Imágenes de mi paso por Mozambique
(2002-2012)

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   Hace años me preguntó un amigo a quemarropa: «¿Qué pretendes con tus hojas vocacionales?». Le contesté lacónicamente: «Ensanchar el corazón». Si hubiese tenido más tiempo le habría dicho más. Por ejemplo: «Recordar que Dios sigue llamando». Hoy sigo pensando que las dos respuestas son válidas. Pero la del corazón creo que es mejor.
    Auxilio Vicente Tapia, Hija de Jesús, escribió en 2010 la hoja 459: «Desde Bangladesch». En la presentación ya decía explícitamente: «8 días que ensanchan el corazón». Estas «Imágenes» de ahora también ensanchan el corazón y recuerdan que Dios sigue llamando.

JSV
       Oh!... Mãe África!
       Mãe negra e de coração!
       Teu canto é como a chuva,
       Fecunda este chão
       Teu canto é como o sol!
       Clareia a nação.

        A dança, o gingado, o pandeiro,
       Tambor violão
       O canto, o colar, a pintura 
       A cor é cultura desta nação
       No rosto um sorriso, um axé,
       Um eterno louvor
       O negro é ternura, é raça,
       é obra de arte do Pai Criador

       Em roda celebram a vida
       A fé, o fervor
       Convocam os seus Orixás. 
       São pais e mães, acolhem com amor!
       Nas guerras resistem com sangue,
       com luta e suor.
       Vencendo correntes, canhões, sonhando
       com um mundo Em que não haja dor.

                                                 Lúcia Silva

    Del 19 de octubre al 1 de noviembre he visitado por última vez Mozambique: yo acabo en mayo mi servicio en el gobierno como consejera y, además, Mozambique ha pasado a formar parte de la provincia de Brasil-Caribe. Mi misión en este viaje ha sido acompañar a Sonia Regina, la Provincial de Brasil-Caribe, en su primera visita al continente africano y ayudarla en su primer encuentro con nuestra única comunidad africana en Maputo y Pemba.
Al refrescar con Sonia nuestra corta historia en Mozambique (desde el 2000) y recordar con el corazón mi primer viaje, en el 2002, y los que le han seguido, me he visto envuelta en mil imágenes, palabras, sentimientos. Por eso, sustituyo mi consabido “diario” de los viajes anteriores por lo que a bote pronto me brota, sin orden ni concierto, al evocar mi historia con Mozambique.

1.Estamos aterrizando en Maputo...”

18 de septiembre de 2002. El golpe de calor, el asombro, la zozobra al aterrizar, yo sola, en la capital de Mozambique no lo olvidaré nunca. Un aeropuerto pequeño, pobre, poco limpio, sin nadie que atendiera mi reclamación ante una maleta rota, revuelta; empeñados en que explicara, sin hacerme entender, para qué servían los antibióticos que llevaba tan contenta pensando en las vidas de niños que se podían salvar gracias a ellos. La presencia de Angélica, la H. brasileña que iba a hacer conmigo la visita, y de Lucia, una Consolata portuguesa, en cuya casa nos hospedamos y que habían ido a buscarme, rebajó el tono de mi angustia.
     De camino a casa, las barriadas de chabolas, la dejadez de las casas, abandonadas o sin arreglar, víctimas de los bombardeos de una guerra de 37 años que hacía 10 que había acabado, el muladar ante el Ministerio de Educación, los niños descalzos y a medio vestir, las mujeres erguidas, con baldes en la cabeza, con el niño envuelto en la capulana... Me repetía una y otra vez: “Estoy en África”, “Esto es África” mientras embadurnaba mi cara, mis brazos y piernas con OFF filipino, el mejor repelente de mosquitos que sería mi salvador en todas las visitas que hice después.

19 de septiembre de 2012. ¿Estoy en el aeropuerto de Maputo? Chinos afanosos arrastrando contenedores y caminando nerviosos de acá para allá me dieron la respuesta: estás estrenando el nuevo aeropuerto internacional de Maputo, ¿regalo? de China al pueblo mozambiqueño. Precioso, relumbrante, grande, grande. “Va a salir en avión con destino a Shangai”. ¡Ah! Un país que solo tiene vuelos a su antigua colonia -Portugal- y a sus vecinas Sudáfrica y Tanzania, presume orgullosa de sus vuelos a Shangai y Pekín... ¿A cambio de qué...? Una limpiadora mozambiqueña del aeropuerto me tira del bolso, cuando salgo a toda prisa del servicio porque ya nos han llamado para embarcar, y me dice chapurreando el portugués: ¿No se lava las manos? a la vez que me muestra los aseos con una sonrisa y con un gesto que habla más que las palabras: abre el grifo y sale el chorro de agua; quiere que me lave las manos, que me mire en el espejo, que vea la maravilla que ella limpia. ¡Cómo le gustaría tener en su casa agua fácil, sin tener que acudir al pozo cada día!
     Un recuerdo precioso de Maputo: el 4 de octubre de 1992 se hizo la paz en Mozambique, después de 17 años de guerra fratricida. Y el 4 de octubre del 2002, diez años después, a la vuelta de mi periplo por el norte de Mozambique, buscando lugar para nuestra fundación en el país, pude participar con el pueblo mozambiqueño de ¡10 años de paz! Por las calles y caminos habían ido llegando gentes de toda edad y condición para juntos, gritar por la paz, gozar de la paz, pedir más paz... De la mano autoridades políticas, religiosas, niños y jóvenes, mujeres y hombres... Se palpaba la alegría, la unión y el “cuidado” para protegerla y mimarla. Recordaba lo de S. Pablo “llevamos en vasijas de barro...”. Mi último viaje ha sido también en un aniversario: los 20 años de la paz. Sigue la paz pero... no tan limpia; hay libertad pero... el FRELIMO controla todo; hay progreso pero a cambio de depender de macroproyectos y de venderse a otros...

