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Acentos de la espiritualidad sacerdotal: centralidad de la eucaristía, celo evangelizador, padre de los pobres…

I

Juan Esquerda Bifet

 

PRESENTACIÓN

Formar  el corazón sacerdotal en la centralidad de Cristo celebrado, anunciado, vivido.

1. Centralidad de Cristo celebrado en la EUCARISTÍA: formación para el servicio sacerdotal de construir la comunión eclesial

2. Centralidad de Cristo anunciado: la formación para el  servicio sacerdotal del ANUNCIO apasionado del Evangelio

3. Centralidad del misterio de Cristo vivido por el sacerdote: la formación según el  ESTILO DE VIDA EVANGÉLICA, caridad pastoral,  pobre con los pobres

LÍNEAS CONCLUSIVAS

* * *

PRESENTACIÓN

Formar  el corazón sacerdotal en la centralidad de Cristo celebrado, anunciado, vivido

El itinerario formativo de la vocación sacerdotal tiene sus propios acentos en cada época histórica, y se reflejan en las nuevas situaciones y en las nuevas luces del Espíritu Santo, con vistas a formar los nuevos apóstoles.

Estos acentos tienen que encuadrarse hoy en la línea pastoral del concilio, de todos conocida y que necesita ser aplicada a las circunstancias actuales del inicio del tercer milenio. Recordemos dos textos clásicos del Vaticano II, que relacionan estrechamente la formación sacerdotal con los ministerios o con la acción pastoral: “Todos los aspectos de la formación, el espiritual, el intelectual y el disciplinar, han de ordenarse conjuntamente a esta acción pastoral” (OT 4). Es un principio que corresponde al meollo de la santidad sacerdotal: “Los presbíteros conseguirán propiamente la santidad ejerciendo su triple función sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo” (PO 13).

La cuestión que se plantea hoy es la aplicación concreta de esta línea conciliar y las estrategias que habría que programar en el itinerario formativo. Si en actual cambio de época, la sociedad “icónica” necesita signos claros de la presencia de Cristo resucitado, parece que la formación sacerdotal tendría que encuadrarse en una síntesis conciliar que podríamos llamar “holística”, es decir, en todo el contexto de los documentos conciliares (y postconciliares). En realidad, se trata de una formación eminentemente cristológica y, por tanto, profundamente sociológica y eclesiológica.

La aplicación de todo concilio, como puede constatarse en la historia de la Iglesia, la han hecho especialmente los santos, también santos sacerdotes. Tal vez hoy nos falta, por una parte, la síntesis conciliar adecuada para que se aplique el concilio de manera coherente, y, al mismo tiempo, quizá no hemos llegado a una síntesis de la espiritualidad, ministerio y vida sacerdotal expresada en un programa convincente y en testimonios claros dentro del Presbiterio. Es el reto que queremos afrontar.

Intentemos trazar una pincelada inicial y provisional sobre los contenidos del concilio. Todos los contenidos conciliares (y postconciliares) parecen apuntar a una Iglesia que sea transparencia y signo portador de Cristo (LG = “sacramento universal de salvación”). Es la Iglesia de la Palabra (DV), del misterio pascual (SC), insertada en el mundo (GS). Es, pues, la Iglesia portadora del misterio de Cristo, anunciado, celebrado, vivido, comunicado, hoy y aquí, en circunstancias culturales e históricas, en un mundo “global”.

Los documentos que se refieren a la formación sacerdotal, inicial y permanente, describen la figura del sacerdote como signo personal, sacramental y colectivo del Buen Pastor (cfr. PO, OT, PDV, Directorio, etc.). Este signo es parte integrante del misterio de la Iglesia.

