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PRIMERA PARTE
LA SITUACION VOCACIONAL
EUROPEA HOY
«La mies es mucha,
pero los obreros pocos» (Mt 9,37)
Esta primera parte constituye una mirada sapiencial sobre Europa,
consciente de su complejidad cultural, en la que parece predominar
un modelo antropológico de«hombre sin vocación». La nueva evangelización debe reanunciar el sentido
fuerte de la vida como«vocación», en su
fundamental llamada a la santidad, recreando una cultura favorable
a las distintas vocaciones y apta para promover un verdadero
salto cualitativo en la pastoral vocacional.
«Nuevas vocaciones para una nueva Europa»
10. El tema del Congreso («Nuevas vocaciones para una
nueva Europa») incide directamente en el meollo del problema:
hoy, en una Europa nueva respecto al pasado, hay necesidad de
vocaciones igualmente«nuevas». Es necesario explicar
esta afirmación para comprender el sentido de esta novedad,
y sacar de ella la relación con la pastoral «tradicional
» de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
No nos limitaremos, por lo tanto, a exponer la situación
y a ofrecer datos, sino que procuraremos indicar en qué
dirección va la novedad y la necesidad de vocaciones
que de ella se derivan.
Al mismo tiempo, leeremos la situación que se limita
al presente, partiendo de la exclamación de Jesús
ante la misión que le esperaba: «La mies es mucha,
pero los trabajadores pocos» (Mt 9,37). Estas palabras
continúan siendo válidas y constituyen una preciosa
clave para la lectura de la actualidad. De alguna manera encontramos
en ellas la exacta medida de nuestro trabajo y la justa proporción
(o desproporción) entre una mies que siempre sobreabundará
y nuestras pocas fuerzas. Evitando toda interpretación
pesimista del presente, como también toda hipotética
autosuficiencia para el mañana.
Nueva Europa
11. Ya el documento de trabajo presentó un cuadro de
la situación europea sobre la problemática vocacional
fuertemente marcado por elementos novedosos. Aquí los
resumimos apenas, según el análisis que hizo de
ellos el Congreso mismo, tratando de recoger los más
significativos, destinados a orientar por largo tiempo la mentalidad
y la sensibilidad juveniles y, por tanto, también la
praxis pastoral y las estrategias vocacionales.
a) Una Europa diversificada y compleja
Ante todo un hecho se da por descontado: es prácticamente
imposible reflejar de modo único y permanente la situación
europea, por lo que concierne a la situación juvenil
y a las inevitables repercusiones vocacionales. Estamos ante
una Europa diversificada, resultante de los diversos acontecimientos
histórico-políticos (ver la diferencia entre Este
y Oeste), y también de la pluralidad de tradiciones y
culturas (greco-latina, anglosajona y eslava).
Todo ello, sin embargo, constituye también su riqueza
y hace significativa, en contextos diversos, experiencias y
opciones. Así, si en los países de la parte oriental
se presenta el problema de cómo administrar la libertad
recuperada, en los de la parte occidental se nos pregunta sobre
cómo vivir la auténtica libertad.
Tal heterogeneidad es también ratificada por el desarrollo
de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, no sólo
por la diferencia existente entre el florecimiento vocacional
de la Europa oriental y la crisis generalizada que invade el
occidente, sino porque en lo profundo de tal crisis hay signos
de recuperación vocacional, particularmente en aquellas
Iglesias en las que la labor posconciliar asidua y constante
ha abierto un surco profundo y eficaz (5).
Si, pues, en oriente es necesario poner en marcha una verdadera
pastoral orgánica al servicio de la promoción
vocacional, desde la animación a la formación,
sobre todo, de las vocaciones, en Occidente es indispensable
una atención diferente. Aquí se debe preguntar
sobre la real consistencia teológica y sobre la orientación
aplicativa de ciertos proyectos vocacionales, sobre el concepto
de vocación que está en la base y sobre el tipo
de vocaciones que se derivan de él. En el Congreso se
oyó insistentemente la pregunta: «¿Por
qué determinadas teologías o praxis vocacionales
no producen vocaciones, mientras que otras sí las producen?» (6).
Otro aspecto caracteriza la actualidad socio-cultural europea:
la abundancia de posibilidades, de ocasiones, de solicitudes,
frente a la carencia de enfoques, de propuestas, de proyectos.