2. “Tierra roja, hollada por pies descalzos”

     Cuando hago mi maleta para África siempre meto varios pares de calcetines blancos; nunca más vuelven a recuperar su color primero. La tierra roja mozambiqueña se pega al algodón lo mismo que se te pega al corazón el pueblo africano.
      He tenido la suerte de correr por carreteras y, sobre todo, caminos de mala muerte del norte de Mozambique, las regiones de Cabo Delgado, Nampula y Niasa, las más pobres del país, víctimas de una guerra anticolonial y otra fratricida; tierra de los macuas y macondes, éstos, aguerridos, duros y artistas, con una presencia muy fuerte de antiguas misiones cristianas que acompañaron a estas gentes en su despertar a la fe y a una vida mejor, a través de la educación, la sanidad, creando comunidades cristianas.
     Las camionetas Toyota de los misioneros abren caminos donde casi ni lo hay mientras los viajeros saltan dentro con los baches; a veces, hay que bajarse para que con mucho cuidado los coches pasen por puentes de madera ya vieja, con peligro de caer al agua. Los trenes (heredados de los deshechos de Europa) van despacito, a veces, hasta “se cansan” y acaban el recorrido antes de llegar a su fin. En algunas zonas los monos, al borde de la carretera, se distraen con la llegada de los vehículos pero echan a correr, huyendo por una tierra casi de su mismo color. Los que no huyen son los niños: salen gritando de los poblados –una amalgama de pallozas de barro, bambú y capí- descalzos, saltando por piedras picudas sin hacerse daño, y embadurnados con la tierra roja, se acercan a los coches de línea ofreciendo su mercancía: papayas, mangos, bananas, pollo asado comido por las moscas o huevos cocidos pinchados en palos... ¿A dónde mirar? a sus pies, a su ropa, sucia y a jirones, a lo que a toda costa quieren vender... Mis ojos van hasta sus ojos: negros, grandes, brillantes, alegres, muy alegres: quizás sean los ojos de los niños la imagen que tengo más grabada de los miles de imágenes que han contemplado.
     Hoy hay más carreteras. Los chinos las hacen para trasladar hasta el puerto los camiones llenos del “oro negro” de Mozambique: el ébano...  que están robando al pueblo, con engaño. Si algún viandante al borde la carretera, hace autostop pidiendo aliviar su calor y cansancio, subiendo unos kilómetros en la caja del camión, lo aceptan sí, pero... tiene que pagar el precio de cualquier autobús de línea por ir casi empotrada entre troncos.

3. “Desde el amanecer hasta el ocaso...”

     A las 4,30 el sol que despunta ya llama a la vida en esta parte de África. Yo me siento llamada a saludar, primero, al Señor de la creación echando una mirada a mi alrededor: “Alegre la mañana que nos habla de ti. ¡Alegre la mañana!” Solo los pájaros rompen el silencio con su gorjeo y su saltar de rama en rama, hasta que se posan sobre las vallas de bambú: parece que me miran y acompañan mis Laudes. Me doy un paseo por los alrededores de la casa y contemplo los árboles: los grandes mangueiros que ofrecen su sombra en las horas calientes del día, convertidas en aulas o rincón de fiestas; los cajueiros, los papayos; sobre todo, el embondeiro, árbol sagrado de Mozambique...; las gallinas picotean en la tierra buscando su grano, las hormigas gigantes que corren veloces al hormiguero (¿será verdad lo que leí ayer? una mamá africana con su hijo a las costillas seguía el recorrido de las hormigas hacia el hormiguero para hacerse con unos granitos de arroz con que poder amortiguar el llanto de su niño: solo comían una vez cada dos o tres días).
     El paisaje cambia a las 5.30: desde mi “pasarela”, apoyada en la barandilla del porche de nuestra casa, el paisaje se torna humano: mamás con su niño colgado en su cadera, al que apenas se le ven los ojos, van o vuelven del pozo: como columnas, fuertes por dentro y por fuera, llevan con cargo las garrafas o cubos de agua, en la cabeza y las manos; a veces son las niñas las que hacen este oficio; raramente, algún hombre que acompaña a la mujer pero...sin llevar el agua, de simple acompañante; mujeres que llevan sobre su cabeza y espalda el capí para el techo de las pallozas... “Salama, mamá” y se detienen y, si tienen fuerza, echan una mirada sonriente u ofrecen una mano.
     Un enjambre de niños corriendo, con balones hechos de trapos y plástico, con cuadernos o cualquier objeto recogido del suelo, dan la señal: es la hora de ir a la escolhina o a la escuela. Ahora, algunos profesores o chicos mayores vienen ¡con bicicleta! Hay un rincón –aparcamiento- para resguardarlas de posibles movimientos...
      Ante el hospital hay “una sala de espera” improvisada: ante la fachada o los pasillos se agolpan, sobre todo madres con niños pequeños: todos sentados o tirados en el cemento o la tierra: ¡oh madre tierra! (nosotros no entendemos la relación tan entrañable de esta gente con su tierra)
      Junto al pozo, a lo largo de la mañana, las mujeres se liberan de otras cargas: se encuentran, se ayudan a subir los cubos a la cabeza, se cuentan sus historias, ríen, gritan... Es el “reino de las mujeres”. También tienen otros momentos para la comunicación y la vida: cuando muelen el grano o lo seleccionan. ¿Dónde están los varones? ¿En la machamba (huerta)? Un paseo por el poblado a la hora de la comida es interesante: ante las pallozas un grupo de gente que comen, con la mano, en el suelo, de una fuente común: el “comedor” está abierto para el que se acerque a la casa.
      Las puestas de sol son impresionantes; es como si el cielo quisiera hacer un regalo especial a los que carecen de tanto. Y lo mismo las noches de luna llena y estrelladas... Casi las tocas con la mano y sientes que te invitan a arroparte con su manto. Lástima que no está bien visto que mujeres paseen solas por la noche en los poblados y es peligroso tumbarte para contemplar el espectáculo de las alturas.