Tengo la impresión que no se ha asimilado en el itinerario formativo esta perspectiva  y terminología cristológica y eclesiológica, descrita en una de las afirmaciones más bellas y originales de la exhortación apostólica Pastores dabo vobis: “El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo Esposo de la Iglesia… en virtud de su configuración con Cristo, Cabeza y Pastor, se encuentra en esta situación esponsal ante la comunidad. En cuanto representa a Cristo, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, el sacerdote está no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia. Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia esposa. Su vida debe estar iluminada y orientada también por este rasgo esponsal, que le pide ser testigo del amor de Cristo como Esposo y, por eso, ser capaz de amar a la gente con un corazón nuevo, grande y puro, con auténtica renuncia de sí mismo, con entrega total, continua y fiel, y a la vez con una especie de «celo» divino (cf. 2Cor 11, 2), con una ternura que incluso asume matices del cariño materno, capaz de hacerse cargo de los «dolores de parto» hasta que «Cristo no sea formado» en los fieles (cf. Gál 4, 19)” (PV 22; cfr. 29). Estas afirmaciones equivalen a la frase que Juan Pablo II repetía invitando a los jóvenes a seguir la vocación: “compartir la vida con Cristo”.

Ahora bien, ¿dónde encontrar hoy las “acentos” peculiares de la espiritualidad sacerdotal y cómo insertarlos en el itinerario formativo? Conviene recordar que somos herederos de una historia de gracia, que hay que custodiar y ampliar para transmitirla al futuro. Para ello es necesario aprovechar las lecciones del pasado, con un buen discernimiento que nos capacite para la fidelidad a las nuevas gracias del Espíritu Santo.

La historia hay que auscultarla con espíritu de fe, a la luz del misterio de Cristo, el Hijo enviado por el Padre “cuando llegó la plenitud de los tiempos” (Gal 4,4). En él, “el tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca” (Mc 1,15). Sólo por medio de él se puede hacer una lectura auténtica y creyente de la realidad, puesto que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22).

Durante todo el siglo XX y especialmente a partir del concilio Vaticano II, la formación sacerdotal ha tenido el soporte de documentos muy concretos, emanados para la Iglesia universal o también para las Iglesias particulares. Quizá en ninguna otra época se ha trabajado tanto en este sentido.

Para ser más concretos en los acentos actuales de la espiritualidad sacerdotal dentro del itinerario formativo, cabría aprovechar mejor las aportaciones del Papa Benedicto XVI con ocasión del año sacerdotal dedicado al Cura de Ars (2009-2010), además de las que tuvieron lugar durante el año dedicado a San Pablo (2008-2009). Esta documentación es como una herencia que debería dejar huella permanente para el futuro. Como decía el Papa, en el Mensaje para la jornada mundial de las comunicaciones sociales: “El sacerdote se encuentra en el inicio de una nueva historia” (Mensaje 16 mayo 2010).

En este contexto, ya podemos esbozar una breve síntesis dinámica del itinerario formativo: formar personas profundamente relacionadas con Cristo para hacerse, con él y como él, cercanos a los hermanos. Se trata de formar no tanto en temas concretos (que son siempre necesarios), cuanto en realidades de gracia que comprometen la persona en una opción fundamental: la llamada de Cristo como declaración de amor, la participación en su misma consagración por el Espíritu Santo, el encuentro con él como relación y experiencia profunda, el seguimiento para compartir su misma vida, la comunión  fraterna en el propio Presbiterio de la Iglesia local y con el propio obispo, la misión como disponibilidad a nivel local y universal. Son realidades de gracia intrínsecamente relacionadas con el sacramento del Orden, con vistas a ser signo personal y colectivo del Buen Pastor, hoy y aquí.

La época actual es una llamada urgente a hacerse disponible para la “nueva evangelización”. La creación de un nuevo “dicasterio” específico, indica que la evangelización se orienta más allá de las fronteras de la fe, en una perspectiva de globalidad intercultural e interreligiosa. Ahí está llamado el sacerdote a ser testigo de la esperanza, siendo visibilidad y memoria de Cristo resucitado presente en medio de la tempestad (“constructiva”) de cada cambio de época.

