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COMISIÓN EPISCOPAL DE MINISTERIOS ORDENADOS. FRANCIA.

En nuestras comunidades, proponer hacerse sacerdote

Esta Carta ha sido presentada a los católicos de Francia por la Comisión Episcopal de Ministerios Ordenados. Se ofrece como un instrumento de trabajo puesto a disposición de los obispos. A cada uno de ellos corresponde concretar la utilización del mismo, con la colaboración de su Servicio Diocesano de Vocaciones.
                                               Lourdes, 10 de noviembre de 1999

Hermanos y hermanas en Cristo:

La llamada al ministerio de sacerdote diocesano no cesa de preocuparnos. Ocupa el centro cordial de nuestra oración y de nuestra reflexión. Este tema despierta fuertemente la atención en cada Asamblea Plenaria anual de nuestra Conferencia Episcopal, que tiene lugar en Lourdes, y en cada uno de los encuentros entre obispos de una misma Región apostólica.


Vosotros sois testigos de lo que decimos: cada uno de vuestros obispos no pierde ocasión de recordaros el valor que se asocia a esta vocación. No sólo porque ella es la que anida principalmente en su corazón, sino porque es de necesidad vital para la vida de la Iglesia. Vosotros sabéis bien hasta qué punto cada uno de vuestros obispos permanece interesado por la marcha de su Servicio Diocesano de Vocaciones.


Pero esta inquietud no es exclusiva de los obispos de Francia. El Sínodo de obispos celebrado en Roma en 1990, que se planteó sobre «la formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales» ha dedicado una parte importante de sus trabajos al despertar de las vocaciones para sacerdote. La exhortación apostólica de Juan Pablo II Pastores dabo vobis (1992), que nos ha proporcionado las conclusiones del Sínodo, contiene una muy rica enseñanza sobre «la vocación sacerdotal en la pastoral de la Iglesia». El Congreso sobre vocaciones que se ha desarrollado en Roma en 1997 ha dado a esta cuestión una dimensión europea. Su documento final titulado “Nuevas vocaciones para una nueva Europa” es de gran valía. En el transcurso del sínodo para Europa que se ha celebrado en Roma en octubre de 1999, los obispos de los cuarenta y dos países representados han expresado de manera insistente la importancia del ministerio de los presbíteros, porque “Jesucristo viviendo en medio de su Iglesia sea fuente de esperanza” en cualquier parte en nuestro Continente.


Sin duda alguna vosotros compartís nuestras inquietudes ante la disminución del número de aquellos que son nuestros más inmediatos colaboradores: los sacerdotes diocesanos. Esta cuestión  os preocupa enormemente si se juzga por el afecto que profesáis a vuestros sacerdotes, y también por la inmensa alegría que manifestáis cuando se anuncian órdenes.


No nos podemos contentar con aceptar pasivamente que “los tiempos cambian”. Con vosotros, queremos afrontar la situación cara a cara. Junto con vosotros, queremos asumir nuestras responsabilidades para mejor vivir el presente de nuestra Iglesia desde el punto de vista del número de presbíteros. Junto a vosotros, queremos preparar el futuro. Con vosotros, queremos continuar lanzando la llamada.

Os proponemos en esta Carta el itinerario siguiente:

I                         Antes que nada, daros las gracias. Para nosotros obispos, si la vocación de sacerdote sigue siendo una viva preocupación, es en primer lugar un motivo de inmensa acción de gracias que os invitemos a compartirla.

II            Preguntarnos por las causas de “la crisis de vocaciones”. El escaso número de ordenaciones engendra con frecuencia entre nosotros cierta mala conciencia. Sin pretender quedar exentos de toda culpa y error en cuanto a suscitar vocaciones al presbiterado, es preciso que procedamos a un análisis más pausado de las dificultades presentes.

III          Prestar  atención sobre el papel del ministerio de los presbíteros, para la Iglesia y para el mundo. Bajo este epígrafe, quisiéramos buscar con vosotros que respuesta es necesario dar a esta simple cuestión: “¿por qué  razón, pues, tenemos necesidad de sacerdotes?

