esto consiste el apostolado, en anunciar el reinado de Dios y en transformar la realidad según el modelo de ese reino que se anuncia, como signo de que el don ya está presente. ¡Y todo
                                                                      

11  Cfr. Concilio Vaticano II Lumen gentium, 30, 31, 32,33. Apostolicam actuositatem, 5-7, 20. Evangelii nuntiandi, 8, 9, 12, 17-20.

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 esto es pura gracia!

2.2.      La Iglesia ha sido enviada al mundo para ser solidaria con él y su servidora

Esta nueva perspectiva compagina una teología que valora positivamente las realidades temporales, una identidad basada en la misión (la razón de ser de la Iglesia es su misión servicial o samaritana hacia el mundo), y la autocomprensión de la Iglesia como sacramento de salud para el mundo.

Desde esta triple perspectiva, la Iglesia se define como fermento (12), precisamente por exigencias de su carácter dialogante y solidario (GS 1), y de la connatural implicación secular o mundana de la evangelización.

Pero esa implicación secular de la evangelización(13), que se ha de cumplir a través del laicado, no quedaría descrita con justeza con la imagen de una "manus longa", como si los seglares fueran la "quinta columna" o la mano larga y semioculta de la Jerarquía de la Iglesia. La autonomía del mundo no lo toleraría. Además, se tendría la sospecha de ceder a un juego oportunista: introducir a los laicos porque el mundo ya no admite a los clérigos.

La razón de esa intervención laical está en que son las experiencias vitales propias de los laicos (el matrimonio, la profesión, la vida política y sindical, en una palabra, todo lo que integra la secularidad) las que, salvadas desde dentro de sí mismas, constituyen los materiales con los que se edifica el reino de Dios. Así se cumple el sacerdocio, el profetismo y la realeza de Cristo, que corresponde a  bautizados como partícipes del ser crístico(14).

2.3.      La Iglesia es “sacramento”de salvación

Ser "sacramento" -signo que anuncia y, en su pobreza, ambigüedad y limitación, también realiza una utopia' soñada- es la perspectiva que aparece al principio de la Lumen gentium como otra de sus líneas directivas. Comporta, por parte de la Iglesia, la fidelidad a la '2ey de la encamación'.' La encarnación es misterio fundamental del cristianismo y marca su vida teológica y operativamente, puesto que el hombre sólo llega a su plenitud soñada al ser asumido por el Verbo encarnado(15).
                                                          

12  Allí [en el mundo) están llamados por Dios [los cristianos laicos) a cumplir su propio cometido, guiándose por el espiritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo...". Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 31.

13 Bruno Forte denomina esta característica como "laicidad de la Iglesia", cfr. Laicado y laicidad, Salamanca 1990, pp. 61-72

14  Cfr. Concilio VaticanoII, Lumen gentium, 34-36. Gaudium el spes, 34-39.41-45. Evangelii nuntiandi, 70.

15 Tal es el sentir de San Ireneo de Lyon, cumbre teológica del siglo II. El hombre es, para Ireneo, un ser en constante proceso. Fue "creado para trascenderse", y sólo quedará definitivamente "vigorizado con su propia superación". Tal superación y trascendencia no es posible para el hombre, pero sí para Dios. El Verbo encarnado "hace que Dios asuma al hombre y que el hombre se entregue a Dios". De este modo, "la Palabra se convirtió en dispensador de los dones del Padre en provecho de los hombres... mostrando a Dios a los hombres y presentando los hombres a Dios. Pues la gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre es la visión de Dios". Cfr. una síntesis del pensamiento de San Ireneo en 3.1. González Faus, La humanidad nueva, Santander 1984, PP. 372-382.

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De aquí la tensión eclesial por mantener esa doble fidelidad: a la humana realidad, con todo lo que tiene de reflejo de Dios-Creador y de grito angustiado por alcanzar la plenitud soñada, y al Señor Jesús, que en el proceso histórico de su encarnación hasta la muerte y la resurrección revela el "más allá" de las posibilidades mundanas y anima a plenificar la realidad de nuestro mundo y de su historia, disparándonos hacia el deseado imposible y salvándonos de la inevitable limitación de lo creado, que gracias a Dios ya es potencialidad ilimitada. Este carácter "sacramental" de la Iglesia la convierte en una reserva de utopía principalmente en las épocas en las que, como en ésta que nos ha tocado en suerte, predominan los realismos rampantes.