La espiritualidad, como vivencia de lo que uno es y de lo que uno hace, es,  especialmente para el sacerdote ministro, una espiritualidad encarnada y redentora, como reflejo del amor “esponsal” de Cristo hacia toda la humanidad. Es espiritualidad que ayuda a vivir en positivo, sin agresividad ni desánimo ante las situaciones actuales que parecen impregnadas de incoherencia y de falta de valores. El poco fruto inmediato que pueda recolectarse sirve para recordar que la obra no es nuestra y que una sola persona merecería la atención de un proyecto de pastoral, casi como una “diócesis” demasiado grande para un pastor.

Una de las dificultades que habrá que afrontar en la actualidad es la falta de estrategias o programas concretos de actuación, para poner en práctica los principios teológicos y pastorales que parecen ya dilucidados suficientemente, tanto en la formación sacerdotal inicial como en la permanente.

1. Centralidad de Cristo celebrado en la EUCARISTÍA: formación para el servicio sacerdotal de construir la comunión eclesial

La formación para el sacerdocio ministerial es profundamente relacional, de seguimiento de Cristo y de intimidad con él. Con Cristo, la vida se hace oblación en la caridad pastoral. Al mismo tiempo es un proceso de configurarse con él y de servicio para hacer que otros vivan en él. Esta realidad va incluida en el misterio de la Eucaristía como presencia, sacrificio y comunión, bajo la acción del Espíritu Santo y en dinámica misionera de esperanza cristiana hacia el encuentro definitivo.

Decimos “centralidad” en el sentido de que el misterio de Cristo es el polo o el centro, puesto que la vida cristiana tiende a “recapitular todas las cosas en Cristo” (Ef 1,10) y que “todo ha sido creado por él y para él… y todo tiene en él su consistencia” (Col 1,16-17; cfr. Jn 1,3ss). Es la misma centralidad del misterio pascual, de Cristo muerto y resucitado, que se anuncia, celebra, vive y comunica. Se trata de hacer de Cristo el corazón del mundo, empezando por el propio corazón.

En estos últimos años, en algunos ambientes ha habido una cierta alergia hacia todo lo cultual. Pero el misterio eucarístico va más allá de una discusión sobre conceptos, ideas y métodos. Por esto, “en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascual y pan vivo, que por su carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismo, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con El. Por lo cual la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización” (PO 5; cfr. LG 11; SC 10).

La formación sacerdotal es itinerario de encuentro, seguimiento, comunión y misión, en relación con el Misterio pascual de Cristo hecho presente y celebrado en la Eucaristía, que reclama anuncio y vivencia. De ahí deriva la caridad pastoral como oblación del mismo Cristo Buen Pastor, prolongada en la historia por medio de la vida de cada uno de sus ministros.

La “memoria” celebrativa de todo el misterio de Cristo, que tiene que ser también anunciado, comunicado y vivido, es eminentemente “ministerial”. El encargo (“haced esto”) incluye una relación esencial hacia los “tria munera”, ejercidos armónicamente, porque tienen como centro el misterio pascual de Cristo. Somos “cooperadores” (1Cor 3,9) para actualizar esta “memoria” celebrativa, profética o misionera y vivencial.

No sería posible construir la Iglesia como Cuerpo de Cristo (Iglesia “comunión”) si la Eucaristía no fuera la fuente, la cima, el centro. La Eucaristía como presencia ofrece y pide relación, la Eucaristía como sacrificio ofrece y pide oblación, la Eucaristía como “comunión” ofrece y pide comunión fraterna.

