Yo... ¿canónigo?
 
     En septiembre estuve un rato con una familia amiga. Me contaron con pelos y señales su viaje de vacaciones. Largo, lejos. Al contar el mío, corto, cerca, les dije que había estado una semana en casa de un canónigo.
     ¿Un canónigo? ¿Todavía hay canónigos?  ¿Para qué sirven? ¿Qué hacen?... Y Edmundo, el pequeño de la casa: ¿Yo podría ser canónigo? 
     Le dije a Edmundo: Claro, pero antes tienes que aprender a decir misa. 

         He pedido a un canónigo de confianza, que conteste aquellas preguntas, y que explique cómo se las arregló para llegar a ser canónigo. A ver si Edmundo se anima.
JSV

 

I

     Hoy domingo, primer día de la semana, he comenzado mi jornada sacerdotal, con veinte minutos de retraso. La guardia urbana había cerrado, por una carrera popular, algunas calles de la ciudad. Al llegar a la Catedral he encontrado a Jordi. Jordi es un «niño»… de 52 años. Cada domingo me espera y casi siempre me pregunta lo mismo: si irá al cielo y verá a sus padres y a la tieta Montserrat. Hoy me ha comentado feliz que ha acompañado a un canónigo mayor hasta el coro. ¿Quién habrá acompañado a quién? Total que he llegado tarde para el canto de Laudes, la oración de la mañana. Luego la misa, misa solemne, con los otros canónigos. Esta misa es una gozada.
     Un día me dijo un turista: siempre me aburro en la misa, pero hoy, aquí me he sentido como en el cielo. Me acordé de lo que escribía Hans Urs von Balthasar: «Lo primero que captamos del misterio de Dios no suele ser la verdad, sino la belleza».
Por la tarde, inauguración diocesana del Año de la fe en el templo de la Sagrada Familia. ¡La Sagrada Familia de Gaudí! Me he distraído pensando que los que visitan esta maravilla solo ven la cáscara.
     Después de cenar me he regalado una película, basada en una novela de Agatha Christi. Es difícil adivinar quién es el culpable. No puedes perderte ningún detalle. Miss Marple simpática anciana con una agudeza especial para resolver las claves del enigma. Ella sabe más que la policía. Las escenas revelan un cuidado especial para una escenografía maravillosamente bella.