2.4.    “Comunión" y “misión”, señas de identidad de la Iglesia

Lo que hace ser a la Iglesia pueblo solidario y samaritano, es su fisonomía comunional y la tarea que le ha sido encomendada. La comunión constituye el "misterio" de la Iglesia(16); tiene su raíz en la sorprendente novedad de Dios, que es Trinidad, lo cual significa que "Dios es comunidad", "Dios es familia", "Dios es comunión". Él convoca y conforma a su Iglesia según su propio ser comunional: "La Iglesia universal se presenta como 'un pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"', como recuerda Juan Pablo II, citando a San Cipriano(17).

Evangelizar es la meta de la comunión, según el sentir de Juan Pablo II(18). Evangelizar es anunciar a los hombres y mujeres de cada momento concreto de la historia que Dios es nuestro futuro y que en la comunión con él está la garantía de una esperanza que da vida al mundo. Y esa nueva forma de vivir transforma la historia humana hasta convertirla en reino de Dios.

2.4.1. Una palabra sobre la comunión eclesial

La comunión eclesial no puede ser explicada con categorías sociológicas, no basta un recuento de mayorías y minorías para establecer, en términos de consenso, los límites de la comunión. Tampoco es suficiente una coincidencia formal en la doctrina, la moral y los ritos sacramentales válidamente realizados, aunque ciertamente la comunión eclesial conduce a una misma profesión de fe, a un comportamiento concorde con quien ya ha resucitado con Cristo, y a la celebración comunitaria de los misterios que nos dieron nueva vida. Pero -más allá de la sociología y previo a la coincidencia doctrinal, moral y celebrativa- está la comunión eclesial. Ésta ahonda sus raíces en la experiencia compartida del Resucitado. La Iglesia existe gracias a un anuncio esperado e increíble al mismo tiempo: ¡Jesús vive! ¡Ha resucitado! Este anuncio, de acuerdo con la experiencia del Apóstol Juan y el testimonio del libro de los Hechos, crea comunión. (19)
                                                          
16  Cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium. cap. 1.
17  Juan Pablo II, Christifideles laici, 18.
18 Juan Pablo II Chritifideles laici, 32: “La comunión con Jesús, de la cual deriva la comunión de los cristianos entre sí, es condición absolutamente indispensable para dar fruto: "Separados de mí no podéis hacer nada"... y esencialmente se configura como comunión misionera”
19  “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que han visto nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunióncon nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo, Jesús Mesías.” (1 Jn 1,1-3). El libro de los Hechos describe un proceso semejante, a propósito del anuncio de Jesús resucitado en el mismo día de Pentecostés: "Estas palabras les llegaron hasta el fondo del corazón; así que dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: '¿Qué debemos hacer, hermanos?' Pedro les contestó: 'Convertios y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo a fin de obtener el perdón de vuestros pecados. Entonces recibiréis, como don de Dios, el Espíritu Santo... “Los que aceptaron con agrado la invitación, se bautizaron y aquel día se unieron a los apóstoles alrededor de tres mil personas. Y eran constantes a la hora de escuchar la enseñanza de los apóstoles, de compartirlo todo, de celebrar la cena del Señor y de participar en la oración." (Hech 2, 37-42).

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Crea comunión porque el anuncio evangelizador no es pura enseñanza, sino transmisión de una experiencia total, apabullante. Quien acoge este anuncio no es un alumno que aprende lecciones; es un ser humano tocado en lo hondo, allí donde empieza a crecer el deseo de revivir la misma experiencia de encuentro con el Resucitado. Se produce una ósmosis, una profunda relación interpersonal: la experiencia de Cristo, que el heraldo ha vivido, se comunica a quien acoge su pobre palabra y experiencia creyente, y uno y otro se reencuentran viviendo en el mismo Cristo, Señor de sus vidas. Ya no hay únicamente una profunda relación entre ambos, sino que su "comunión" es también con Cristo y con Dios, o mejor, en Cristo y en Dios Padre. Ha nacido la comunión eclesial.