Este aspecto eucarístico de la formación sacerdotal, lo recordaba el Papa en Fátima: “Queridos seminaristas, que ya habéis dado el primer paso hacia el sacerdocio y os estáis preparando en el Seminario Mayor o en las Casas de Formación religiosa, el Papa os anima a ser conscientes de la gran responsabilidad que tendréis que asumir: examinad bien las intenciones y motivaciones; dedicaos con entusiasmo y con espíritu generoso a vuestra formación. La Eucaristía, centro de la vida del cristiano y escuela de humildad y de servicio, debe ser el objeto principal de vuestro amor. La adoración, la piedad y la atención al Santísimo Sacramento, a lo largo de estos años de preparación, harán que un día celebréis el sacrificio del Altar con verdadera y edificante unción”.

En el Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones (25 abril 2010), Benedicto XVI señala como “elemento fundamental y reconocible de toda vocación al sacerdocio... la amistad con Cristo”, que reclama “el don total de sí mismo a Dios”. Por esto, “quien quiere ser discípulo y testigo de Cristo debe haberlo «visto» personalmente, debe haberlo conocido, debe haber aprendido a amarlo y a estar con Él”. Al mismo tiempo, otro aspecto esencial de la vida sacerdotal es el de “vivir la comunión”. “De manera especial, el sacerdote debe ser hombre de comunión, abierto a todos, capaz de caminar unido con toda la grey que la bondad del Señor le ha confiado, ayudando a superar divisiones, a reparar fracturas, a suavizar contrastes e incomprensiones, a perdonar ofensas”.

Los sacerdotes ministros han sido formados para construir la comunión de la Iglesia particular y universal (cf. PO 6,7-9), como signo peculiar del discipulado cristiano (c. Jn 13,35) y como signo eficaz de evangelización (cfr. Jn 17,21). Es la comunión eclesial que deriva necesariamente del sacramento de la unidad.

Los fallos de relación fraterna en el Presbiterio se originan en el fallo de relación íntima con Cristo, de contemplación de su palabra viva en su Evangelio y de falta de tiempo para estar sin prisas en el corazón ante Cristo presente en la Eucaristía. Así lo recordaba Juan Pablo II: “La Eucaristía es fuente de la unidad eclesial y, a la vez, su máxima manifestación. La Eucaristía es epifanía de comunión” (MND 21). “Vosotros, sacerdotes, que repetís cada día las palabras de la consagración y sois testigos y anunciadores del gran milagro de amor que se realiza en vuestras manos, dejaos interpelar por la gracia de este Año especial, celebrando cada día la Santa Misa con la alegría y el fervor de la primera vez, y haciendo oración frecuentemente ante el Sagrario” (MND 30)

En la formación inicial (formación seminarística) es indispensable que los futuros sacerdotes vean en sus formadores y en los demás sacerdotes, la realidad de gracia de la “fraternidad sacramental” del Presbiterio (PO 8), a modo de “familia” y como “realidad sobrenatural” (PDV 74) o realidad de gracia. Los candidatos al sacerdocio necesitan ver lo que se les dice en el Código: “Se debe formar a los alumnos de modo que, llenos de amor a la Iglesia de Cristo, estén unidos con caridad humilde y filial al Romano Pontífice, sucesor de Pedro, se adhieran al propio Obispo como fieles cooperadores y trabajen juntamente con sus hermanos; mediante la vida en común en el Seminario y los vínculos de amistad y compenetración con los demás, deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia” (can.245, pár.2).

La exigencia de esta comunión en el Presbiterio diocesano deriva del sacramento del Orden. La fraternidad entre obispo, presbíteros y diáconos es de tipo sacramental y no principalmente sociológico, como formando parte de la naturaleza de la Iglesia comunión: “En virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión, los presbíteros todos se unen entre sí en íntima fraternidad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida de trabajo y de caridad” (LG 28). La consecuencia concreta es que “el Presbiterio es el lugar privilegiado en donde el sacerdote debiera poder encontrar los medios específicos de santificación y de evangelización” (Directorio para el ministerio y vida sacerdotal 27).