Es como un último contraste que aumenta el grado de complejidad
de este tiempo histórico, con recaída negativa
en el plano vocacional. Como la Roma antigua, la Europa moderna
se asemeja a un panteón, a un gran«templo»
en el que todas las«divinidades» tienen cabida,
o en los que cada«valor» tiene su puesto y su
hornacina.
« Valores» diversos y contrarios están presentes
y coexisten, sin una jerarquización precisa; códigos
de lectura y de valoración, de orientación y de
comportamiento totalmente diferentes unos de otros.
Resulta difícil, en tal contexto, tener un concepto o
una visión del mundo unitarios, y llega a ser, por tanto,
débil también la capacidad proyectiva de la vida.
Cuando una cultura, en efecto, no define ya las supremas posibilidades
de significado, o no logra la convergencia en torno a algunos
valores como particularmente capaces para dar sentido a la vida,
sino que pone todo al mismo plano, pierde toda posibilidad de
opción proyectiva y todo llega a ser indiferente y sin
importancia.
b) Los jóvenes y Europa
Los jóvenes europeos viven en esta cultura pluralista
y ambivalente, «politeísta» y neutra. Por
un lado, buscan apasionadamente autenticidad, afecto, relaciones
personales, amplitud de horizontes; y por otro, se sienten fundamentalmente
solos,«heridos» por el bienestar, engañados
por las ideologías, confusos por la desorientación
ética.
Y todavía:«de muchos sectores del mundo juvenil
se resalta una clara simpatía por la vida entendida como
valor absoluto, sagrado...» (7), pero, a menudo y en muchas
partes de Europa tal apertura respecto a la existencia se ve
contrarrestada por políticas no respetuosas del derecho
a la vida misma, sobre todo, para los más débiles.
Políticas que arriesgan hacer al«viejo continente
» más viejo todavía. Si, por tanto, por
un lado estos jóvenes constituyen un capital apreciable
para la Europa de hoy, que sobre ellos apuesta grandemente para
construir su futuro, por otro no siempre las expectativas juveniles
son acogidas con coherencia por el mundo de los adultos o por
los responsables de la sociedad civil.
Como quiera que sea, dos aspectos nos parecen de capital importancia
para comprender la actitud actual de los jóvenes: la
reivindicación de la subjetividad y el deseo de libertad.
Son dos instancias dignas de atención y típicamente
humanas. A menudo, sin embargo, en una cultura débil
y compleja como la actual, dan lugar —al encontrarse— a combinaciones que deforman el significado de las mismas: la
subjetividad se convierte entonces en subjetivismo, mientras
que la libertad degenera en arbitrariedad.
En tal contexto, merece que se preste atención a la relación
que los jóvenes europeos establecen con la Iglesia. El
Congreso dice con valentía y realismo en una de sus Proposiciones
finales:«Los jóvenes con frecuencia no ven en
la Iglesia el objeto de su búsqueda, ni el lugar de respuesta
a sus interrogantes y expectativas. Se resalta que no es Dios
el problema, sino la Iglesia. La Iglesia es consciente de su
dificultad en comunicar con los jóvenes, de la carencia
de auténticos planes pastorales..., de la debilidad teológico-antropológica
de ciertas catequesis. En un amplio sector de jóvenes
perdura el temor a que una experiencia en la Iglesia coarte
su libertad» (8), mientras que para otros muchos la Iglesia
permanece o está llegando a ser el más autorizado
punto de referencia.
c) «Hombre sin vocación»
Este juego de contrastes se refleja inevitablemente en el plano
de proyectar el futuro, que es visto —por parte de los
jóvenes— en una óptica consecuente, limitada
a las propias ideas, en función de intereses estrictamente
personales (la autorrealización).
Es una lógica que reduce el futuro a la elección
de una profesión, a la situación económica
o a la satisfacción sentimental-afectiva, dentro de horizontes
que de hecho reducen la voluntad de libertad y las posibilidades
de la persona a proyectos limitados, con la ilusión de
ser libres.
Son opciones sin ninguna apertura al misterio y al trascendente,
y quizá también con escasa responsabilidad respecto
a la vida, propia y ajena, de la vida recibida como don y para
transmitir a otros. Es, en otras palabras, una sensibilidad
y mentalidad que corren el peligro de diseñar una especie
de cultura antivocacional. Que es tanto como decir que, en la
Europa culturalmente compleja y privada de precisos puntos de
referencia, semejante a un gran panteón, el modelo antropológico
prevalente fuese el del«hombre sin vocación».