La comunión eclesial tiene un sentido mistérico (místico), es decir, de comunión con la persona del fundador que ha resucitado y vive para siempre, antes que con su obra; y un sentido de encuentro de personas que se comunican la experiencia de Cristo. Sólo a través de esta doble experiencia logramos vislumbrar qué es la Iglesia y para eso la necesitamos. Pues, para un conocimiento histórico o doctrinal del líder y para profundizar en sus planteamientos éticos hubiéramos podido dirigirnos a una biblioteca sin necesidad de encontramos con la Iglesia.

Recordemos también que es el Espíritu el artífice de la comunión eclesial y el que la acompaña, la previene y la comanda, desbordando los proyectos humanos. Su libertad es imprevisible, como la del viento(20). Su riqueza es fuente de fecundidad, ya que, si en todos suscita una misma profesión de fe: "¡Jesús es Señor!", "a cada uno" proporciona una manifestación particular de su riqueza "para el bien común "(21)

La categoría de "comunión" pide que cada Iglesia deba construirse como un tejido de verdaderas relaciones interpersonales, cuyo nivel primordial es el de la Iglesia diocesana, sin olvidar -en ello le va la vida, porque es Iglesia católica- que esa comunión es, a su vez, apertura e interacción con las demás Iglesias con las que constituye la universal Iglesia de Cristo.

Esas relaciones interpersonales van más allá del trato afectuoso entre unos y otros; son el empeño por aunar esfuerzos, por cooperar activamente para llevar a puerto la nave de la Iglesia y para realizar, con la máxima incidencia posible, la tarea que el Padre le ha encargado. De una vez por todas hemos de convencernos de que sólo evangeliza la Iglesia, la comunidad de la Iglesia. Los evangelizadores "por libre" están condenados a la más penosa esterilidad, por brillantes y entregados que sean. Asi, pues, cuando ese tejido de relaciones interpersonales resulta imposible, bien sea por tensiones afectivas o por déficits de corresponsabilidad, está cuestionada la existencia auténtica de la Iglesia y de su misión(22).

20  "El viento sopla donde quiere, y oyes su ruido, aunque no sabes de dónde viene ni adónde va. Eso pasa con todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,8).

21. 1 Cor 12, 3.7-10.

22  Cf. Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, El Laicado: Identidad cristiana y misión eclesial, nº 28: "Una concepción de la Iglesia basada unilateralmente en la jerarquía, reduciría al anonimato y a la pasividad a la rnayoría del Pueblo de Dios y, en consecuencia, separaría o alejaría a la Iglesia del mundo. Por el contrario, una Iglesia que busque constintuirse y aparecer como imagen del misterio de amor trinitario será en medio de nuestro mundo "como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios  y de la unidad de todo el género humano" (LG 1), respondiendo así a su vocación más profunda."

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La comunión, como se ha dicho, se realiza a través del ejercicio de la corresponsabilidad. La “communio” eclesial tiene una fuerza vinculante intrínseca. Es cierto que la tarea que incumbe al ministerio de los pastores no puede ser dividida y repartida entre todos. Cada cual en la Iglesia tiene el ministerio que el Espíritu le ha dado. El pastor tiene la comprometida tarea y responsabilidad de discernir autorizadamente, tanto en el terreno de la doctrina como de la práctica apostólica; éste es el encargo que ha recibido, ésta su aportación sinodal para la edificación de la Iglesia. Pero con ella se acopla otra aportación sinodal, la de los presbíteros y laicos, que no puede lirnitarse a 'obedecer pasivamente las decisiones de los pastores, sino que han de proporcionar los elementos de juicio con los que el pastor llegará a formular un juicio vinculante (23). Esta aportación sinodal de los fieles es posible gracias al don del Espíritu derramado sobre todo el pueblo de Dios y comporta toda la fuerza vinculante de la "communio". Así resulta que el procedimiento eclesial es bastante más complejo y respetuoso con la hondura de la verdad que la simplicidad de la dialéctica mayoría "versus" minoría, al uso en las agrupaciones democráticas.