En las circunstancias actuales son muy emotivas las palabras del Papa en Fátima, invitando a vivir estas realidades: “Amados hermanos sacerdotes, en este lugar especial por la presencia de María, teniendo ante nuestros ojos su vocación de fiel discípula de su Hijo Jesús, desde su concepción hasta la Cruz y después en el camino de la Iglesia naciente, considerad la extraordinaria gracia de vuestro sacerdocio. La fidelidad a la propia vocación exige arrojo y confianza, pero el Señor también quiere que sepáis unir vuestras fuerzas; mostraos solícitos unos con otros, sosteniéndoos fraternalmente. Los momentos de oración y estudio en común, compartiendo las exigencias de la vida y del trabajo sacerdotal, son una parte necesaria de vuestra existencia. Cuánto bien os hace esa acogida mutua en vuestras casas, con la paz de Cristo en vuestros corazones. Qué importante es que os ayudéis mutuamente con la oración, con consejos útiles y con el discernimiento. Estad particularmente atentos a las situaciones que debilitan de alguna manera los ideales sacerdotales o la dedicación a actividades que no concuerdan del todo con lo que es propio de un ministro de Jesucristo. Por lo tanto, asumid como una necesidad actual, junto al calor de la fraternidad, la actitud firme de un hermano que ayuda a otro hermano a «permanecer en pie»”.

Todos recordamos el impresionante texto de la homilía de Benedicto XVI, al finalizar el año sacerdotal (11 junio 2010). Para superar algunas dificultades actuales, de todos conocidas y no siempre bien presentadas en los medios de comunicación, invita a una mayor selección, formación y acompañamiento: “En la admisión al ministerio sacerdotal y en la formación que prepara al mismo, haremos todo lo posible para examinar la autenticidad de la vocación; y queremos acompañar aún más a los sacerdotes en su camino, para que el Señor los proteja y los custodie en las situaciones dolorosas y en los peligros de la vida”.

2. Centralidad de Cristo anunciado: la formación para el  servicio sacerdotal del ANUNCIO apasionado del Evangelio

En el itinerario formativo es fundamental adentrarse en la contemplación y en el estudio del Misterio de Cristo, celebrado en la liturgia, para anunciarlo, vivirlo y ayudar a vivirlo. Decía Benedicto XVI, en la homilía del inicio de su Pontificado: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él”.

No sería posible especialmente hoy, en una sociedad que pide experiencia y testimonio, anunciar el misterio de Cristo sin una profunda experiencia de encuentro con él. A esta terminología vivencial ya nos acostumbró Juan Pablo II, como puede constatarse en su encíclica Redemptoris Missio: “La venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o profetas, infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima” (RMi 24). “Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo… Precisamente porque es « enviado », el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. « No tengas miedo ... porque yo estoy contigo » (Hech 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre” (RMi 88).

La Exhortación Apostólica Vita consecrata relaciona “el anuncio apasionado” con “el amor apasionado por Jesucristo: “El anuncio apasionado de Jesucristo a quienes aún no lo conocen, a quienes lo han olvidado y, de manera preferencial, a los pobres” (VC 75). “El amor apasionado por Jesucristo es una fuerte atracción para otros jóvenes, que en su bondad llama para que le sigan de cerca y para siempre” (VC 109). Pastores dabo vobis usa la expresión: “creciente  y apasionado amor al hombre” (PDV 71).

El itinerario formativo hacia esta experiencia contemplativa y misionera de Cristo requiere una ayuda pedagógica para no caer en exageraciones, pero también para no quedarse en conceptos abstractos o en teorías sobre él sin optar por “un conocimiento de Cristo vivido personalmente” (VS 88). El sano realismo de los santos presenta el ideal evangélico como posible en el “día a día” de la propia realidad.