IV          Tomar la iniciativa de la llamada. Importa que tengamos bien claro qué es eso de proponer hoy día el sacerdocio ministerial.

V           ¿Qué podemos hacer nosotros en unión?.  Este último capítulo será el de las iniciativas. Os confiaremos aquellas que nos parecen las más oportunas. Os invitaremos a comunicarnos cómo las recibís, sobre todo para poder enriquecerlas.

Nuestra reflexión va a fijarse sobre todo en la llamada al ministerio de presbítero diocesano. Comencemos por recordar qué son los presbíteros diocesanos.

Algunos sacerdotes pertenecen a un instituto de vida consagrada. Tienen por vocación, entre otros miembros del mismo instituto, el irradiar uno de los muchos carismas de santidad con los que el Espíritu Santo enriquece a la Iglesia en el transcurso de su historia. Muchos entre ellos, con la anuencia de su superior, ejercen una parte importante de su ministerio, algunas veces todo su ministerio, al servicio de una diócesis concreta, bajo la dirección del obispo. Los sacerdotes diocesanos, en cuanto se refiere a ellos, pertenecen a una diócesis. Están unidos al obispo y al pueblo de esa diócesis. Son considerados los colaboradores inmediatos de su obispo, para el servicio apostólico de la Iglesia local de quien han recibido el cargo, quedando siempre, para cada uno de ellos la posibilidad de ser enviado por un  tiempo al servicio de otra Iglesia más pobre, en cualquier otra parte del mundo. Su fidelidad a la diócesis a la que pertenecen es imagen de la fidelidad de Cristo a su Iglesia extendida por todo el universo.

I – En primer lugar, dar gracias

Gracias en primer lugar a Dios Padre, a Jesucristo su Hijo Nuestro Señor y al Espíritu Santo, por el ministerio ordenado. Por todos los ministros ordenados, el nuestro, por el de los diáconos, y particularmente por el ministerio de los presbíteros. Obispos, nosotros podemos ser testigos de esto: si hemos llegado a ser presbíteros, es ciertamente porque Dios ha tenido la iniciativa de llamarnos. Ninguno puede atribuirse a sí mismo el honor de pertenecer al ministerio por el que Cristo construye su Iglesia, para que ella sea en el mundo el gran Sacramento de Salvación. Nosotros oímos con frecuencia este mismo acto de fe cuando nos es concedido el participar en profundidad con nuestro hermanos sacerdotes o con los seminaristas. Damos gracias a Dios que cuanta así con hombres frágiles y pecadores para la santificación de su Pueblo.
Hoy, como en tiempos más boyantes , nosotros ordenamos sacerdotes. Cualquiera que sea su número, son un regalo precioso que Dios nos hace.