2.4.2.        Otra palabra sobre el reto de la evangelización

Es difícil que podamos postergar -a pesar de las peculiares dificultades que estamos viviendo en nuestras Iglesias, pobres y esquilmadas por la despoblación y el envejecimiento de sus habitantes- la evangelización de la secularidad y la co-edificación de las comunidades cristianas mediante ese protagonismo más acusado de los seglares que reclama el carácter comunional de la Iglesia, además del carácter secular de la evangelización. Protagonismo que nunca se pondrá en práctica si los laicos no son acompañados pastoralmente por los presbíteros y si nuestras Iglesias no entienden que la tarea realizada por los laicos es verdaderamente eclesial.

Respecto de la evangelización se ha hablado tanto, en los últimos tiempos, que temo resultar tedioso si me pongo a describir su naturaleza. Pero sí que me parece útil recordar que el anuncio evangélico ha de tener en cuenta la sensibilidad vigente en los destinatarios, si quiere conectar con ellos; de lo contrario caeríamos en un estéril diálogo de sordos. Cuatro coordenadas me parece que enmarcan suficientemente la situación cultural con la que ha de vérselas la Iglesia en los tiempos que corren:
- La conciencia de adultez, autonomía y libertad que han alcanzado las sociedades desarrolladas, como fruto de la ilustración y de la modernidad.
  - Su decidida apuesta por la “sociedad del bienestar”, como consecuencia del desarrollo
científico-técnico y del crecimiento de la iniciativa pública.
- El desencanto postmoderno, como crítica a las "divinas palabras" y a las promesas  incumplidas, pero también como reacción subconsciente ante el vacío de valores.
- La sensación de injusticia generalizada, que se abre paso en un número creciente de    conciencias, ante la dolorosa realidad de una "aldea global" en la que dos terceras partes de los "aldeanos" carecen del mínimo decente para subsistir (sociedad dual o sociedad de los tres tercios).
¿Qué papel ha de jugar la Iglesia en esta encrucijada? El proceso de emancipación cultural

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23 Cf. Sinodalidaden NDT: 1671. Citado por S. Pié en La imposible restauración. Del Sínodo sobre el Concilio al Sínodo sobre los Laicos, VV.AA. (Madrid, PPC, 1986), pág. 286.

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puesto en marcha por la modernidad, admira los valores con calidad pero desconfía de las prédicas moralizantes; se siente atraída por los testigos mientras que es reticente frente a los maestros; admite compañeros de viaje pero no “dómines de palineta”.. Nos guste más o menos, esta sensibilidad ha cuajado tanto en la entraña misma de nuestra cultura que la ha vuelto refractaria a todo lo que suena a tutelaje, discurso moralizador o sometimiento heterónomo. Tal vez aquí encontremos una de las raíces de tantos comportamientos reticentes hacia lo religioso.

Con estos condicionamientos de poco sirve la convicción de poseer una buena verdad ni la pretensión de difundirla por todos los medios a nuestro alcance. Una Iglesia que se siente enviada al mundo como Cristo, no para condenar sino para salvar(24), ha de buscar la empatía con sus destinatarios o, de lo contrario, su testimonio quedará baldío(25). En consecuencia, una Iglesia que quiera evangelizar la secularidad ha de subrayar cuatro acentos:
a) Su capacidad profética, es decir, de poner en contacto con la Palabra de Dios en su dimensión más substancial de diálogo por el que Dios ofrece salvación al hombre. Y su capacidad servidora o samaritana, es decir, de ponerse a sí misma en relación de dependencia respecto a los que sirve, que son prioritariamente -conviene advertirlo desde el principio-  "los pobres", "lo perdido", "los oprimidos"(26), en una palabra, "lo insignificante". Hoy el lugar donde se anuncia la Palabra, se sirve a los perdidos y, en definitiva, se establece el diálogo evangelizador es la vida secular. ¿Cómo hacerlo si los laicos no asumen en ello un protagonismo decisivo?
b) Su comprensión del mundo desde el amor, porque se siente enviada, como Cristo, para salvarlo. No debe ver al mundo como algo negativo y sospechoso, sino como el destinatario de la Palabra-diálogo de Dios y el que ha de ser servido por su actitud samaritana. Y ha de sentir una preocupación especial por el lenguaje, por su inteligibilidad, para hacerse accesible al pueblo y a los sencillos. ¿Cómo no contar para lograrlo con la peculiar aportación de los laicos?
                                                          