4. “Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz”.
    
Las misioneras y misioneros

      Aquella noche, recién llegada a Nipepe, casi el “fin del mundo”, ante el asombro que me produjo la pobreza, el aislamiento y la soledad de la misión en que participábamos con sacerdotes, laicos y religiosos de Brasil, le dije a nuestra Hermana, que estaba sola día y noche en la casa, metida en la selva, porque la otra compañera andaba de poblado en poblado acompañando a las comunidades: “De dónde sacas fuerza para soportar y vivir esto”. No me dijo nada pero me invitó: “Ven” y me llevó a la capilla, pequeña, pobre, y mirando al sagrario de ébano, me dijo: “Aquí está mi roca, mi fuerza y mi salvación”: Jesús. La emoción me traicionó y mi silencio hecho oración fue mi respuesta, mientras le daba un abrazo. Luego he comprobado que solo así, encontrando en el Señor el descanso y la fuerza, se puede ser misionero de verdad
      Y es que las misioneras (misioneros conozco pocos aunque me atrevo a generalizar) se toman la vida en serio, muy en serio, hasta exponerse a perderla para ganar, en esa lógica evangélica, tan ilógica para otra gente. Porque unos mueren por la violencia, pero también la malaria, las infecciones y una vida dura, sin casi resquicio para el descanso, mata, va minando las fuerzas. Y eso, sin alharacas, con la sonrisa en los labios, con el amor al pueblo bien entrañado, aunque apenas puedan decir unas frases en macua o maconde, lengua que se les resiste a muchos. Muchas veces no son bien queridos porque les recuerdan a los colonizadores, o los ven como usurpadores del clero y religiosas nativas; o se les acepta por pura necesidad o porque tienen dinero. No importa; ellos no buscan recompensa. Y...siguen ahí, donde otros no quieren estar, en los lugares más pobres y necesitados de los últimos rincones del país. Se han tomado muy en serio lo de Jesús: “Id por todo el mundo y anunciad el evangelio a toda criatura”. Y, para las Hijas de Jesús, lo de la M. Cándida: “Al fin del mundo iría yo en busca de almas”. ¡Gracias, por vuestro testimonio!
      Es curioso, cada vez que he viajado a Mozambique, en el plan de la visita, siempre había un hueco para visitar 2 o 3 comunidades religiosas de las más perdidas por los poblados: las comunidades misioneras se encuentran para las fiestas, para compartir sueños y dificultades, sencillamente para estar un rato y darse aliento de hermanos. No se pasa de largo cuando en los caminos se divisa la casa de la misión: no hace falta llamar para anunciar la visita, ni importa la hora: se va, se entra y allí siempre se encuentra la puerta abierta, la mesa puesta con lo que haya en la casa, a lo mejor solo una jarra y vasos de agua o jugo, pero se comparte porque todo es de todos. Se intercambian noticias, se ríe a pleno pulmón, se comparten dones, noticias, materiales. Realmente son una gran familia: Las de la consolata, las combonianas, las pastorellas, diocesanas, discípulas, Boa Nova, mercedarias etc. La fe en Jesús y el entusiasmo por servirle en el pueblo mozambiqueño las identifica a todas.


5. Agua, fuente de vida

      ¡¡¡Agua!!! Lo grita la tierra reseca la mayor parte del año; lo piden las plantas de la machamba de la misión, medicina del pueblo; lo dicen con alegría desbordante, sobre todo los niños, cuando caen unas gotas de lluvia, quitándose la ropa para que el agua acaricie el cuerpo... Buscar agua al pozo es la tarea con que abren el día las mujeres y las niñas. ¡Pozos! ¡Hágannos pozos! Piden a las ONGs los responsables de las aldeas, las parroquias... Dicen que el agua será causa de guerras en el siglo XXI pero, desde hace tiempo, sigue siendo causa de muerte para los países que sufren la hambruna o las enfermedades producidas por falta de higiene. Se bebe la justa, se usa la justa, se aprovecha (sin ningún reciclaje) la que se utiliza para lavar u otros usos domésticos. Los niños en la escolhina, al lavarse las manitas antes de comer, dejan que caiga el agua en las plantas y flores para no desaprovechar ni una gota. Desde 2002 al abrir el grifo, al beber un vaso de agua, al contemplar la lluvia... me acuerdo de Mozambique, de África. ¡Gracias por el agua! ¡No derrochemos el agua! Si nosotros podemos permitírnoslo, otros, no.