Gracias a los sacerdotes, a los de ayer y a los de hoy. Están con nosotros, los obispos, al servicio del único Pastor Jesucristo. Ellos entregan su sacerdocio activamente presente en nuestro mundo y en nuestra época.
Gracias a nuestros hermanos sacerdotes que viven como una gracia – y no como una carga más o menos pesada – el haber sido escogidos y enviados por la Iglesia como pastores. Día a día ellos se dejan conducir por el espíritu para ser cada vez más, siguiendo a Cristo (tras la huella de Cristo), servidores de Dios y de los hombres.
Gracias a nuestros hermanos sacerdotes que viven como una gracia – y no como la obligación de responder a una disciplina- la elección exigente del celibato para testimoniar que toda fecundidad espiritual, la de la Palabra y la de los Sacramentos, tiene su fuente en Dios. Ellos han entendido la llamada a dejarse amar por Dios para ser cada día más, siguiendo la huella de Cristo, testigos de la gratuidad de su amor.
Gracias a todos nuestros hermanos sacerdotes que viven como una gracia – y no como una situación de sumisión- la exigencia de obediencia a su obispo para dar testimonio de que no se es sacerdote por cuenta propia, sino que cada uno recibe su misión de la Iglesia para vivirla en colaboración fraterna con otros sacerdotes. Los sacerdotes escuchan la llamada a dejarse conducir por Dios para llegar a ser, a imitación de Cristo, servidores de Dios y de los hombres.
Gracias a los cristianos que aceptan a los sacerdotes por lo que ellos son: celadores de los misterios de Cristo para el mayor bien de todos. Gracias a las comunidades cristianas por manifestar, mediante la aceptación y comprensión del ministerio de los sacerdotes, que no tienen el origen en sí mismas, sino que todo les viene de Dios. Nos situamos de esta manera en el corazón mismo de nuestra fe. En efecto, Jesucristo, por su comunión con el Padre y por su acción mediante la fuerza del Espíritu, nos revela la vida trinitaria. Asombrados, descubrimos que en Dios, en su misma unidad, está íntimamente presente la relación con el otro. En este mismo aspecto de la revelación, descubrimos que ser hombre o mujer es ante todo recibir: recibir del otro y de los otros, de los acontecimientos, y en último término de Dios. No existe otro camino de humanización. Tal es al ley de la vida misma: no se puede vivir sin recibir la vida como don. Tal es el secreto del amor: no se puede amar sin ser antes amado. Los sacerdotes por ser unos enviados de Dios, manifiesta en la Iglesia que ella no puede vivir sin el don contante y sin el perdón venido del Padre.
Gracias a las parroquias, a los movimientos, a los servicios, a los grupos de reflexión o de oración, también a todas las comunidades religiosas, que osen con sus palabras o su simples gestos decir que no pueden pasar sin sacerdotes. Gracias a nuestros hermanos diáconos, a nuestros hermanos y hermanas laicos en responsabilidad eclesial por recibir a los sacerdotes que el Obispo envía a las comunidades como servidores indispensables a su propio servicio de Iglesia. Gracias a los fieles que no cesan de orar al Señor para que envíe a su Iglesia los sacerdotes que necesita para su misión. Gracias a todos aquellos que confían esta necesidad a los jóvenes y a los menos jóvenes, no en afán de “reclutar” sino porque son necesarios los sacerdotes para  el pueblo de Dios con el fin de que el Evangelio sea vivido y anunciado en nuestro mundo.
Y entre todas las comunidades cristianas, gracias de manera especial a las familias. Ellas han sido, y todavía es frecuente hoy día que sean, el crisol en el que numerosas vocaciones han podido nacer y madurar. Nosotros estamos convencidos de ello: no hay pastoral de vocaciones que pueda prescindir de una sólida pastoral familiar. ¡Qué tesoro tan grande el de los lazos de amistad entre las familias cristianas y los sacerdotes! Ellos hacen que se reconozca y viva mejor la complementariedad a la que unos y otros son llamados.
¡Abramos los ojos! Hoy día hay mil jóvenes adultos en los seminarios de Francia. ¿Sería esto posible sin la gracia de Dios? ¿No es preciso en primer lugar dar gracias?.
Las dificultades a causa del relevo de sacerdotes, no vamos a borrarlas. Pero vosotros, hermanos y hermanas en Cristo, y nosotros vuestros obispos, comencemos por bendecir a Dios, por lo que Él nos ha concedido ya y por lo que tendrá a bien darnos todavía, ¡como Él quiera, cuando Él quiera! Comenzar por dar gracias es una condición esencial para abordar con justicia las cuestiones que hoy día presentan entre nosotros, la promoción (el despertar) de las vocaciones sacerdotales y su desarrollo (resultado).

II – Preguntarnos por las causas de la “crisis de vocaciones”

 