24 "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea no perezca, sino tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él. El que cree en é1 no es juzgado; el que no cree ya está juzgado, por no creer en el Hijo único de Dios. El juicio versa sobre esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz." (Jn 3,16-19).
25 Los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria entienden que "una actitud positiva de diálogo con el mundo ayuda a evitar algunas tentaciones" y señalan tres: el eclesiocentrismo (colocar a la misma Iglesia en el centro de su preocupación y actuación), el clericalismo (imaginar a la Iglesia competente para dictar al mundo lo que ha de hacer en los asuntos temporales, a partir de su conciencia de poseer una verdad nascenente, válida para todos y para siempre) y confundir laicidad con laicismo. (Carta de Cuaresma y Pascua de 1996: El Laicado: Identidad cristiana y misión eclesial, nº 31).
26 Ciegos recobran la vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la buena noticia" (Mt 11,5). "Alegraos conmigo, porque encontré la oveja perdida". "Alegraos conmigo, porque encontré la dracma perdida". "Porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado". "Había que hacer fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado" Lc 15.6.9.24.32). "El Espíritu del Señor sobre mí, porque él me ha ungido para... poner en libertad a los oprimidos" (Lc 4,18).
Adviértase que con este sevicio se produce una corrección radical y paradójica de los puntos de vista y de los criterios con los que grupos e instituciones plantean la negociación de su identidad social. Para esta Iglesia "lo importante es "lo insignificante" en cada momento histórico y en cada sociedad. Así es como esta Iglesia se convierte inevitabímente en la "abogada de las causas perdidas": los gitanos, los inmigrantes, los hispanos, los drogadictos, los..., los... constituyen el objetivo fundamental de su servicio. ¡Lo cual no le va a dar mucho prestigio social ni apoyo popular!

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c) Situarse dentro del mundo -ni al margen, ni por encima- y en actitud solidaria con él, porque sabe que su acción está llamada a coincidir y colaborar con otros muchos factores, que sirven en el mundo y de los que el mundo se sirve. Ignorar esta actitud llevaría a construir un “mundo cristiano” en confrontación con el mundo al que ha sido enviada para salvar. ¿Habrá que recordar una vez más la parábola de la levadura, que el Concilio Vaticano II aplicó de forma sugestiva al modo de evangelizar de los laicos?
d) Ser factor de innovación, no de involución o domesticación de los impulsos renovadores que constantemente suscita el mismo Espíritu que desde el principio se cernía sobre las aguas. Impulsar la utopía cristiana de la justicia total me parece una exigencia del carácter profético y servidor de la Iglesia, que la aboca inevitablemente a transformar la sociedad.

¿Es posible realizar todo esto sin una presencia cualificada de los laicos? De ahí que a nuestras Iglesias les vaya la vida en potenciar un laicado maduro y adulto en la fe, a pesar de las dificultades con las que todos los días nos topamos.

 

3.   EL "CARÁCTER SECULAR", GLORIA Y CRUZ DEL LAICADO CRISTIANO

Después de lo dicho, va quedando claro -al menos así lo espero- que el laico constituye lo que podríamos llama el "modelo básico" del ser cristiano: tiene lo substancial e imprescindible para que el automóvil funcione. La misión del pastor ha de ser descrita a partir de ese modelo básico, como un ministerio a su servicio para que el pueblo cristiano sea lo que debe ser: un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes. Del rnismo modo, la misión del laico viene diseñada por su "carácter secular", si asumimos el sentido del número 15 de Christifideles laici, que es como la carta magna de la seglaridad. Part:iendo de la doctrina conciliar, afirma rotundamente que esa condición secular no es un mero y evidente dato sociológico (el laico, quiéralo o no, vive sumergido en los variados y complejos asuntos de este mundo), sino que además es la forma natural que el laico tiene para ser cristiano, para vivir como miembro de la Iglesia y para llevar a puerto su misión. Su condición secular es propiamente "una realidad teológica y eclesial" Conviene leer el texto en toda su amplitud y riqueza:

"La común dignidad bautismal asume en el fiel laico una modalidad que lo distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la religiosa. El Concilio Vaticano II ha señalado esta modalidad en la índole secular: "El carácter secular es propio y peculiar de los laicos".[...] El Concilio describe la condición secular de los fieles laicos indicándola, primero como el lugar en que les es dirigida la llamada de Dios: "Allí son llamados por Dios". [...] Considera su condición no como un dato exterior y ambiental, sino como una realidad destinada a obtener en Jesucristo la plenitud de su signLficado". [...] De este modo, el "mundo" se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos, porque él rnismo está destinado a dar gloria a Dios Padre en Cristo. No han sido llamados a abandonar el lugar que ocupan en el mundo. El Bautismo no los quita del mundo, sino que les confía una vocación que afecta precisamente a su situación intramundana. [...]De este modo, el ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial. En efecto, Dios les manifiesta su designio en su situación intramundana, y les comunica la particular vocación de "buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios". [...] La condición eclesial de los fieles laicos se encuentra radicalmente definida por su novedad cristiana y caracterizada por su índole secular" (ChL 15).

Aunque los términos teológicos son precisos y, en este caso, suficientemente claros, nunca está de

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de más recordar cuáles son esas tareas en las que se concreta y ejercita la condición secular. Estamos hablando de “personas que viven la vida normal en el mundo, estudian, trabajan, entablan relaciones de amistad, socillles, profesionales, culturales, etc.” (ChL 36). Haciendo todo eso según los valores del Evangelio es como sirven a la persona y a la sociedad: "En esta contribución a la familia humana de la que es responsable la Iglesia entera, los fieles laicos ocupan un puesto concreto, a causa de su 'índole secular', que les compromete, con modos propios insustituibles, en la animación cristiana del orden temporal" (Ibid.).

Los valores del Evangelio se manifiestan, particularmente en los tiempos actuales, cuando se promueve la dignidad de la persona, cuando se venera el inviolable derecho a la vida, cuando se defiende la libertad para invocar el nombre del Señor y para vivir con dignidad de personas humanas, cuando se asegura a la familia su papel de lugar primario de humanización de la persona y de la sociedad, cuando se alimenta una solidaridad con los hermanos fundamentada en la caridad, cuando se hace de la participación en la política una actuación destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común, cuando se lucha para que sea el hombre y no otros intereses el centro de la vida económico-social, cuando, en fin, mediante todo lo anterior se logra que la fe cree cultura(27).

En todo esto que constituye la entraña de la "mundanidad", una mundanidad invitada a ser fecundada por el Evangelio, es donde la Iglesia del Vaticano II reconoce la pericia del laico. Los laicos cristianos son peritos en mundanidad. Es lo que "lo distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la religiosa" (Juan Pablo II).

He dicho que esta condición o carácter secular es la gloria y la cruz del laico cristiano. En efecto, la tarea de transformar el mundo según la maqueta de las Bienaventuranzas es una tarea apasionante, pero a la hora de ponerla en práctica se acostumbra a chocar, en nuestras Iglesias, con dos escollos notables: uno, su evidente dificultad. ¡Cuántas veces, el laico acosado por la hostilidad del mundo, prefiere buscar el abrigo del hogar que es la Iglesia! Pero no para recuperar fuerzas, sino para quedarse cómodamente en casa. El otro escollo podríamos ser nosotros, los pastores. Una Iglesia que ha padecido de encefalitis, y no sé si está del todo curada, ¿cómo asume ese carácter secular de la evangelización y la específica aportación de los laicos? Tengo la impresión de que los pastores no estamos dedicando todo el tiempo e interés que sería preciso para discernir esas dimensiones seculares de la evangelización y para promover y acompañar decididamente a los laicos que han de realizarlas.

 

 

 

 

                                                                      

27       Vid. los números 37 al 44 de Christifideles laici donde se exponen pormenorizadamente esas tareas seculares con las que el laico evangeliza de un modo peculiar