He aquí una posible descripción de éstos:
«Una cultura pluralista y compleja tiende a producir
jóvenes con una identidad imperfecta y frágil
con la consiguiente indecisión crónica frente
a la opción vocacional. Muchos jóvenes ni siquiera
conocen la«gramática elemental» de la
existencia, son nómadas: circulan sin pararse a nivel
geográfico, afectivo, cultural, religioso;«ellos
lo intentan». En medio de la gran cantidad de informaciones,
pero faltos de formación, aparecen distraídos,
con pocas referencias y pocos modelos. Por esto tienen miedo
de su porvenir, experimentan desasosiego ante compromisos definitivos
y se preguntan acerca de su existencia. Si por una parte buscan,
a toda costa, autonomía e independencia, por otra, como
refugio, tienden a ser dependientes del ambiente socio-cultural
y a conseguir la gratificación inmediata de los sentidos:
de aquello que «me va», de lo que «me hace
sentirme bien» en un mundo afectivo hecho a medida» (9).
Produce una inmensa pena encontrar jóvenes, incluso inteligentes
y dotados, en los que parece haberse extinguido la voluntad
de vivir, de creer en algo, de tender hacia objetivos grandes,
de esperar en un mundo que puede llegar a ser mejor también
gracias a su esfuerzo. Son jóvenes que parecen sentirse
superfluos en el juego o en el drama de la vida, como
dimisionarios en relación con ella, extraviados a lo
largo de senderos truncados y aplanados en los niveles mínimos
de la tensión vital. Sin vocación, pero también
sin futuro, o con un futuro que, todo lo más, será una fotocopia del presente.
d) La vocación de Europa
No obstante, esta Europa de muchas almas y de cultura tan débil
(pero que todavía se impone con fuerza) da señales
de poseer energías insospechadas, está más
viva que nunca y llamada a desempeñar un rol importante
en el contexto mundial.
Nunca como en este momento, el viejo continente, no obstante
muestre todavía las heridas de recientes conflictos y
de contraposiciones también violentas en su interior,
ha sentido fuerte la llamada a la unidad. Una unidad que todavía
se debe construir, a pesar de que se hayan abatido algunos muros,
y que deberá extenderse a toda Europa y a quien en ella
pide hospitalidad y acogida. Unidad que no podrá ser
sólo política o económica, sino también
y, ante todo, espiritual y moral. Unidad, además, que
deberá superar viejos rencores y antiguos recelos, y
que podría encontrar precisamente en las primitivas raíces
cristianas un motivo de convergencia y una garantía de
entendimiento. Unidad que incumbe realizar, consolidar y acabar
especialmente a la actual generación juvenil, del Oeste
al Este, del Norte al Sur, defendiéndola de cualquier
tentación contraria de aislamiento y de encerramiento
en sus propios intereses, y proponiéndola al mundo entero
como ejemplo de serena convivencia en la diferencia.
¿Serán capaces estos jóvenes de asumir
una tal responsabilidad ?
Si es cierto que el joven de hoy corre el peligro de estar desorientado
y de encontrarse sin un preciso punto de referencia, la«
nueva Europa» que está naciendo podría
llegar a ser una meta y ofrecer un adecuado estímulo
a los jóvenes que, en realidad,«tienen nostalgia
de libertad y buscan la verdad, la espiritualidad, la autenticidad,
la propia originalidad personal y la transparencia, que juntos
tienen deseos de amistad y de reciprocidad», que buscan
«compañía» y quieren «construir
una nueva sociedad, fundada en valores tales como la paz, la
justicia, el respeto del medio ambiente, la atención
a las discrepancias, la solidaridad, el voluntariado y la igual
dignidad de la mujer» (10).
En último análisis, los más recientes estudios
presentan a los jóvenes europeos como desorientados,
mas no desesperados; impregnados de relativismo ético,
pero también deseosos de vivir una«vida buena
»; conscientes de su necesidad de salvación, aunque
sin saber dónde buscarla.
Su problema más grave es probablemente la sociedad éticamente
neutra en la que les ha tocado vivir, pero cuyos recursos no
se han agotado. Especialmente en un tiempo de transición
hacia nuevas metas como el nuestro. De ello dan fe tantos jóvenes
animados por una sincera búsqueda de espiritualidad,
valientemente comprometidos en lo social, confiados en sí mismos y en los otros y comunicadores de esperanza y de optimismo.