6. Los ritos de iniciación y acogida

      Los tambores y cantos lejanos de vez en cuando interrumpen el sueño en las aldeas: “son los ritos” dice la gente. Yo, desde la cama, me imagino en medio del círculo de familias y amistades que celebran, cantando, bailando y comiendo, la fiesta de tránsito de los adolescentes, desde la niñez a la edad adulta. No he logrado saber exactamente cómo se celebran los ritos de iniciación en Mozambique: hay tantas explicaciones como personas a las que he preguntado: ni la edad, ni el lugar, ni el contenido, ni el significado. Desde los que identifican estos ritos con los de cualquier sociedad occidental (fiesta de los 15 ó 18 años) a los que la reducen a la pura iniciación sexual con varios momentos. Rita (la juniora Hija de Jesús) me da su versión: es una gran fiesta familiar o del gran grupo de amistades, que colaboran sufragando parte del gasto exagerado que supone porque se prolonga durante varios días y noches. El padre o el tío/ la madre instruyen al chico/chica para la edad adulta: cómo comportarse personal y comunitariamente; y los cristianos, como miembros de la comunidad. El resto: aislamiento en el mato, entrega de amuletos, bailes rituales, edad... varía. Yo solo he visto rostros de adolescentes con la cara pintada de blanco, algún amuleto al cuello y he oído el tam, tam de los tambores, acompañado de gritos rituales de alegría, risas contagiosas y canciones en lenguas extrañas. Ah! Algún adolescente cristiano ha acabado su fiesta de la iniciación celebrando la eucaristía con la comunidad.
      Me gustan mucho los ritos de acogida: los de las mujeres: siempre cantando y bailando, inventando canciones de bienvenida con el saludo personal a cada una de los forasteros, a los que invitan al baile, y ofreciéndole la capulana y una panela de amenduin o lo que siembren en su machamba. Y también los de la comunidad de Metoro, con Rita, como anfitriona: invitan a echar en una panela un puñado de harina de mandioca con la que se hará la comida, se bebe una tras otra el agua, rica y nutriente de un coco que se abre delante del huésped; y como final, el rito de vestir a la recién llegada con la capulana y el turbante o tocado a la cabeza. Hay que abrir los ojos y el corazón para captar el sentido de este rito y agradecer una auténtica hospitalidad : “Salama, boas vindas, hoyo, hoyo, salama!

7. Al servicio de la salud

      La gente llama, una y otra vez con insistencia a la puerta de nuestra casa: ¿Irmâ Antonieta? Con frecuencia son mamás con niños enfermos, raquíticos, con pupas; o caminantes, que han recorrido a pie kilómetros para recibir un remedio; o curas o monjas o... que vienen a consultar a esta hermana que cura con sus medicinas naturales, con su método homeopático o bioenergético, pero, sobre todo, con su cariño, su dulzura y su palabra serena que pacifica. Dicen en la comunidad que Antonieta al final del día está muy cansada porque “ha cargado” en su cuerpo con las enfermedades de todos los pacientes. Y, a veces, hasta le salen heridas en las piernas, por donde le sale el mal de los otros que ha hecho suyo. En su centro de la salud no le falta de nada: la huerta con las plantas medicinales y con los árboles frutales; el laboratorio donde se preparan las hierbas, pastillas, jarabes, polvos...; la farmacia con vitrinas llenas de medicamentos y armarios con envases vacíos que le llegan de medio mundo (los pobres todo lo aprovechan); la sala de consultas. No está sola. Antonieta es una maestra y ya está formando quienes continúen su tarea. Manuel, Felisina, Juliana y otros ayudantes, en un trabajo bien organizado.
      Algunos sábados, además, se acoge a los leprosos, que llenan de alegría y de vida el salón del centro en sus días de convivencia.
      Antonieta ha entendido muy bien lo de Jesús: “He venido para que tengan vida...” Y ella entrega día a día, gota a gota, la suya.