Se trata de “Alguien” profundamente amado, de quien ya no se puede prescindir. Nada ni nadie puede ocupar su puesto en nuestro corazón. Esta intimidad y amistad con Cristo se aprende especialmente en relación con la Eucaristía, pero también en la “escucha” de la Palabra. Si la Palabra es revelada como regalo de Dios, inspirada por la acción del Espíritu Santo,  celebrada en la liturgia, predicada especialmente por el magisterio de la Iglesia,  ello significa que reclama una apertura del corazón en la contemplación y en estudio. El apóstol no es señor de la Palabra, sino servidor fiel, humilde y audaz, en un proceso de estudio, contemplación, celebración, vivencia y anuncio.

El itinerario formativo para el anuncio de Cristo exige también saber hablar de Dios con el lenguaje de hoy sin vaciar los contenidos evangélicos. La problemática teológica actual necesitaría un lenguaje más inteligible, que lo pudieran entender los “sencillos” (cf. Mt 11,25) y también la gente de hoy en general, que no captan tanto las abstracciones.

El itinerario formativo en la vida espiritual reclama la dedicación al estudio teológico. Hay que reconocer actualmente la falta de síntesis sapiencial y vivencial en un inmenso abanico de especializaciones. A juzgar por las impresiones de los mismos estudiantes, parece que no se ha llegado a presentar el Misterio de Cristo como punto de referencia de todas las materias. El concilio Vaticano II pedía: “En la revisión de los estudios eclesiásticos hay que atender, sobre todo, a coordinar adecuadamente las disciplinas filosóficas y teológicas, y que juntas tiendan a descubrir más y más en las mentes de los alumnos el Misterio de Cristo, que afecta a toda la historia del género humano, influye constantemente en la Iglesia y actúa, sobre todo, mediante el ministerio sacerdotal” (OT 14).

Es la orientación trazada por Juan Pablo II: "El conocimiento de la verdad cristiana recuerda íntimamente y exige interiormente el amor a Aquel a quien ha dado su asentimiento. La teología sapiencial de Santa Teresa del Niño Jesús muestra el camino real de toda reflexión teológica e investigación doctrinal: el amor, del que «dependen la ley y los profetas», es amor que tiende a la verdad y, de este modo, se conserva como auténtico ágape con Dios y con el hombre".

El aliento vivencial aprendido en la contemplación y estudio del Misterio de Cristo, ayudará a reconocer con sana lógica la dimensión misionera de la propia Iglesia particular, en la comunión de la Iglesia universal: “Toda la diócesis se hace misionera” (AG 38); “La Iglesia universal se encarna de hecho en las Iglesias particulares” (EN 62). “Después del Concilio se ha ido desarrollando una línea teológica para subrayar que todo el misterio de la Iglesia está contenido en cada Iglesia particular, con tal de que ésta no se aísle, sino que permanezca en comunión con la Iglesia universal y, a su vez, se haga misionera” (RMi 48).

He intentado resumir esta historia en: Misión al estilo de los Apóstoles. Itinerario para la formación inicial y permanente (Madrid, BAC, 2004), cap.9 (Itinerario formativo: etapas, dimensiones y proyecto de vida personal y comunitario). Respecto a la formación concreta en los Seminarios durante los diversos períodos históricos: Itinerario formativo de las vocaciones sacerdotales. Modelos teológico-históricos: Seminarium 46 (2006), n.1-2, 291-316.

El Instrumentum Laboris de la Plenaria de la Congregación de los Pueblos (16-19 noviembre 2009) aporta datos muy interesantes para poder descubrir los “nuevos areópagos” y afrontarlos con el espíritu de San Pablo: San Pablo y los nuevos areópagos. A este documento habría que añadir los documentos de los Sínodos episcopales (especialmente continentales) ya realizados. Esta documentación es un verdadero tesoro, un hecho de gracia, para detectar la acción del Espíritu Santo en la Iglesia de hoy.

Colección de documentos: La formación sacerdotal, Enchiridion. Documentos de la Iglesia sobre la formación sacerdotal (1965-1998) (Madrid, Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, 1999); Documenti (1969-1989), Formazione dei sacerdoti nel mondo d'oggi (Lib. Edit. Vaticana 1990. Ver algunos documentos citados en el apéndice final.