II

     De pequeño, yo jugaba a decir misa. Me resultaba difícil encontrar monaguillo. Solo tengo una hermana. Cuando la convencía, ella hacía las veces de monaguillo. Pero, jamás olvidaba la homilía. Siendo ya sacerdote, una vecina, me recordaba, que, a veces, predicaba a los otros niños de mi calle. Cuando alguien me preguntaba qué quería ser de mayor, respondía con aplomo que quería ser sacerdote. Quería hacer lo que hacía el párroco de mi pueblo, al que recuerdo muchas veces.
     Alguien podría pensar que esto es muy raro. A mí me parece normal. Tengo un amigo que, en su infancia, jugaba a construir casas. Ahora es un gran arquitecto.
         Cuando cumplí once años, el párroco me preguntó: «Joan, què vols ser?». Mi contestación inmediata fue: «Vull anar al Seminari». Este diálogo lo recuerdo como si hubiese tenido lugar ahora mismo.
     El 25 de septiembre entraba en el Seminario Menor, situado en un bello paraje, cercano a la Cartuja de Montalegre, a unos 30 kilómetros de Barcelona. Me acompañaron mis padres. Despedirme de ellos no me fue fácil.
     Tuve que aprender el “rosa-rosae”… Pero el Seminario no era solo un lugar de estudio. Era la casa de mi nueva familia, con muchos hermanos. Allí viví cinco años, regresando a casa para las vacaciones. ¿Años felices? No, muy felices. Conservo un recuerdo precioso y agradecido de mi estancia en el Seminario Menor.
     La entrada en el Seminario Mayor fue un paso importante, que me acercaba a la meta. En el Mayor se estudiaban tres años de Filosofía y cuatro de Teología.
     El estudio filosófico era una buena manera de hacer crecer la inteligencia y una base importantísima para, después, estudiar la Teología.
     Mi período de formación –duró hasta mis veintitrés años- fue magnífico. Agradezco este tiempo en el que pude reírme mucho.
     El estudio de la Teología –cuatro cursos- significaba que se iba acercando la ordenación sacerdotal. En el segundo año se nos admitía en el estado clerical. En el tercero recibíamos las llamadas órdenes menores. En el cuarto se nos confería el subdiaconado y el diaconado. Al acabar el curso, el obispo, procedía a la ordenación sacerdotal.
     Tuvo lugar el 29 de junio, solemnidad de san Pedro y san Pablo, a las nueve de la mañana en la parroquia de Nuestra Señora de Belén, un templo situado en las Ramblas. Recibimos la ordenación sacerdotal quince seminaristas diáconos. En el canto de las letanías de los santos el ordenando estaba postrado. Luego tenía lugar la imposición de las manos del obispo y de los sacerdotes presentes en la ceremonia. El prelado ungía las manos del ordenando con el crisma, bendecido el Jueves Santo. Seguía la imposición de la casulla, la entrega de la patena y del cáliz, la promesa de obediencia al obispo diocesano y a sus sucesores. Era sábado. Sábado de gloria.
     Estuvieron presentes mis padres, mi hermana, mi abuela, mis tíos, mis amigos... Mis seis tíos me regalaron el cáliz de la primera misa, que celebré en Sant Llorenç Savall mi pueblo el día siguiente, mi parroquia, cuyo patrón es san Lorenzo. La homilía de la misa fue pronunciada por Fra Matías Solà, obispo de Colofon capuchino, hijo del pueblo.
     Alguien podría pensar, que estoy hablando de otros tiempos. Solo han transcurrido cuarenta y nueve años.

III

     La catedral de Barcelona está en el centro de la ciudad. La catedral es la iglesia del obispo. Ésta –que es la tercera- se empezó a construir el 3 de mayo de 1289. (La primera fue una basílica paleocristiana del siglo IV. La segunda, visigótica la destruyó Almanzor). La fachada principal se terminó a finales del siglo XIX y la torre principal (el cimborrio) en la primera década del siglo XX. Es de estilo gótico.
     Los canónigos somos los sacerdotes de esta iglesia. Sacerdotes que proclaman la Palabra de Dios, celebran la eucaristía, administran el sacramento del perdón, alababan a Dios cantando por la mañana y al atardecer con los cristianos que se acercan a la casa de su Padre.
     Ahora somos ocho. Deán, arcipreste, penitenciario -el que oficialmente perdona (en nombre de Dios) pecados reservados al obispo-, el de la liturgia, el del canto, el que lleva las cuentas, el de la belleza, que cuida de la conservación del edificio… Actualmente doce son «eméritos».
     Durante las horas de culto la catedral es lo que tiene que ser, para lo que fue construida: lugar privilegiado donde se llama a Dios «Padre». Muchos de los que la visitan como turistas solo ven una obra de arte. Me gusta «enseñar» la catedral. Para que la vean como «casa de Dios». Para hacer que las piedras hablen, para ayudar a descubrir el pretérito amontonado de fe de quienes nos han precedido, santa Eulalia, san Olegario, san Raimundo de Peñafort…
      Así como en Roma hay una iglesia construida sobre los restos de san Pedro, en Barcelona la catedral está construida sobre los de santa Eulalia, su sepulcro, en la cripta en la línea vertical del altar mayor. La bóveda aplanada está dividida en doce arcos que van todos a converger a una gran clave de bóveda central, que representa, la Virgen María con el Niño Jesús que le coloca la diadema del martirio a Santa Eulalia.