8. La parroquia, comunidad de comunidades

      “La mies es mucha pero... los obreros pocos”. El mapa de la parroquia de Metoro está lleno de capillitas: llevan los nombres de las 54 comunidades que la componen: Nacololo, Majera, Silva Macua... Esperan cada 2 meses la visita del “padre”, el cura (y/o la irmâ) como una fiesta grande: podrán celebrar la Eucaristía y confesarse, y recibir la caricia que cura. ¡Cuántos interrogantes provoca en estas tierras la escasez de curas ante laicos, sencillos pero fieles y disponibles para trasmitir su fe y celebrar que Jesús está en medio de ellos!
      Guardo recuerdos de muchas visitas a distintas comunidades, acompañando a Teresa o / y a Fernando: las rutas accidentadas por los duros caminos de tierra, el paisaje de niños y grandes, con ritmo de baile y brazos en alto, acogiendo al que les trae la Palabra, el Perdón, el Banquete de comunión. Las pequeñas capillas, de barro y bambú son la casa común de la comunidad: llenas “hasta la bandera”. El canto, rítmico, sentido, vibrante que, sin entenderlo (cantan en macua o maconde) te incorpora enseguida a la celebración de la Eucaristía. Los adolescentes y jóvenes tocan los instrumentos: desde el tambor que solo tiene ya un trocito de pellejo, al bote sacado de un basurero: sus manos sacan música de cualquier cosa que haga ruido. Los niños, acunados por sus madres entre los pliegues de la capulana, abren sus ojazos negros  o se duermen mientras la madre los alimenta o se distraen probándose las chanclas que las madres se quitan porque en la iglesia hay que descalzarse, en reverencia a Dios. Las mujeres marcan los momentos clave con sus gritos africanos de alegría, de perdón, de súplica, de dolor: todo se expresa en este encuentro de vida. No hay relojes: a la Eucaristía se va sin tiempo: no hay prisa ni para empezar ni para acabar. Hay un clima de interiorización fuerte, donde el silencio habla tanto como las palabras. La gente está atenta a la Palabra: la de la Biblia y también la que llega por boca del cura o del catequista. Nadie se siente extraño porque al forastero lo hacen salir al centro para acogerlo, aplaudirlo e incorporarlo a la fiesta.
      Durante la guerra los catequistas ayudaron a mantener la fe del pueblo, al expulsar a los sacerdotes extranjeros; y ahí siguen, dejando la piel y la ilusión, como saben y pueden, en contagiar el evangelio a su pueblo. ¡Cómo me han impresionado la elección de los líderes comunitarios, la dignidad con que presiden las celebraciones, la pedagogía con que acercan al pueblo la palabra de Dios...! Y ver la estampa de Paulino, padre de familia numerosa, en el pupitre de la escuela de secundaria como alumno aplicado y recorriendo sudoroso en su bicicleta kilómetros y kilómetros para coordinar la catequesis de todas las comunidades dice más que muchas teorías sobre el laicado.
      Los jóvenes son una preocupación para la Iglesia y a ellos dedica mucha ilusión y tiempo. Aparte de los grupos juveniles cristianos, cada año he visto los proyectos que la creatividad juvenil, bajo la dirección de la misión, va dando a luz: centro juvenil para el tiempo libre (de allí parten muchas serenatas nocturnas), carpintería, confección de batiks (tapices africanos), borrachería (taller de repuestos de coches), informática... Ni siquiera la dirección de cada uno de estos proyectos está reservada a los cristianos: aquí, el diálogo interreligioso se hace desde la vida y los jóvenes coordinadores son cristianos o musulmanes, algunos muy fieles a sus costumbres y vestuario; todos ellos sueñan con un futuro muy diferente para la juventud de Metoro.
     También hay proyectos “utópicos”: ¿qué será del proyecto “Milenio” de desarrollo comunitario de “Silva macua”? Al verlo recordaba las reducciones de los jesuitas de Paraguay. La utopía sigue viva aunque los proyectos no siempre sigan adelante por mil razones.
      Cuando se reúne toda la parroquia, para la celebración del crisma o en grandes ocasiones, el campo se hace Iglesia (siguen soñando con una iglesia grande, bonita, acogedora pero la diseñada por Coello, a la entrada de la misión, aún está en esqueleto...), los mangos dan sombra a los cientos de participantes (los cristianos son pocos en una zona de mayoría musulmana); se confunden las voces vibrantes de niños y mayores, con sus mejores galas para la fiesta; y con ramas y tablas se levanta el altar , que se deja en pie hasta que la lluvia lo deshace.