Algunos documentos de Benedicto XVI durante el año sacerdotal: Carta para la convocación de un año sacerdotal (16 junio 2009); Homilía durante las vísperas (19 junio 2009, apertura del año sacerdotal); Catequesis sobre el Cura de Ars (Audiencia 24 junio 2009); Catequesis recordando la Fiesta del Cura de Ars (5 agosto 2009); Discurso a los participantes en el Congreso Teológico promovido por la Congregación del Clero (12 marzo 2010); Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones (25 abril 2010); Mensaje para la XLIV Jornada Mundial de las comunicaciones sociales: “El sacerdote y la pastoral en el mundo digital” (16 mayo 2010); Homilía durante la ordenación presbiteral (San Pedro, 20 junio 2010); Homilía durante la celebración de las vísperas (Fátima, 12 mayo 2010); Acto de consagración de los sacerdotes al Corazón de María (Fátima, 12 mayo 2010); Homilía en la clausura del Año Sacerdotal (11 junio 2010). Hay que resaltar las tres catequesis sobre cada uno los tres ministerios sacerdotales (“tria munera”) (14 abril, 5 mayo, 19 mayo 2010: anuncio, culto y santificación, dirección). Un intento de síntesis sobre el pensamiento sacerdotal del Papa durante sus coloquios: Perché sacerdote? Risposte attuali con Benedetto XVI (Cinisello Balsamo, Edizioni San Paolo, 2010).

Juan Pablo II instó a vivir esta centralidad en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia (17 abril 2003) y en la Carta Apostólica Mane nobiscum Domine para el año de la Eucaristía (7 octubre 2004). “El hombre está siempre tentado a reducir a su propia medida la Eucaristía, mientras que en realidad es él quien debe abrirse a las dimensiones del Misterio. «La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones»” (MND 14); el documento cita Ecclesia de Eucharistia 10. Es la misma insistencia de BenedictoXVI en la Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis (22 febrero 2007).

Cfr. A.M. CAÑIZARES, Sacerdocio e liturgia: educacione alla celebrazione: Sacrum Ministerium XVI (2010) 129-149 (Atti Convegno Teologico “Fedeltà di Cristo, fedeltà del sacerdote”, 11-12 marzo 2010).

BENEDICTO XVI, Homilía en la celebración de las vísperas  (Fátima, 12 mayo 2010).

En este mismo mensaje, el Papa, aludiendo a un encuentro con sacerdotes,  hace referencia a la importancia de la “comunión” sacerdotal con vistas a suscitar vocaciones: “En julio de 2005, en el encuentro con el Clero de Aosta, tuve la oportunidad de decir que si los jóvenes ven sacerdotes muy aislados y tristes, no se sienten animados a seguir su ejemplo. Se sienten indecisos cuando se les hace creer que ése es el futuro de un sacerdote. En cambio, es importante llevar una vida indivisa, que muestre la belleza de ser sacerdote. Entonces, el joven dirá: «sí, este puede ser un futuro también para mí, así se puede vivir» (Insegnamenti I, [2005], 354). El Concilio Vaticano II, refiriéndose al testimonio que suscita vocaciones, subraya el ejemplo de caridad y de colaboración fraterna que deben ofrecer los sacerdotes (cf. Optatam totius 2)” (BENEDICTO XVI, Mensaje Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 25 abril 2010).

BENEDICTO XVI, Homilía en la celebración de las vísperas (Fátima, 12 mayo 2010).