Avila

IV

     Si «la vocación es como un itinerario con señales de pista, cada señal lleva a la señal siguiente, sin saber el término definitivo»,  mi camino desde que me hicieron sacerdote  ha sido: aquel verano sacerdote en Argentona. Allí confesé por primera vez. Me impresionó.
     Cuando me preguntan por el ministerio del perdón en mi vida, digo que nunca he dejado de sentir una indecible alegría cuando después del “yo te absuelvo de tus pecados en nombre de Dios” pronuncio «vete en paz». Me siento «pacificador», que es el título que más valoro.
     Santa María de Barberá: gran inmigración. Sufrí, impactado por la necesidad de vivienda de tantas personas. Celebrar la eucaristía en aquella iglesia románica era un oasis.
     Martorell, mucha ciudad para quien había nacido en Sant Llorenç Savall. Allí me sentí sacerdote.
     La frase «sentirse sacerdote» se la oí a un párroco anciano. La dijo entornando los ojos con un rostro de enorme felicidad. Desde entonces la “ensiento” y doy gracias a Dios por ese incomparable regalo.
     Me hice amigo de muchos jóvenes. Tenía una mobilet. Y la usaba. Ahora a veces vienen a verme a la catedral jóvenes…«de entonces». Llegué a dirigir una revista parroquial, que «no estaba mal». Aquellas «escrituras» fueron el preludio de muchas otras posteriores. Si al final de mi vida dijeran de mí que he sido un «catequista», no me disgustaría.

V

      La catedral es «bella» y es «vella». Que es hermosa nadie lo discute. Un edificio con tanta historia y tantos años, requiere un mantenimiento constante. Hace diez, estando un grupo de turistas alemanes, en la plaza de la Catedral, se desprendió una piedra de la fachada. Por suerte cayó a bastante distancia del grupo visitante. Inmediatamente avisamos al Ayuntamiento y se decidió cubrir la fachada principal y parte de los laterales con una lona. Con el compromiso de comprobar les deficiencias del edificio y así sanarlas.
      La sorpresa fue inmensa: se tenía que reparar toda la fachada, las torres y los terrados. Resulta que los elementos más modernos (fachada y torres) estaban sostenidos por hierro. El hierro iba destruyendo la piedra.
      Durante ocho años hemos tenido que rehacer los elementos indicados. Primero, fueron sometidos a un estudio científico serio. Los arquitectos hicieron los planos. Y una empresa especializada en restauraciones puso manos a la obra. La Catedral había sido edificada con piedra de la montaña de Montjuic, pero ahora ya no es posible obtener esa piedra. Por tanto, tuvimos que buscar una pedrera que fuese similar. Total, que la piedra se transportaba desde Escocia. ¿Cómo sostener los elementos? No funcionaron ni las resinas ni el acero inoxidable. Debimos recurrir al titanio, elemento que promete, dicen, larga duración. El trabajo era ímprobo y lento. Muy delicado. Había piedras que no podían aprovecharse, otras se cosían con una barita de carbonio y otras completamente nuevas. Un problema económico enorme. Préstamos a granel. Pero la obra, gracias a Dios, está muy avanzada. Los fieles han ayudado económicamente y hemos tenido que recurrir, sin tocar nada del culto, a abrir la Catedral de la una a las cinco de la tarde y, en este lapso, cobrar una modesta entrada turística.