En la mayor parte de nuestras diócesis, los sacerdotes son cada vez menos numerosos. En comparación con tiempos anteriores, conocemos situaciones de auténtica penuria.
Hermanos obispos, desde esta realidad estamos obligados a numerosas preguntas y en primer lugar a la que es la más propia de nuestro ministerio episcopal: ¿cómo mantener las exigencias de nuestro propio cargo de sucesores de los Apóstoles, en un mundo en el que la misión exige tan gran disponibilidad? Porque los sacerdotes son indispensables nos sólo para la animación de las parroquias, sino con los cristianos, organizados en movimientos o solos, para el diálogo de la fe, sobre las cuestiones vitales que se plantean en la sociedad. ¿Cómo vana  a hacer los sacerdotes frente a la sobrecarga, cuando les es difícil encontrar tiempo para la oración, para la renovación espiritual e intelectual,  para el diálogo cultural en un mundo que se transforma a paso agigantados y para el indispensable descanso? ¿Y qué hacer cuando les falta tiempo para vivir suficientemente en contacto con su comunidad y con toda una población? Es además muy legítimo para un sacerdote diocesano, aspirar simplemente a estar próximo a la gente.
La inquietud puede llevarnos, y a vosotros también, a una mala conciencia. Sin negar nuestra parte de responsabilidad en las dificultades que encuentran los jóvenes cristianos de este tiempo para pensar en ser sacerdote, necesitamos intentar ver más claro cuales son las causas de esta situación.
1 En primer lugar, ¡quizás seamos excesivamente dependientes de una problemática de crisis! Los sacerdotes no son lo suficientemente numerosos hoy día ¿pero lo han sido alguna vez? El número de bautizados que se muestra fiel al evangelio nos preocupa lo mismo! ¿Llegará quizás un día, un solo día en el que nos sintamos totalmente satisfechos? No debemos dejarnos obsesionar por la estadística de ordenaciones sacerdotales. No podemos ignorar tampoco que la Iglesia, inclusive en nuestro país, ha conocido largos periodos durante los cuales ha habido muy pocas ordenaciones, y a veces también muchas.
Fieles de Cristo que viven en un país de Europa occidental, nos ocurre que vivimos mal  nuestra situación de niños mimados de épocas anteriores en las que los sacerdotes eran numerosos, poco inclinados a transformar nuestras costumbres pastorales en función de la nueva situación, indecisos para compartir la situación con aquellos que, hoy día, en el mundo, son todavía más pobres. ¡Cuando  las riquezas disminuyen, el repliegue sobre uno mismo acecha!

  1.  Es necesario también que permanezcamos atentos al contexto de esta rara especie de los jóvenes que manifiestan su deseo de ser sacerdotes. No se inscribe en un difuso temor de compromiso que marca muy fuertemente a nuestras sociedades occidentales tanto en el plano político o asociativo como en el plano familiar o religioso? Se habla en este sentido, en particular referido a los jóvenes, de una profunda ‘crisis de creer’. Creer, aquí, en el sentido de otorgar la confianza: no solamente a Dios, sino también al otro y a los otros, y también a uno mismo. Para muchos, de hecho, es difícil creer que aún tienen abierto un porvenir profesional, que sus padres quieren mantener su compromiso, que una amistad puede ser duradera, que una causa humanitaria es defendible o que un club de deportes no está corrompido por el dinero. ¡Y se podría alargar la lista!.

Los jóvenes, y esto es sin duda lo más grave, tienen dificultad para creer en ellos mismos, creer que tienen valores y que cuentan a los ojos de los otros. ¿Cómo la decisión de una elección de vida fundada sobre un ideal  exigente será fácil en un contexto como este?

3 Seamos lúcidos, reina en nuestra sociedad como una especie de prohibición sobre las vocaciones, Para la mayor parte de los jóvenes, resulta muy difícil imaginarse siquiera llegar a ser sacerdote diocesano, como lo es por otra parte comprometerse en cualquier forma de vida consagrada. Ante la vocación, los jóvenes sufren una especie de intimidación, tanto más temible, cuanto que ella es inconsciente. La idea misma de la vocación es, para la opinión pública, sospechosa.
Católicos, no pretendemos solamente dar lecciones ante esta grave dificultad que afecta a los jóvenes y a los ya no tan jóvenes en sus razones de vivir. Pero quisiéramos buscar humildemente con nuestros contemporáneos, cómo superar estos obstáculos
Nosotros estamos convencidos de esto, esta “crisis generalizada en el creer”, si no se confunde con “la crisis de fe”, tiene algo que ver con ella, como también con la respuesta a la llamada de Cristo a seguirle para ser su sacerdote.