Nosotros creemos que estos jóvenes, a pesar de las contradicciones
y del«peso» de un cierto ambiente cultural, pueden
construir esta nueva Europa. En la vocación de su madre-tierra
se trasluce también su propia vocación.
Nueva evangelización
12. Todo esto abre nuevos caminos y requiere nuevo impulso al
mismo proceso de evangelización de la vieja y nueva Europa.
Hace tiempo que la Iglesia y el actual Pontífice vienen
pidiendo una profunda renovación de los contenidos y
del método del anuncio del evangelio, «para hacer
a la Iglesia del siglo XX siempre más idónea para
anunciar el evangelio a la humanidad del siglo XX» (11).
Y como nos recordó el Congreso, «no hay que tener
miedo de vivir en una época de paso de una orilla a la
otra» (12).
a) El «semper» y el «novum»
Se trata de unir el«semper» y el«novum
» del evangelio para ofrecerlo a las nuevas exigencias
y condiciones del hombre y de la mujer de hoy. Es, pues, urgente
proponer de nuevo el núcleo o centro del kerigma como
«noticia perennemente buena», rica de vida y de
sentido para el joven que vive en Europa, como anuncio capaz
de dar respuestas a sus expectativas y guiar su búsqueda.
En torno a estos puntos se concentran especialmente la tensión
y el desafío. De esto dependen la imagen de hombre que
se quiere construir y las grandes decisiones de la vida, el
futuro de la persona y de la humanidad; el significado de la
libertad y la relación entre subjetividad y objetividad,
el misterio de la vida y de la muerte, el amar y el sufrir,
el trabajo y el descanso.
Es preciso aclarar la conexión entre praxis y verdad,
entre momento histórico personal y futuro definitivo
universal o entre bien recibido y bien dado, entre conocimiento
del don y opción de vida. Somos conscientes de que precisamente
en torno a estos puntos gira también una cierta crisis
de significado, de la que derivan, por tanto, una cultura antivocacional
y una imagen de hombre sin vocación. Por consiguiente,
de aquí debe partir o aquí debe arribar el camino
de la nueva evangelización, para evangelizar la vida
y el significado de la vida, la exigencia de libertad y de subjetividad,
el sentido del propio ser en el mundo y del relacionarse con
los otros.
De aquí podrá emerger una cultura vocacional y
un modelo de hombre abierto a la llamada. Para que a una Europa,
que va cambiando en profundidad su imagen, no le llegue a faltar
la buena noticia de la pascua del Señor, en cuya sangre
los pueblos dispersos se han reunido y los alejados se han aproximado,
«destruyendo el muro de enemistad que los separaba»
(Ef 2,14). O mejor, podemos decir que la vocación es
el corazón mismo de la nueva evangelización en
los umbrales del tercer milenio, es la llamada de Dios al hombre
para un tiempo nuevo de verdad y libertad, y para una nueva
construcción ética de la cultura y de la sociedad
europeas.
b) Nueva santidad
En este proceso de inculturación de la buena nueva, la
palabra de Dios se hace compañera de viaje del hombre
y le sale al encuentro a lo largo de los caminos para revelarle
el designio del Padre como condición para su felicidad.
Y es exactamente la Palabra extraída de la carta de Pablo
a los cristianos de la Iglesia de Efeso, la que nos guía
también hoy a nosotros, pueblo de Dios en Europa, a descubrir
cuanto quizá no es inmediatamente visible a primera vista,
pero que es evento, es donación, es vida nueva:«Así, pues, ya no sois extraños ni forasteros,
antes bien, sois conciudadanos de los santos y familiares de
Dios» (Ef 2,19).
No es, evidentemente, palabra nueva, pero es palabra que hace
ver de un modo nuevo la realidad de la Iglesia del viejo continente,
que está lejos de ser«Iglesia vieja».
Es comunidad de creyentes llamados a la«juventud de
la santidad», a la vocación universal a la santidad,
subrayada con fuerza por el Concilio (13) y reafirmada, en diversas
ocasiones, por el Magisterio subsiguiente.
Es tiempo, ahora, de que aquella llamada adquiera fuerza y llegue
a todo creyente,«a fin de que alcancéis a comprender
juntamente con todos los santos cuál sea la anchura y
la longitud, la altura y la profundidad» (Ef 3,18) del
misterio de gracia confiado a la propia vida.
Es tiempo, ahora, de que aquella llamada suscite nuevos modelos
de santidad, porque Europa tiene necesidad, sobre todo, de la
santidad que el momento exige, original por tanto y, en algún
modo, sin precedentes.