VI

     Estaba convencido de que mi labor pastoral sería siempre en las parroquias que el obispo me confiara. Pero quien manda, manda. Aquella «promesa de obediencia al obispo diocesano y a sus sucesores», del 29 de junio de 1963 seguía vigente. Al empezar un nuevo curso volví al seminario. Ahora como formador de seminaristas y profesor de Espiritualidad.
     ¡Qué años!  También ellos soñaban con ser sacerdotes un día.
     Yo solía decir: “no nos pongamos nerviosos”, “pensemos antes de actuar”... Antes de las vacaciones de Navidad, representaron «Els Pastorets». Durante la representación uno de los personajes hablaba como yo. ¿Cómo no sonreír, si cuando fui seminarista me «especialicé» en imitar a profesores y superiores?
     Todo buen educador tiene presente el consejo de san Pablo a su discípulo Timoteo (2 Tim 4, 2) y procura cumplirlo. Un día vino a mi despacho el delegado de los alumnos. La entrevista fue correcta, pero protestó por varias cosas que exigíamos a los alumnos. Cuando el delegado se marchó, abrí un cajón de mi escritorio y cogí una libreta en la que estaban anotadas mis quejas a los superiores. ¡Eran casi idénticas! Una lección para toda mi vida.
     El itinerario con señales de pista... otra señal: Secretario Estudios de la Facultad de Teología y Profesor.  Tuve que hacer el Doctorado, algo que nunca había entrado en mi imaginación. Cuando empezaron a llamarme Doctor siempre pensaba que hablaban a otro.
     Durante esta etapa fui capellán de un colegio parroquial. Una de las experiencias importantes de mi vida. La escuela siempre ha sido para mí un polo de atracción. Allí no daba clase. También me encargaba de la formación del profesorado. Viví momentos espirituales muy intensos. Y aprendí muchas lecciones de los chicos y chicas. He escrito recientemente una colección de anécdotas escolares.

VII

      En septiembre de 1986 el cardenal Jubany me llamó a su despacho. Me preguntó si aceptaría ser canónigo de la Catedral. Le recordé mi promesa del día de San Pedro y San Pablo de 1963. Cuando estudiaba teología con otros seminaristas venía los domingos a la catedral para asegurar el canto gregoriano. Me nombró canónigo penitenciario. Hace ocho años los compañeros me eligieron Deán-Presidente. Sin dejar de dar clase, sin dejar de escribir, libros incluso. El mejor regalo para mi madre era llevarle el primer ejemplar. Ahora, desde que ella está Arriba cada vez que publico uno nuevo voy a la capilla de la Mare de Déu de la Alegría, patrona de mi Seminario, y se lo ofrezco a las dos. Testigo el Cardenal que me hizo canónigo, enterrado allí. Curiosamente alguien hace que allí sobre la lápida a ras de suelo siempre haya unas flores recientes.

VIII

     Como todas las catedrales, la nuestra tiene un claustro. Se accede a él por una puerta románica, sin duda de la catedral antigua. En el centro hay una fuente. En la parte alta de la fuente, que tiene una roca, está la estatua de san Jorge. Para la fiesta de Corpus esta fuente se adorna con flores y el surtidor, con la presión del agua, mantiene levantado un huevo. El conjunto parece una custodia. Los ciudadanos de Barcelona visitan el «ou com balla». Por el estanque se mueven unas ocas. Trece. ¿13 ocas? Corresponden a la edad de santa Eulalia cuando fue martirizada. Ofrecen un verdadero espectáculo y si las fotografían tienen un “pose” especial. Siempre es bello observar la mirada de los niños pequeños a las ocas. Las miran con rostro embelesado.

IX

     A Edmundo y a sus padres:
     He intentado contestar con sencillez a sus preguntas. Si vienen a Barcelona me encantaría enseñarles la catedral, donde yo trabajo. No solo el claustro con las trece ocas. Y si se quedasen a la eucaristía, mucho mejor.
     Edmundo: lo que te dijo J.S.V.: «antes tienes que aprender a decir misa», es verdad.
     Date prisa. Yo ya no soy joven, pero esperaré a que tú celebres tu primera misa. Incluso me ofrezco, aunque no sea obispo como Fra Matías Solá, a predicar la homilía. Te prometo que no se dormirán.

Joan Guiteras

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La obra de la redención no se realiza en el mundo y en el tiempo sin el ministerio de hombres entregados, de hombres que, por su oblación de total caridad humana, realizan el plan de la salvación, de la infinita caridad divina. Esta caridad divina hubiera podido manifestarse por sí sola, salvar directamente. Pero el designio de Dios es distinto; Dios salvará en Cristo a los hombres mediante el servicio de los hombres. El Señor quiso hacer depender la difusión del Evangelio de los obreros del Evangelio. - PABLO VI