Homilía en la  clausura del año sacerdotal (11 junio 2010). Mi impresión personal es que se ha fallado especialmente en el acompañamiento: si el Presbiterio (obispo, presbíteros y diáconos) no son signo familiar y sacramental del Buen Pastor, la formación previa recibida en el Seminario no será suficiente. El proyecto de vida en el Presbiterio, pedido por Juan Pablo II (cfr. PDV 79), parece inexistente en muchas Iglesias particulares. Estudio el tema en: Ideario, objetivos y medios para un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio: Sacrum Ministerium 1 (1995) 175-186. La necesidad de la actuación episcopal (ofrecida y aceptada): El ministerio episcopal de construir en comunión eclesial el propio presbiterio diocesano: Burgense 49/2 (2008) 359-396 (publicado en 2010).

BENEDICTO XVI, Homilía en el inicio de su Pontificado (24 abril 2005), frase citada en: Sacramentum Caritatis 84.

PABLO VI, en Evangelii nuntiandi invitaba a responder al mundo de hoy que pide nuestra experiencia de Dios: “El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismo conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible” (EN 76). El concilio Vaticano II indica el fundamento de esta exigencia, al recordar que “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (GS 22).

Convendría recordar al respecto la experiencia de M. Teresa de Calcuta, que recibió la invitación del Señor (“Ven, serás mi luz”) y luego, según demuestran sus cartas de dirección espiritual, quedó en esa pobreza y oscuridad durante toda su vida, sin consolaciones especiales ni fenómenos extraordinarios, pero con el deseo profundo de ser para los demás un signo del amor de Jesús.

Es muy estimulante el resumen que se hace de la “Lectio Divina” en el Mensaje final del Sínodo sobre la Palabra: “La tradición ha introducido la práctica de la Lectio Divina, lectura orante en el Espíritu Santo, capaz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la Palabra de Dios sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente. Ésta se abre con la lectura (lectio) del texto que conduce a preguntarnos sobre el conocimiento auténtico de su contenido práctico: ¿qué dice el texto bíblico en sí? Sigue la meditación (meditatio) en la cual la pregunta es: ¿qué nos dice el texto bíblico? De esta manera se llega a la oración (oratio) que supone otra pregunta: ¿qué le decimos al Señor como respuesta a su Palabra? Se concluye con la contemplación (contemplatio) durante la cual asumimos como don de Dios la misma mirada para juzgar la realidad y nos preguntamos: ¿qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor? Frente al lector orante de la Palabra de Dios se levanta idealmente el perfil de María, la madre del Señor, que «conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19; cf. 2, 51), - como dice el texto original griego - encontrando el vínculo profundo que une eventos, actos y cosas, aparentemente desunidas, con el plan divino” (Mensaje al Pueblo de Dios del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios, 24 octubre 2008, n.9, en el apartado III: La Casa de la Palabra: La Iglesia).

Ofrezco una síntesis breve del tema en: El discipulado del sacerdote ministro en la cultura emergente: Culture e Fede (Pont. Cons. deCultura, 18 (2010) 120-125. Para evitar inexactitudes, será útil la lectura de los documentos de la Congregación de la Fe, especialmente los emanados desde el concilio Vaticano II, así como también los documentos de la Comisión Teológica Internacional. Ver de modo especial: (Congregación para la Doctrina de la Fe) Instrucción sobre La vocación eclesial del teólogo (24 de mayo de 1990); Declaración sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, Dominus Jesus (6 agosto 2000). Ver también: (Congregación para la Educación Católica) La formación teológica de los futuros sacerdotes (22 febrero 1976; Enchiridion, nn.1440-1604).

Cf. R. TREMBLAY, Cristologia e identità sacerdotale: Sacrum Ministerium XVI (2010) 19-34 (Atti Convegno Teologico “Fedeltà di Cristo, fedeltà del sacerdote”, 11-12 marzo 2010).

JUAN PABLO II, Discurso en la Asamblea plenaria de la Congregación para la doctrina de la Fe (24 octubre 1997).

(Fuente: XXXIX Encuentro de rectores y formadores dem Seminarios mayores, Madrid, 7 de septiembre 2010)