9. Mujeres, generadoras de vida y futuro

     Omnipresentes, minusvaloradas, alma del pueblo.
      Mujeres niñas, que de mañanita, solas, o a las faldas de las mamás, con su cubo a la cabeza empiezan su día ofreciendo agua a los hombres de la familia; o acompañan a los hermanitos pequeños, de la mano o acunados en la capulana; o hacen trencitas o moñitos con el desparpajo de una peluquera; o saltan y brincan en el porche de nuestra casa: Irmâs, Irmâs...: o siguen, como al flautista de Hamelín, a las hermanas visitantes, por las calles del poblado, colgándose de los brazos, pidiendo una foto, ofreciendo la mejilla para el beso; la calle es su casa y allí ensayan, envueltas en el barro del poblado, a ser madres y ser amas de casa: y en el mercado, confundidas con las moscas y las compradoras, recorren los puestos de cashú, pescado seco o capulanas, divirtiéndose con la vidilla del rincón más visitado del poblado...
      Mujeres adolescentes y jóvenes: alegres en pandilla, tímidas cuando van solas; aprendices de mujeres y de madres desde su experiencia de ritos; tantas, madres prematuras a los 13, 15 años: haciendo hueco a su bebé en su cuerpo y en su vida. ¿Con qué sueñan cuando les ríen los ojos? ¿Qué les destroza el corazón cuando su rostro bonito mozambiqueño se vuelve inexpresivo o pregona la tristeza que le coge por dentro? Sus voces, sus cantos, su expresividad ponen alegría en las Eucaristías, las catequesis, los grupos de “vocacionadas”... Algunas hasta sueñan con un futuro imposible: “Irmá, Irmá, yo quiero ser irmá como tú, pero con hombre y muchos hijos...”
      Mujeres madres, esposas: sometidas, en segunda fila, al servicio del varón, traídas y llevadas. A su alrededor, marido, hijos, nietos encuentran el calor y el sostén; aguantan y soportan lo indecible; tantas veces ninguneadas, maltratadas, arrastrando su dolor para curar el de los demás. Su porte denota la dignidad y la fortaleza con que afrontan la vida, en silencio muchas veces, riéndose con cierta ironía de lo que les hiere, para seguir afrontando el futuro: van en silencio con su carga de baldes hasta el pozo pero al llegar allí, se desperezan, se sacuden el polvo de dentro y de fuera y se hacen cómplices unas de otras en animada charla y risas compartidas. La misma complicidad que reflejan en los corros que hacen en el poblado para las tareas de la molienda: moler y cantar mientras pilan el grano.
     No he visto en los poblados mujeres lectoras, catequistas o en otros servicios de la Iglesia. Sí he conocido, admirado y he visto “en su salsa” a mujeres líderes, animando grupos, proyectos (la escolhina “simiente de vida y esperanza”, artesanado, cría de animales...) arengando a las que se tumban, mirando al frente en momentos de duda, alfabetizándose mutuamente en portugués para tener palabra donde les cierran la boca. Están empezando a ver, a tomar conciencia de su situación a despertarse pero necesitan de mucha ayuda aun por la deficiencia de las estructuras, la falta de formación, las zancadillas de los varones o las peleas entre ellas mismas. ¿Cómo lo hacen para seguir siendo alma de la familia y caminar kilómetros hasta Metoro, para reuniones de líderes comunitarios de 2 o 3 días? Se nota cuando quienes ocupan el centro catequético son mujeres: al amanecer ya han limpiado los alrededores, hecho la comida y sentadas en las sillas están hambrientas de saber.
      En las ciudades es distinto: Mamá Guebuza (la mujer del presidente del país) es una líder auténtica, omnipresente en la televisión con propuestas bien trabadas y una palabra que se escucha; en las universidades crece el número de alumnas, hay mujeres en la administración... Hay realizaciones pero queda un largo trecho hasta que la mujer mozambiqueña pueda gastar en favor de su pueblo las grandes potencialidades que tiene: ¡son muchos los dones recibidos! También en este aspecto. ¡África, continente de la esperanza!

10. “... Ir a los pueblos más necesitados de nuestras escuelas...”

      Cuando en el año 2002 el entonces obispo de Pemba, D. Chimoio, nos llevó a Edna y a mí a Metoro, el lugar “que tenía en el corazón” para nosotras, dijo abriendo los brazos y mirando con una sonrisa ancha el terreno grande de la misión, apenas habitado: “ Aquí, aquí, volveremos a tener una escuela que recoja a todos los niños de Metoro” (el gobierno que surgió de la paz había prometido que devolvería poco a poco a la Iglesia las obras que le había arrebatado al expulsar a los portugueses)
      Los primeros años se hicieron lentos esperando el momento de tener esa escuela prometida (solo había una escuela primaria pública) y ansiosas de contribuir a la educación de la niñez y juventud. Al pasear por el poblado y ver una nube de niños y niñas pequeños que brincaban, se revolcaban en la tierra, medio desnudos y sucios, se encendió una lucecita: ¿Por qué no abrir una escolhina (preescolar) para recoger a esos niños y colaborar en su educación: salud, higiene, convivencia, y acercarlos a Jesús: “Dejad que los niños vengan a mí?
     Hoy la escolhina “Girasol” es una delicia y una preciosidad: la originalidad de su construcción, su patio entre mangueiros y papayos, y los juegos hecho de material de reciclaje... Año tras año he pasado ratos preciosos en ella: desde la puerta de nuestra casa me llegan las voces armoniosas de estos meninos que esperan para hacer una demostración de sus habilidades en el pabellón-salón de usos múltiples: “Irmâ Auxilio, seja venvinda...”. Orgullosos de falar en portugués y no en macua , con sus uniformes limpitos y el estómago bien lleno para todo el día (¡qué platos de feijao, arroz y puré de mandioca se comen!) cantan, bailan, todos juntos, por aulas y luego individualmente: un desfile interminable. Este último año dos novedades: el grupo de los mayorcitos hizo un teatro y los aspirantes a pintores se empeñaron en que posara para hacerme u retrato.
      Miriam va logrando la implicación de los educadores, bajo la batuta de Eliseo, el único que tiene algo de formación. Pero crece cada año el grupito de “ayudantes”, a veces alumnos de la escuela que tienen problemas de aprendizaje y que, después de acudir a sus clases de apoyo, comen en la escolhina y se sienten útiles ayudando a servir la comida, enseñando canciones o animando el ambiente familiar y bonito de la escolhina. La ONG “Sole”, de Turín (Italia) sostiene económicamente esta obra preciosa.
      Hace 4 cursos llegó lo tanto tiempo esperado: el gobierno entregó a la misión, no solo la escuela secundaria (una novedad en el poblado) sino la primaria que ya existía: a las 7 de la mañana todo el “campus” se llena de niños, adolescentes, jóvenes y adultos que después de cantar patrióticamente el himno a la bandera con la emoción reflejada en sus rostros, se reparten por aulas y patios. La vida explota en este espacio: son 1800 los alumnos. Ya no es necesario montar improvisadamente aulas bajo los mangueiros, ni sentarse encima de un hormiguero, o llenar el estómago vacío con el mango que cae del árbol encima de las rodillas. Muchos de los alumnos de secundaria tienen que recorrer a diario muchos kilómetros para estudiar aquí y disfrutan con unas aulas nuevas, luminosas, construidas por FASFI (fundación Solidaria de las Hijas de Jesús), gracias a las aportaciones de colegios y gente amiga de España, en donde ha nacido esta fundación. Los alumnos cuidan el terreno de alrededor: una machamba en beneficio de los mismos alumnos. Algunos, para poder seguir pagando los estudios después en la ciudad, dedican parte de su tiempo libre a la artesanía, la fotografía etc., vendiendo sus productos.
      Es muy lento el camino para hacer una escuela en la misión: no siempre es fácil combinar el respeto a lo peculiar de la cultura, el ritmo lento de trabajo, la reticencia ante los “colonizadores” con la exigencia de una disciplina, colaboración y sentido del deber. El gobierno general ayuda, a través de FASFI, en la formación de profesores líderes y muchas veces a los mejores, el gobierno se los lleva de directores a otras escuelas públicas...”Siempre buscando el bien de los prójimos, aunque sobrepasen nuestras propias obras”.
      Pepita, que está dejándose la piel día tras día en dar vida a la escuela, seguro que algún día verá que sus desvelos realmente habrán dado frutos de vida. Ya lo  dijo Jesús: “Si el grano de trigo no muere, no da fruto”.