Se necesitan personas, capaces de«echar puentes»
para unir cada vez más a las Iglesias y a los pueblos
de Europa y para reconciliar los espíritus.
Son precisos«padres» y«madres»
abiertos a la vida y al don de la vida; esposos y esposas que
testimonien y celebren la belleza del amor humano bendecido
por Dios; personas capaces de diálogo y de«caridad
cultural» para transmitir el mensaje cristiano mediante
los lenguajes de nuestra sociedad; profesionales y personas
sencillas capaces de imprimir al compromiso en la vida civil
y a las relaciones de trabajo y amistad, la transparencia de
la verdad y la fuerza de la caridad cristiana; mujeres que descubran
en la fe cristiana la posibilidad de vivir plenamente su condición
femenina; sacerdotes de corazón grande, como el del Buen
pastor; diáconos permanentes que anuncien la Palabra
y la libertad del servicio para con los más pobres; apóstoles
consagrados, capaces de sumergirse en el mundo y en la historia
con corazón contemplativo, y místicos tan familiarizados
con el misterio de Dios como para saber celebrar la experiencia
de lo divino y hacer ver a Dios presente en la vorágine
de la acción.
Europa necesita nuevos confesores de la fe y del gozo de creer,
testigos que sean creyentes creíbles, valientes hasta
la sangre, vírgenes que no sean tales sólo para
sí mismas, sino que sepan decir a todos que la virginidad
reside en el corazón de cada uno y reenvía inmediatamente
al Eterno, manantial de todo amor.
Nuestra tierra está ávida no sólo de personas
santas, sino de comunidades santas, de tal forma enamoradas
de la Iglesia y del mundo que sepan presentar al mundo mismo
una Iglesia libre, abierta, dinámica, presente en la
historia diaria de Europa, cercana a los sufrimientos de la
gente, acogedora con todos, promotora de la justicia, solícita
para con los pobres, no preocupada por su minoría numérica
ni por las barreras puestas a su acción, no asustada
por el clima de descristianización social (real pero
quizá no tan radical ni generalizado), ni de la escasez
(a menudo sólo aparente) de los resultados.
¡Será ésta la nueva santidad capaz de reevangelizar
a Europa y de construir la nueva Europa!
Nuevas vocaciones
13. Se impone, en este momento, un razonamiento nuevo sobre
la vocación y sobre las vocaciones, sobre la cultura
y sobre la pastoral vocacional. El Congreso ha creído
percibir una cierta sensibilidad, ya largamente extendida respecto
a estos temas, proponiendo, sin embargo, al mismo tiempo, una
«sacudida» adecuada para abrir tiempos nuevos
en nuestras Iglesias (14).
a) Vocación y vocaciones
Como la santidad es para todos los bautizados en Cristo, así
también existe una vocación específica
para todo viviente; y así como la primera tiene su fundamento
en el bautismo, la segunda está vinculada al simple hecho
de existir. La vocación es el pensamiento providente
del creador sobre cada criatura, es su idea-proyecto, como un
sueño que está en el corazón de Dios, porque
ama vivamente la criatura. Dios-Padre lo quiere distinto y específico
para cada viviente.
El ser humano, en efecto, es«llamado» a la vida
y al venir a la vida, lleva y encuentra en sí la imagen
de aquél que le ha llamado.
Vocación es propuesta divina a realizarse según
esta imagen, y es única-singular-irrepetible precisamente
porque tal imagen es inagotable. Toda criatura significa y es
llamada a manifestar un aspecto particular del pensamiento de
Dios. Ahí encuentra su nombre y su identidad; afirma
y pone a seguro su libertad y su originalidad.
Si, pues, todo ser humano tiene su propia vocación desde
el momento de su nacimiento, existen en la Iglesia y en el mundo
diversas vocaciones que, mientras en el plano teológico
manifiestan la imagen divina impresa en el hombre, a nivel pastoral-eclesial
responden a las varias exigencias de la nueva evangelización,
enriqueciendo la dinámica y la comunión eclesial:
«La Iglesia particular es como un jardín florido,
con gran variedad de dones y carismas, funciones y ministerios.
De aquí la importancia del testimonio de la comunión
entre ellos, abandonando todo espíritu de competencia» (15).