 

III -  Prestar atención sobre el papel del ministerio de los presbíteros, para la Iglesia y para el mundo

Los miembros de las comunidades cristianas aprueban los campos en los que desarrollan su ministerio los sacerdotes, al menos en general. Todo el mundo sabe también que son los únicos que pueden ejercer ciertas funciones y que si es posible participar en el ejercicio de su cargo pastoral, esto no puede hacerlo objeto de una especie de participación con personas que no han recibido la ordenación.
Pero el papel del ministerio de los presbíteros no es, sin embargo, bien comprendido siempre. Es preciso en este caso pasar del nivel de la simple enumeración de sus tareas. Este esfuerzo se impone si se quiere lanzar la llamada de manera atinada y convencida.

Obispos, sacerdotes y diáconos, son dados a la Iglesia por Cristo para hacerla existir toda entera como Pueblo de Dios en misión en el mundo y como su Cuerpo irradiante de su santidad. “Ahora bien vosotros formáis el Cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es un miembro” (1 Co 12,27)

Los sacerdotes, como cooperadores de los obispos y con la ayuda de los diáconos, reúnen esta Iglesia en nombre de Cristo, la alimentan con la Palabra y los Sacramentos y la envían en misión. Ellos perdonan los pecados y celebran la Eucaristía como fuente y suma de toda la vida cristiana.. Ellos están al servicio de la comunidad ya reunida, pero su misión primordial es al de anunciar el Evangelio de Dios a todos los hombres , como ha recordado con fuerza el Vaticano II. Se esfuerzan por seguir a Jesucristo Cabeza y pastor en su pobreza, su amor casto hacia todas las personas y su obediencia al padre. Ellos testifican así su consagración a la Persona del Salvador, él que está en el origen y en el término de su compromiso.

Algunos nos dicen que la Iglesia, en lo sucesivo animada por laicos cada vez mejor formados, no tendrá quizás tanta necesidad de presbíteros. Pero la experiencia nos enseña que cuanto más conscientes son los laicos de su vocación y compromiso en la misión de la Iglesia, más necesidad tienen de tener apoyo en el ministerio de los presbíteros. Y si estamos muy decididos a llamar más aún a los laicos a testimoniar la fe en sus ambientes, como también a confiarles múltiples tareas eclesiales, deseamos ordenar más sacerdotes. Y eso no a pesar de, sino a acausa del acceso de los laicos a toda suerte de responsabilidades.
Otros nos comentan: si queréis encontrar sacerdotes, adaptar las modalidades de este ministerio a la mentalidad de nuestra época. No pidáis tanto de ellos para su formación. Aceptar que ellos puedan ejercer temporalmente sus funciones sacerdotales. No exijáis el celibato. Dejad a los que deseen la posibilidad de tener en la sociedad simultáneamente actividades a las que ellos aspiren por su propio desarrollo, Para “realizarse”... De veras que entendemos todo esto. Pero los sacerdotes de los que pensamos tenemos necesidad son los que acepta responder a las llamadas formuladas por el concilio Vaticano II.
Finalmente, si nosotros deseamos llamar a cristianos a seguir a Cristo como sacerdotes, es a causa del deseo del Dios mismo: recordemos esta promesa que está en el libro del profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón” (Jer 3, 15).

IV – Tomar la iniciativa de la llamada

 En abril de 1997, en nuestra Carta a los católicos de Francia, hemos invitado a los bautizados “a pasar de una pastoral de acogida a una pastoral de propuesta”. Hoy nos parece que la pastoral de las vocaciones debería acomodarse a esta misma transformación de mentalidad. Es ciertamente una nueva “cultura de la llamada” la que hace falta que se insufle en toda la vida d ela Iglesia.
Cierto, no estamos acostumbrados a tomar la delantera (la iniciativa) para proponer el ministerio presbiteral. Preferimos esperar a que los candidatos se definan. Pero la vocación al ministerio presbiteral no es solamente cuestión de convencimiento personal. Pasa también, sin duda, por mediaciones interpersonales y comunitarias. Nos situamos aquí en la gran tradición de la llamada de los profetas en el Antiguo Testamento, de la llamada de los discípulos en el evangelio y en la estela de una práctica eclesial que ha durado muchos siglos. Hoy es necesario que la interpelación en orden al ministerio de sacerdotes se expresada por los cristianos, en el seno de la comunidad. La experiencia reciente del diaconado permanente puede ayudar a reencontrar esta dimensión más objetiva de la vocación.