11. “Tengo escritos sus nombres en mi corazón”. Los que  ya no están

     Son muchos más los que ya no están (en el mundo o en Metoro) pero éstos, con sus nombres y rostros se me han hecho muy  vivos en estos días en Mozambique.
      Mamá Julia: la noticia me dejó parada: “ha muerto mamá Julia; casi de repente”. Estaba yo preparando las copias de unas fotos que le hice el año pasado para llevárselas. La mujer silenciosa, sonriente, la que con su presencia aportaba serenidad y sentido común donde quiera que estuviera. La mujer de fe, testimonio ante mayores y jóvenes: ocupaba su rincón en las celebraciones de la comunidad, de los niños, de los jóvenes. ¡Cómo notan su hueco los grupos de mujeres que tienen su nombre continuamente en los labios!
      Yo también he notado su ausencia este año. Descansa en la paz de Dios, mamá Julia, y sigue irradiando luz y sonrisa desde los brazos del Dios que te ha acogido.
      Javier: le conocí en el 2007. Por la mañana, a diario, llevaba a nuestra comunidad el agua desde el pozo. Me miraba mientras lavaba la ropa. Tímido, silencioso, servicial. Le encantaban las fotos y me esperaba al año siguiente para que se las llevara en papel. La última vez que le vi, hace un año, seleccionaba bambú para las vallas de la misión. No estaba bien y solo respondía, triste, con monosílabos a mis preguntas. Este año, al llegar me lo dijeron: “han matado a Javier. Apareció en su palloza con la cabeza aplastada...”. Un mazazo. Ahora descansa, lejos de toda violencia y dolor, en la casa del Padre.
      Julito: un hombre grande, grande; pleno de vida y de fuerza. Como la gallina a los polluelos, él acogía entre sus brazos a todos los meninos de su clase en la escolinha. Un año, al echarle de menos en visita a los pequeños, me lo dijeron: “No está. Se lo ha llevado la feticheira”. Un modo de decir que el sida lo derrumbó en plena juventud. Desde entonces, cada vez que veo a Eliseo o Domingos jugando al corro con los meninos, siento a Julito, invisible, llevando la batuta.
      Sr. Manuel: detrás de una mesa, esforzándose por escribir con la mano medio comida por la lepra. Sin él la asociación de leprosos ha perdido un puntal. Luchador por los derechos de estos enfermos; animador de los encuentros semanales; incansable en su trabajo: ¡cuántas horas elaborando peticiones: necesitamos un pozo o un cisterna!...; buen amigo de sus amigos: el primer día de volver a Metoro, allí estaba el Sr. Manuel a saludarme y preguntarme por Magdalena. Al apretar su muñón, recordaba a Jesús y su cercanía a los leprosos... Hoy, limpio y resplandeciente, habrá escuchado de Él: “Ven, Manuel, bendito de mi padre, porque tuve sed y procuraste que yo pudiera beber...”
      En mi despedida he añorado la presencia de gente entrañable que conocí en Metoro: D. Chimoio, el obispo capuchino que nos acogió en su diócesis. Viví una semana en 2002 en su casa, que fue realmente nuestra casa: la llenaba con sus risotadas, con su optimismo contagioso: “Irmâ, Irmâ, no hay problema...” y se lanzaba a lo que fuera; le veo con el mandil sobre el hábito franciscano limpiando el polvo de su habitación mientras decía: “Fraile menor, no necesita servidor”; aun siento el vértigo ante sus carreras en el coche para enseñarnos los mil lugares necesitados de su diócesis mendigando nuestra presencia. Por él estamos en Metoro. Hoy es arzobispo de Maputo y no le he vuelto a ver.
      Delfina: Desapareció de Metoro. Dicen que está en Nacala y que allí ha encontrado hombre. No podía vivir sin uno. Me recordaba a la samaritana. Era alegre, muy alegre, y animada y generosa: la primera en bailar, en soltar los gritos de alegría por la visita. Me vienen a la mente muchas anécdotas y escenas de su vida. Pero recuerdo la última: Estaba en el porche con la maleta para salir y llega con un trapo en la mano en el que guardaba algo, lo único que tenía en su casa: un huevo pequeño (no sé de qué); era su regalo de despedida. ¿Por qué me acordé en ese momento de la viuda del óbolo del evangelio? Sólo me dijo: Adiós, irmâ; estoy mejor; la víspera, había llegado febril, a nuestra casa y yo le abrí la puerta: “Estoy con malaria y no me dan ninguna pastilla en el hospital; no hay”. Le di todo el paracetamol que tenía.
      Alberto y Antonio: así, los dos juntos: la vida no les ha sido fácil para estos dos chavales difíciles que provocaron que la comunidad se volcara en ellos hasta hacer lo imposible. En momentos distintos eran como los “niños de las monjas”. Por allí los encontré, primero a Alberto; y después a Antonio. Una mezcla de pícaros y necesitados de cariño.
      La última vez que vi a Antonio fue en el 2010: fue a despedirnos con un trofeo en un palo: una serpiente que había matado y quería regalárnosla. Hoy este niño de la calle está encontrando su camino en uno de los centros para preadolescentes que codirige Tenchu, antigua Hija de Jesús. Su casa y su familia sigue siendo la comunidad de Metoro...
      El año pasado ya no vi ni hablé con Alberto, que solía hacerme bromas y buscaba engañarme medio inocentemente queriendo cambiarme meticales por euros. Apenas llegué a verle por detrás, sin reconocerle, cuando subía la pared del patio de nuestra casa, después de robar repetidas veces lo que encontró en las habitaciones... Hoy está detenido en Ancuabe, a la espera de juicio. Seguimos creyendo y soñando que habrá una oportunidad para Alberto: solo ha empezado a vivir!