Más aún, se dijo explícitamente al Congreso,
«hay necesidad de apertura a los nuevos carismas y ministerios,
sin duda distintos de los habituales. La valoración y
el puesto de los seglares es un signo de los tiempos que, en
parte, está todavía por descubrir y que se está
manifestando cada vez más fructífero» (16).
b) Cultura de la vocación
Estos elementos están penetrando progresivamente la conciencia
de los creyentes, pero no todavía hasta el punto de crear
una verdadera y propia cultura vocacional (17), capaz de traspasar
los confines de la comunidad creyente. Por esto el santo Padre,
en su Discurso a los participantes al Congreso les desea que
la constante y paciente atención de la comunidad cristiana
al misterio de la llamada divina promueva una«nueva
cultura vocacional en los jóvenes y en las familias» (18).
Ella es una componente de la nueva evangelización. Es
cultura de la vida y de la apertura a la vida, del significado
del existir, pero también del morir.
En especial hace referencia a valores un tanto olvidados por
cierta mentalidad emergente («cultura de la muerte»,
según algunos), tales como, la gratitud, la aceptación
del misterio, el sentido de lo imperfecto del hombre y, a la
vez, de su apertura a lo trascendente, la disponibilidad a dejarse
llamar por otro (o por Otro) y preguntar por la vida, la confianza
en sí mismo y en el prójimo, la libertad de turbarse
ante el don recibido, el afecto, la comprensión, el perdón,
admitiendo que aquello que se ha recibido es inmerecido y sobrepasa
la propia capacidad, y fuente de responsabilidad hacia la vida.
También forma parte de esta cultura vocacional la capacidad
de soñar y anhelar, el asombro que permite apreciar la
belleza y elegirla por su valor intrínseco, porque hace
bella y auténtica la vida, el altruismo que no es sólo
solidaridad de emergencia, sino que nace del descubrimiento
de la dignidad de cualquier ser humano.
A la cultura del ocio, que corre el peligro de perder de vista
y anular los interrogantes serios en el montón de palabras,
y se opone una cultura capaz de encontrar valor y gusto por
las grandes cuestiones, las que atañen al propio futuro:
son las grandes preguntas, en efecto, las que hacen grandes
las pequeñas respuestas. Pero son precisamente las pequeñas
y cotidianas respuestas las que provocan las grandes decisiones,
como la de la fe; o que crean cultura, como la de la vocación.
En todo caso, la cultura vocacional, en cuanto conjunto de valores,
debe pasar cada vez más de la conciencia eclesial a la
civil, del conocimiento de lo particular o de la comunidad a
la convicción universal de no poder construir ningún
futuro, para la Europa del 2000, sobre un modelo de hombre sin
vocación. En efecto, dice el Papa:«La crisis
que atraviesa el mundo juvenil revela, incluso en las nuevas
generaciones, apremiantes interrogantes sobre el sentido de
la vida, confirmando el hecho de que nada ni nadie puede ahogar
en el hombre la búsqueda de sentido y el deseo de encontrar
la verdad. Para muchos éste es el campo en el que se
plantea la búsqueda de la vocación» (19).
Precisamente esta pregunta y este deseo hacen nacer una auténtica
cultura de la vocación; y si pregunta y deseo están
en el corazón del hombre, también de quien los
rechaza, entonces esta cultura podría llegar a ser una
especie de terreno común donde la conciencia creyente
encuentra la conciencia seglar y se confronta con ella. A ésta
dará con generosidad y transparencia la sabiduría
que ha recibido de lo Alto.
De esta forma dicha nueva cultura será verdadero y propio
terreno de evangelización, donde podría nacer
un nuevo modelo de hombre y florecer también una nueva
santidad y nuevas vocaciones para la Europa del 2000. La escasez,
en efecto, de vocaciones específicas —las vocaciones
en plural— es, sobre todo, carencia de conciencia vocacional
de la vida —la vocación en particular—, o
bien, carencia de cultura de la vocación.
Esta cultura llega a ser hoy, probablemente, el primer objetivo
de la pastoral vocacional (20) o, quizá, de la pastoral
en general. ¿Qué pastoral es, en efecto, aquella
que no cultiva la libertad de sentirse llamados por Dios, ni
produce cambio de vida?
c) Pastoral de las vocaciones: el «salto de calidad»
Hay otro elemento que une entre sí la reflexión
del pre-congreso con el análisis del congreso. Es el
conocimiento de que el congreso de las vocaciones se encuentra
ante la exigencia de un cambio radical, de un«»impacto
» idóneo», según el documento de
trabajo (21), o de«un salto de calidad», como
el Papa recomendó en su Discurso al final del Congreso (22).