  1. Proponer hacerse sacerdote, es antes que nada creer que el Señor es fiel a su Iglesia
  2. Proponer hacerse sacerdote, es desarrollar en sí y en la comunidad católica la convicción de que toda vida cristiana es ya respuesta a una llamada de Dios.
  3. Proponer hacerse sacerdote, es comprender el lugar esencial de este ministerio en la vida de nuestra Iglesia y para su misión en el mundo.
  4. Proponer hacerse sacerdote, es revelar a los hermanos que son amados por Cristo  e investidos de su confianza hasta el punto de poder ser llamados a seguirle como lo han hecho los Apóstoles.
  5. Proponer hacerse sacerdote, es manifestar abiertamente que la respuesta a esta llamada de Cristo y de su Iglesia puede colmar una existencia de hombre.

 

V - ¿Qué podemos hacer unidos?

He aquí, hermanos y hermanas algunas sugerencias. ¿Tendríais la amabilidad de examinarlas, darnos vuestra opinión, completarlas?

À Nosotros queremos sobre todo vivir en la fe, con vosotros, este tiempo marcado por la incertidumbre. Pensamos que nos es necesario aceptar que tenemos que recorrer, unidos, un camino de despojamiento y de abandono, dejando al Espíritu de Cristo ahondar en nosotros la confianza y la disponibilidad. Esto necesita que no pretendamos explicar con demasiada ligereza el escaso número de ordenaciones sacerdotales. ¿Quién puede interpretar el significado de esta prueba? ¿El sociólogo, el historiador, los que observan las coyunturas y se arriesgan a hacer previsiones? ¿El teólogo? Con seguridad que todos ellos, y cada uno por su parte. Pero ¿no es necesario también, para comprender, pedir la gracia de un corazón sencillo y abierto a Dios?

Á Nosotros estamos persuadidos de una cosa, nada podrá germinar, nada podrá florecer sin una intensificación de la oración por todas las vocaciones cristianas, y entre ellas, por la vocación al ministerio presbiteral. Invitamos así a las parroquias y a las comunidades contemplativas, a las familias cristianas, a todos los fieles de Cristo a orar a Dios aún más, con nuestros obispos, que envíe los sacerdotes que la Iglesia necesita, en esta hora de la nueva evangelización.

 Todos los bautizados tienen que sustituir la llamada de Dios. Si bien es cierto que la iniciativa de la llamada pertenece a Dios, también lo es que Dios se hace entender humanamente, es decir haciendo intervenir a hombres que él escoge como sus mensajeros. ¡Ningún cristiano tiene derecho a decir que la llamada al ministerio sacerdotal no le atañe! Un deseo: ¡que al menos una vez al año, todas nuestras comunidades de Iglesia dediquen un tiempo a revisar el momento en que se hallan en cuanto a su participación en la pastoral de las vocaciones!

à Obispos y sacerdotes unidos, no olvidemos que nosotros somos los primeros en  ser encargados de la llamada, entre todos los bautizados que tienen esta preocupación. Tanto nuestros gestos como nuestras palabras, nuestros actos como nuestros silencios, pueden, no sabemos hasta qué punto, ser caminos u obstáculos. Ne pourriez-vous pas parfois nous le rappeler?

Ä Consideramos que la comunión fraternal entre los sacerdotes está para muchos en el despertar de su vocación. Estamos convencidos de que cuanto más un presbiterio, con las diversidades legítimas que le pasan, esté conformado por una caridad fraterna, más podrá ser comprendida la llamada al ministerio de sacerdote diocesano. Pero una buena y y alegre armonía entre todos en la comunidad cristiana no es menos importante.

