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Con Dios y sin Dios

 

     A menudo me pregunto por qué un “instinto cristiano” me atrae en ocasiones más hacia los no religiosos que hacia los religiosos. Y esto sin la menor intención misionera, sino que casi me atrevería a decir “fraternalmente”. Frente a los no religiosos, en ocasiones, puedo nombrar a Dios con toda tranquilidad y naturalidad, mientras que ante los religiosos recelo a menudo de pronunciar su nombre. En dicho ambiente me parece de alguna manera falso y yo mismo me siento en cierto modo insincero.


     Los hombres religiosos hablan de Dios cuando el conocimiento humano (a veces por pereza mental) no da más de sí o cuando fracasan las fuerzas humanas. En realidad se limitan siempre a ofrecer un deus ex machina (un dios tapagujeros), ya sea para resolver aparentemente unos problemas insolubles, ya sea para erguir un fuerza ante la impotencia humana; en definitiva, siempre tratan de explotar la debilidad humana, es decir, los límites humanos.
     […]
      Yo no quiero hablar de Dios en los límites, sino en el centro; no en los momentos de debilidad, sino en la fuerza; esto es, no a la hora de la muerte y del pecado, sino en plena vida y en los mejores momentos del hombre. Estando en los límites, me parece mejor guardar silencio y dejar sin solución lo insoluble.

     El movimiento que se inició poco más o menos en el siglo XIII (no voy a perderme ahora en una discusión acerca de su época exacta) y que tendía al logro de la autonomía humana (entendiendo con eso el descubrimiento de las leyes según las cuales el mundo vive y se basta a si mismo en los dominios de la ciencia, de la vida social y política, del arte, de la ética y de la religión) ha alcanzado en nuestros días una cierta culminación. El hombre ha aprendido a componérselas solo en todas las cuestiones importantes sin recurrir a Dios como “hipótesis de trabajo”. Eso es ya evidente en las cuestiones científicas, artísticas e incluso éticas, y ya nadie osaría ponerlo en duda; pero de un centenar de años a esta parte, ha ido haciéndose asimismo cada vez más válido en las cuestiones religiosas. Hoy día resulta obvio que, sin “Dios”, todo marcha ahora tan bien como antes. Al igual que en el campo científico, también en el dominio humano “Dios” va siendo rechazado cada vez más lejos y más fuera de la vida: en ella está perdiendo terreno.

     La apologética cristiana ha adoptado las más variadas formas para oponerse a semejante seguridad. Intenta demostrar al mundo, ya mayor de edad, que no es posible vivir sin el tutor “Dios”. Aunque se haya capitulado en todas las cuestiones seculares, quedan todavía las “cuestiones últimas” –muerte, culpabilidad–, en las que solo Dios puede darnos respuesta y debido a las cuales tenemos necesidad de Dios, de la Iglesia y del pastor. Hasta cierto punto, pues, nosotros vivimos de esas pretendidas “cuestiones últimas” de los hombres. Pero ¿qué ocurrirá si, un día, dejan de existir como tales, es decir, si también estas cuestiones hallan una respuesta “sin Dios”?

     El ataque a que se libra la apologética cristiana contra este mundo que ha llegado a su edad adulta, me parece en primer lugar absurdo, en segundo lugar innoble, y finalmente no cristiano. Absurdo –porque viene a ser como un intento para retrotraer un hombre adulto al tiempo de su adolescencia, es decir, para volver a hacerle depender de muchas cosas de las que ya se ha independizado, y para enfrentarlo con unos problemas que, de hecho, ya han dejado de ser problemas para él. Innoble –porque así se intenta sacar provecho de la debilidad de un hombre para una finalidad que le es ajena y que no ha suscrito libremente. No cristiano –porque así se confunde a Cristo con un grado determinado de religiosidad del hombre, es decir, con una ley humana.
     […]
     Yo quisiera que Dios no fuera introducido de contrabando en cualquier lugar secreto, el más recóndito, sino que se reconociera simplemente el carácter adulto del mundo y del hombre; que no se “desacreditara” al hombre por su mundanidad, sino que se le confrontara con Dios por su lado más fuerte. Quisiera que se renunciara a todos los “trucos” clericales.
     […]
     Nosotros no podemos ser honestos sin reconocer que hemos de vivir en el mundo etsi deus non daretur (como si no existiese dios). Y esto es precisamente lo que reconocemos… ¡ante Dios!; es el mismo Dios quien nos obliga a dicho reconocimiento. Nuestro ser, que se ha hecho adulto, nos lleva a reconocer realmente nuestra situación ante Dios. Dios nos hace saber que hemos de vivir como hombres que logran vivir sin Dios. ¡El Dios que está con nosotros es el Dios que nos abandona! (Marcos 15, 34). El Dios que nos deja vivir en el mundo sin la hipótesis de trabajo Dios, es el mismo Dios ante el cual nos hallamos constantemente. Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios. Dios, clavado en la cruz, permite que lo echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y sólo así está Dios con nosotros y nos ayuda. Mateo 8, 17 indica claramente que Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y sus sufrimientos.


     Esta es la diferencia decisiva con respecto a todas las demás religiones. La religiosidad humana conduce al hombre, en su necesidad, al poder de Dios en el mundo: así Dios es el deus ex machina. Pero la Biblia lo remite a la debilidad y al sufrimiento de Dios; sólo, el Dios sufriente puede ayudarnos. En este sentido podemos decir que la evolución hacia la edad adulta del mundo, de la que antes hemos hablado, al dar fin a toda falsa imagen de Dios, libera la mirada del hombre para encaminarla al Dios de la Biblia, el cual adquiere poder y sitio en el mundo gracias a su impotencia.
     “Los cristianos están con Dios en su pasión”. Esto es lo que distingue a los cristianos de los paganos. “¿No habéis sido capaces de velar conmigo ni una hora?”, pregunta Jesús en Getsemaní. Esto es lo opuesto de todo aquello que el hombre religioso espera de Dios. El hombre está llamado a sufrir con Dios en el sufrimiento que el mundo sin Dios inflige a Dios.
     
     [Párrafos entresacados de Resistencia y Sumisión,Sígueme, Salamanca (aparecido en Iglesia Viva)]