Todavía una vez más nos encontramos ante una convergencia
evidente que ha de comprenderse en su significado auténtico,
en este análisis de la situación que estamos proponiendo.
No se trata sólo de una invitación a reaccionar
ante una sensación de cansancio o de desaliento por los
escasos resultados; ni con estas palabras se pretende incitar
a renovar simplemente ciertos métodos o a recuperar energía
y entusiasmo, sino que, substancialmente se quiere indicar que
la pastoral vocacional en Europa ha llegado a una articulación
histórica, a un paso decisivo. Existe una historia, con
una prehistoria, seguida de fases que se han sucedido lentamente
a los largo de estos años, como estaciones naturales,
y que ahora deben necesariamente avanzar hacia el estado«adulto» y maduro de la pastoral vocacional.
Por tanto, no se trata ni de subestimar el sentido de este paso,
ni de culpar a nadie por lo que se haya hecho en el pasado;
al contrario, nuestro propósito y el de toda la Iglesia
es de sincero reconocimiento a aquellos hermanos y hermanas
que, en condiciones verdaderamente difíciles, han ayudado
con generosidad a tantos adolescentes a buscar y encontrar la
propia vocación. De todas formas, en cualquier caso,
se trata de comprender de una vez la orientación que
Dios, Señor de la historia, está dando a nuestra
historia, también a la rica historia de las vocaciones
en Europa, hoy ante una encrucijada decisiva.
* Si la pastoral de las vocaciones nació como emergencia
debida a una situación de crisis e indigencia vocacional,
hoy ya no se puede pensar con la misma incertidumbre y motivada
por una coyuntura negativa; al contrario, aparece como expresión
estable y coherente de la maternidad de la Iglesia, abierta
al designio inescrutable de Dios, que siempre engendra vida
en ella;
* si en un tiempo la promoción vocacional se orientaba
exclusiva y principalmente a algunas vocaciones, ahora se debería
dirigir cada vez más a la promoción de todas la
vocaciones, porque en la Iglesia de Dios o se crece juntos o
no crece ninguno;
* si en sus comienzos la pastoral vocacional trataba de
circunscribir su campo de acción a algunas categorías
de personas («los nuestros», los más próximos
a los ambientes de Iglesia, o a aquellos que parecían
manifestar inmediatamente un cierto interés, los más
buenos y estimados, los que habían hecho ya una opción
de fe, etc.), ahora se siente cada vez más la necesidad
de extender con valor a todos, al menos en teoría, el
anuncio y la propuesta vocacionales, en nombre de aquel Dios
que no hace acepción de personas, que elige a pecadores
en un pueblo de pecadores, que hace de Amós, que no era
hijo de profeta sino tan solo recogedor de sicómoros,
un profeta, que llama a Leví, y entra en la casa de Zaqueo,
que es capaz de hacer nacer incluso de las piedras hijos de
Abraham (cf. Mt 3,9);
* si anteriormente la actividad vocacional nacía
en buena parte del miedo (a la desaparición, a la disminución)
y de la pretensión de mantener determinados niveles de
presencia o de obras, ahora el miedo, siempre pésimo
consejero, cede el puesto a la esperanza cristiana, que nace
de la fe y se proyecta hacia la novedad y el futuro de Dios;
* si una cierta animación vocacional es, o era,
perennemente insegura y tímida, casi hasta aparecer en
condiciones de inferioridad respecto a una cultura antivocacional,
hoy hace auténtica promoción vocacional sólo
quien está animado por la convicción de que toda
persona, sin excluir a ninguna, es un don original de Dios que
espera ser descubierto;
* si el fin, un tiempo, parecía ser el reclutamiento,
o el método de propaganda, a menudo con resultados obtenidos
forzando la libertad del individuo o con episodios de«
competencia», ahora debe ser cada vez más claro
que el fin es la ayuda a la persona para que sepa discernir
el designio de Dios sobre su vida para la edificación
de la Iglesia, y reconozca y realice en sí misma su propia
verdad (23);
* si en época aún no muy lejana había
quien se engañaba creyendo resolver la crisis vocacional
con opciones discutibles, por ejemplo«importando vocaciones
» de allende las fronteras (a menudo desarraigándolas
de su ambiente), hoy nadie debería engañarse con
resolver la crisis vocacional vagando de un lado a otro, porque
el Señor continúa llamando en cada Iglesia y en
cada lugar;
* e igualmente, en la misma línea, el«cirineo
vocacional», solícito y a menudo improvisador
solitario, debería cada vez más pasar de una animación
hecha con iniciativas y experiencias episódicas a una
educación vocacional que se inspire en la seguridad de
un método de acompañamiento comprobado para poder
prestar una ayuda apropiada a quien está en búsqueda;
* en consecuencia, el mismo animador vocacional debería
llegar a ser cada vez más educador en la fe y formador
de vocaciones, y la animación vocacional llegar a ser
siempre más acción coral (24), de toda la comunidad,
religiosa o parroquial, de todo el instituto o de toda la diócesis,
de cada presbítero o consagradoa o creyente, y para todas
las vocaciones en cada fase de la vida;
* es tiempo, por fin, de que se pase decididamente de
la«patología del cansancio» (25) y de la
resignación, que se justifica atribuyendo a la actual
generación juvenil la causa única de la crisis
vocacional, al valor de hacerse los interrogantes oportunos
y ver los eventuales errores y fallos a fin de llegar a un ardiente
nuevo impulso creativo de testimonio.
