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CONCLUSIÓN Y
EXHORTACIÓN
22. Este sagrado Concilio, aun teniendo presente los gozos de
la vida sacerdotal, no puede olvidar las dificultades en que
se ven los presbíteros en las actuales circunstancias
de la vida de hoy. Sabe también cuánto se transforman
las condiciones económicas y sociales e incluso las costumbres
humanas, y cuánto se muda el orden de valores en el aprecio
de los hombres; por lo cual los ministros de la Iglesia, e incluso
muchas veces los fieles cristianos, se sienten en este mundo
como ajenos a él, buscando angustiosamente los medios
idóneos y las palabras para poder comunicar con él.
Porque los nuevos impedimentos que obstaculizan la fe, la aparente
esterilidad del trabajo realizado, y la acerba soledad que sienten
pueden ponerles en peligro de que decaigan sus ánimos.
Pero Dios amó de tal forma al mundo, cual hoy se confía
al amor y al ministerio de los presbíteros de la Iglesia,
que dio por él a su Hijo Unigénito[155]. En efecto,
este mundo, dominado, es cierto, por muchos pecados, pero dotado
también de no pequeñas facultades, ofrece a la
Iglesia piedras vivas [156], que se estructuran para morada de
Dios en el Espíritu [157]. El mismo Espíritu santo,
mientras impulsa a la Iglesia a abrir nuevos caminos para llegar
al mundo de este tiempo, sugiere también y alienta las
convenientes acomodaciones del ministerio sacerdotal.
Recuerden los presbíteros que nunca están solos
en su trabajo, sino sostenidos por la virtud todopoderosa de
Dios: y creyendo en Cristo, que los llamó a participar
de su sacerdocio, entréguense con toda confianza a su
ministerio, sabedores de que Dios es poderoso para aumentar
en ellos la caridad [158]. Recuerden también que tienen
como cooperadores a sus hermanos en el sacerdocio, más
aún, a todos los fieles del mundo. Porque todos los presbíteros
cooperan en la consecución del plan salutífero
de Dios, es decir, en el misterio de Cristo o sacramento oculto
desde hace siglos en Dios [159], que no se lleva a efecto más
que poco a poco, esforzándose de consuno todos los ministerios
para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que se
complete la medida de su tiempo. Estando todo escondido con
Cristo en Dios [160], puede percibirse, sobre todo, por la fe.
Y es necesario que los guías del pueblo de Dios caminen
por la fe, siguiendo el ejemplo de Abraham el fiel, que por
la fe "obedeció y salió hacia la tierra que
había de recibir en herencia, pero sin saber adónde
iba" (Heb 11, 8). En efecto, el dispensador de los misterios
de Dios puede compararse al hombre que siembre en un campo,
del que dijo el Señor: "Y ya duerma, ya vele, de
noche y de día, la semilla germina y crece, sin que él
sepa cómo" (Mc 4, 27).
Por lo demás, el Señor Jesús, que dijo:
"Confiad, yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33), no
prometió a su Iglesia con estas palabras una victoria
completa en este mundo. Pero se goza el sagrado Concilio porque
la tierra, repleta de la semilla del evangelio, fructifica ahora
en muchos lugares bajo la guía del Espíritu del
Señor, que llena el orbe de la tierra, y que excitó
en los corazones de muchos sacerdotes y fieles el espíritu
verdaderamente misional. De todo ello el sagrado Concilio da
amantísimamente las gracias a todos los presbíteros
del mundo: "Y al que es poderoso para hacer que copiosamente
abundemos más de lo que pedimos o pensamos, en virtud
del poder que actúa en nosotros, a él sea la gloria en
la Iglesia y en Cristo Jesús" (Ef 3, 20-21).
Todas y cada una de las cosas de este Decreto fueron del agrado
de los padres del sacrosanto Concilio. Y Nos, con la Apostólica
autoridad conferida por Cristo, juntamente con los Venerables
padres, en el Espíritu santo, las aprobamos, decretamos
y establecemos y mandamos que, decretadas sinodalmente, sean
promulgadas para gloria de Dios.
Roma, en san Pedro, día 7 de diciembre de 1965.
Yo, PABLO, obispo de la Iglesia Católica
NOTAS:
[155] Cf. Jn 3,
16.
[156] Cf. 1 Pe 2, 5.
[157] Cf. Ef 2, 22.
[158] Cf. Pont. Rom., "De Ordinatione Presbyteri".
[159] Cf. Ef 3, 9.
[160] Cf. Col 3, 3.
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