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     He preguntado al portero de mi casa qué programa tiene para este año, y me ha mirado extrañado.
     He interrogado al conserje de la universidad por su programa para este curso, y me ha mirado extrañado.
     Y a las señoras que barren los pasillos y quitan el polvo, cuando lo quitan, y me han mirado extrañadas.
     Y al gallego, uniformado con su vistosa visera, que cobra propinas en mi calle cuando los pobres que tienen coche tratan de aparcar, y me ha mirado extrañado...
     Parece que para este año el programa de estos artistas será el mismo que el del año pasado, porque su quehacer era bueno. Y sigue siéndolo. Eso sí, perseverarán. No dirán lo de gutta cavat lapidem porque han superado lo de decir latines, pero seguirán practicándolo.
     ¿Cuál es el programa de la madre que acaba de tener su tercer hijo? Los hijos —el tercero, el segundo, el primero— necesitan caricias, atención, presencia, besos, leche, pan, sonrisas... Los hijos de hoy y de siempre. Y las madres siguen hoy con su idéntico programa de amor.

     Cuando el maître le preguntó a Eugenio D'Ors si le servía unos entremeses variados, saltó rápido: «No, amigo, sin variar, que los de ayer eran muy buenos»