12. Pemba

      Recostada en su bahía, bellísima, dicen los mozambiqueños que la 3ª más grande del mundo. Parece que el avión va a aterrizar sobre sus aguas. Se me hizo familiar en los ocho días que pasé en ella en el 2002, huésped del obispo; desde su terraza parece que la bahía se me metía en casa: ¡qué belleza! Luego, todos los años he paseado por sus calles abarrotadas de tenderetes, por el barrio maconde con sus artesanos trabajando el tronco de ébano a las puertas de sus talleres, sentados en el suelo. He pateado la parte baja de la ciudad, la más colonial, el ensanche donde viven muchos religiosos... Hay zonas (restaurantes, playas, bancos) donde predominan los blancos, muchos de ellos cooperantes, en los comercios, indios o chinos. Los africanos, en los mercadillos, donde ahora compiten los productos de la tierra con la ropa y cachivaches chinos, y deambulando por las calles. Meterse por el mercado es perder la conciencia de dónde estás: te aturullan los olores, el calor, las voces pregonando las mercancías, el laberinto de sus callejuelas. Me hice amiga de Alberto, que sueña con venir a España o Italia. ¿Cuál es su negocio? ¿Chi lo sa? De cualquier manera no voy a revelarlo aquí... Hay bancos solo para blancos donde no pueden entrar los del lugar (no creo que la mayoría los visiten) Tienen otros medios de cambiar dinero y otras operaciones...
      Ahora ya tenemos una casa en Pemba, con tres HH: una española, otra dominicana y la tercera brasileña. Muy cerca de la playa (iba a saludar al mar cada mañana) y enfrente de la universidad católica donde ellas trabajan en la Escuela de ética y ciudadanía. En 2002 solo tenía los estudios de turismo; hoy hay más de 15 carreras y se van viendo cada vez más rostros femeninos. No lejos está el hospital. Camino de la catedral (una sencilla iglesia) cada mañana veía a algunas  mujeres de poblados, tumbadas en las aceras cubiertas de basura, donde habían pasado la noche velando a sus enfermos, ya casi semimuertos, sin casi comer ni beber... Al doblar nuestra calle, los policías, que obsequiosos hacían una inclinación de cabeza: nos veían forasteras.
      Siempre he dejado Pemba al atardecer: la puesta de sol es la última imagen que he contemplado al atravesar la pequeña pista de aeropuerto para subir al avión. Con ella me he despedido el día 1 de noviembre de Mozambique. Sonia Regina iba por la pista en silencio; yo cantaba a media voz la canción a la Madre África:

En recuerdo y gratitud a la comunidad de Metoro; las que estuvieron y las que están: Edna, Antonieta, Pepita, Pilar Halcón, Teresa, Pilar de la Puerta, Miriam, Magdalena, Joseilda y Rita.

Auxilio Vicente Tapia, Hija de Jesús

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La obra de la redención no se realiza en el mundo y en el tiempo sin el ministerio de hombres entregados, de hombres que, por su oblación de total caridad humana, realizan el plan de la salvación, de la infinita caridad divina. Esta caridad divina hubiera podido manifestarse por sí sola, salvar directamente. Pero el designio de Dios es distinto; Dios salvará en Cristo a los hombres mediante el servicio de los hombres. El Señor quiso hacer depender la difusión del Evangelio de los obreros del Evangelio.
- PABLO VI