d) Pequeño rebaño y misión grande (26)
Será la coherencia con la que se proceda en esta línea
la que ayudará cada vez más a descubrir la dignidad
de la pastoral vocacional y su natural posición de centralidad
y síntesis en el ámbito pastoral.
También aquí venimos de experiencias y concepciones
que han arriesgado marginar, en algún modo, en el pasado,
la misma pastoral de las vocaciones, considerándola como
menos importante. Ella, tal vez, presenta un rostro no convincente
de la Iglesia actual o es considerada como un sector de la pastoral
teológicamente menos fundamentado que otros, consecuencia
reciente de una situación crítica y contingente.
La pastoral vocacional vive, quizá, todavía en
una situación de inferioridad, que, si por un lado puede
dañar su imagen e indirectamente la eficacia de su acción,
por otro puede llegar a ser también un contexto favorable
para trazar y experimentar con creatividad y libertad —libertad
incluso para equivocarse— nuevos caminos pastorales.
Sobre todo dicha situación puede recordar aquella otra
«inferioridad» o pobreza de la que hablaba Jesús
mirando al gentío que le seguía:«La mies
es mucha, pero los obreros pocos» (Mt 9,37). Frente a
la mies del reino de Dios, frente a la mies de la nueva Europa
y de la nueva evangelización, los«obreros»
son y serán siempre pocos,«pequeño rebaño
y misión grande», para que resalte siempre más
que la vocación es iniciativa de Dios, don del Padre,
Hijo y Espíritu santo.
NOTAS:
(5) Cf. IL, 18.
(6) Cf. Proposiciones conclusivas del Congreso Europeo sobre
las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, n. 8. Dicho
texto será citada como Proposiciones.
(7) IL, 32.
(8) Proposiciones, 7.
(9) Proposiciones, 3.
(10) Proposiciones, 4.
(11) Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 2. También, Juan
Pablo II, Christifideles laici, 33-34, y Redemptoris missio,
33-34.
(12) Proposiciones, 19.
(13) Lumen gentium, 32; 39-42 (cap. V).
(14) IL, 6.
(15) Proposiciones, 16.
(16) Proposiciones, 19.
(17) La«cultura vocacional» fue el tema del mensaje
pontificio para la XXX Jornada mundial de oración por
las vocaciones, celebrada el 2V1993 (cf.«L'Osservatore
Romano», 18-XII-1992; cf. también, Congregación
para la educación católica P.O.V.E., Messaggi
Pontifici per la Giornata mondiale di preghiera per le vocazioni,
Roma 1994, 241-245).
(18) Juan Pablo II, Discurso a los participantes al Congreso
sobre las vocaciones en Europa, en«L'Osservatore Romano
», 11-V1-997, 4.
(19) Ibid.
(20) Proposiciones, 12.
(21) IL, 6.
(22) Discurso del santo Padre, en«L'Osservatore Romano
», 11-V1-997.
(23) Cf. Proposiciones, 20.
(24) Cf. Juan Pablo II, Vita consecrata, 64.
(25) IL, 85.
(26) Una expresión análoga usa el Documento conclusivo
del II Congreso internacional de obispos y otros responsables
de las vocaciones eclesiásticas, cf. Desarrollo, 3.
Será citado con las siglas DC (documento conclusivo).
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