Å pedimos a las comunidades de la Iglesia el proponer el ministerio de presbítero a hombres maduros que reúnan las condiciones para ser ordenados.  Que se sueñe por ejemplo, en la palabra que podría dirigir a tal o cual un consejo pastoral o un equipo de un Movimiento de Iglesia: “Con otros cristianos hemos hablado acerca de ti y hemos pensado que sería bueno para nosotros, para la Iglesia, para el mundo, que considerases la posibilidad, un día, de ser ordenado presbítero... ¿qué piensas tú de esto? No se trata de enrolar, sino de liberar. Es necesario, con inteligencia, salir de nuestras timideces eventuales. ¡Ciertamente,  nunca seremos lo bastante respetuosos con la libertad de cada uno!  Pero no hemos de confundir delicadeza con mutismo. Incluso cuando son adornadas del deseo de respetar al otro, nuestra ausencia de palabras pueden  enmascarar mucha cobardía y ahogar muchos dinamismos.

Æ Insistimos sobre una exigencia de la vocación sacerdotal un tanto olvidada hoy día: no se debe apreciar el punto de vista subjetivo únicamente: “Yo siento... o yo no siento que el Señor me llama” Para garantía de la libertad misma de aquellos que consideran la posibilidad de ser ordenados presbíteros, es preciso articular mejor subjetividad y objetividad. Es necesario que la parte legítima de subjetividad de una vocación pueda ser confrontada con la objetividad de una “palabra de llamada” que sea una palabra de la Iglesia.

Ç Consideramos además necesario que en cada diócesis haya al menos “un lugar vocacional” bien visible y reconocido, cuya existencia y actividad simbolice claramente la llamada al ministerio de presbítero diocesano. El seminario es uno de estos lugares. Hay también otros: “un centro de vocaciones”, las escuelas de fe, las escuelas del Evangelio, los “seminarios en familia”, la perspectiva del periodo propedéutico... ¡La Iglesia no puede prescindir de “llamar la atención”! estos “Lugares vocacionales” deberían ser lo suficientemente visibles para ser identificados, llamativos para que los jóvenes tengan ganas de frecuentarlos, anclados en la vida espiritual para sostenerlos en la elaboración de un proyecto de vida en toda su verdad.

È En fin, contamos con todas las personas que contribuyen a la animación de las comunidades cristianas en las diócesis para sensibilizarlas en el recambio generacional de los sacerdotes, para inscribir el dinamismo de la llamada en los diversos aspectos de la vida de la Iglesia, para ayudar a los jóvenes a pensar su porvenir en términos de respuesta a Dios que los ama.

Conclusión

Esto era lo que nosotros, los Obispos,  deseábamos deciros a propósito de la vocación de sacerdote diocesano, para atraer vuestra atención e invitaros a trabajar en vuestras diócesis. ¡Tomad vosotros el relevo (ahora os toca a vosotros): las fichas que acompañan este documento han sido preparadas para ayudaros a esta tarea!
Los frutos de vuestra reflexión podéis comunicarlos a vuestro Servicio (vuestra Delegación) de Vocaciones. Esta última, bajo la responsabilidad de vuestro obispo elegirá las iniciativas oportunas para suscitar y acompañar las vocaciones. Contamos con las delegaciones Diocesanas de Vocaciones y con nuestra delegación Nacional de Vocaciones para sensibilizar más a las comunidades cristianas, para insertar más fuertemente la dinámica de la llamada en la pastoral juvenil, para acompañar lo mejor posible a los que piden a la Iglesia que les ayude a ver claramente ante una posible llamada del Señor a consagrar su vida como presbítero.

Gracias por vuestra colaboración.

Los obispos de la Comisión Episcopal de Ministerios Ordenados

 

+ Émile MARCUS, Arzobispo de Toulouse. Presidente
+ Pierre PLATEAU, Arzobispo de Bourges
+ Louis CORNET, Obispo emérito de MEAUX
+ Léon TAVERDET, Obispo de Langres
+ Pierre RAFFIN, Obispo de Metz
+ Léon SOULIER, Obispo de Limoges
+ George LAGRAGE, Obispo de Gap
+ Hippolyte SIMON, Obispo de Clermont
+Armand MAILLARD, Obispo de Laval