PADRENUESTRO volver al indice
 

     Hace unas semanas fui de excursión con un grupo de casi-maestros. Veintitantos kilómetros a pie, no es mucho. Tampoco es poco.
     Íbamos a oxigenarnos, paso a paso, huelgo a huelgo. Íbamos a ver. Porque se aprende pedagogía en los libros pero sobre todo en la vida.
     Comimos, cerca del pueblo, junto a una fuente.
     Por la tarde nos acercamos a la escuela. A ver.
     El maestro nos esperaba. Los niños, también. Sabían lo de nuestra visita y buscaban con los ojos al que había sido maestro de su maestro.
     Mientras los casi-maestros salían a fuera con el maestro para hablar de educación, me quedé con los muchachos. Yo también iba a repasar pedagogía a través de los ojos de los críos. ¿Cómo? Contándoles historias. Las nuevas técnicas didácticas dirán lo que quieran, pero cuando uno empieza diciendo «Había una vez... » no hay crío que se resista.
     Les conté mi último viaje a Huánuco. ¿A qué niño no le encanta saber lo que se ve desde el avión, lo que se siente al subir y al bajar, cuánta gente cabe dentro, si echan cine...?
     Luego vinieron las preguntas: en qué países había estado, si al pasar el ecuador se ve algo especial, cómo son los Andes...
     Pero muy pronto empezaron a preguntarme otras cosas: si yo era sacerdote, cuántos años tenía al ir al seminario, cuántas misas había dicho, qué se notaba al hacer la misa...
     Me extrañó, de veras, este tipo de preguntas y la insistencia sobre qué se nota cuando se va para sacerdote.
     Al despedirme, se lo dije al maestro.
     «Mire, en este pueblo no hay sacerdote desde hace un par de años. Los domingos viene a decir misa uno de fuera. Pero siempre con prisa. Y esto es malo.
     Yo leí hace tiempo que las mujeres de un pueblo de Italia, que tampoco tenía sacerdote, empezaron a rezar por las vocaciones con fe y constancia, y a los pocos años el pueblo se convirtió en un semillero de vocaciones sacerdotales y religiosas.
     Propuse a los muchachos rezar cada día un padrenuestro con esta intención. Y lo hacemos. Sencillamente.
     ¿No cree que Dios tiene que escuchar las voces de sus hijos?»

* * *

     Ayer vinieron a verme tres jóvenes, jóvenes seminaristas. Regresaban de vacaciones y me traían, de parte de su antiguo maestro, como obsequio, una bolsa de nueces.
     Recordamos mi visita a la escuela.
     —Usted parecía más alto, y no tenía canas. (Ellos eran entonces unos críos aún).
     Ahora estudian teología. Pronto en la torre del pueblo ondearán banderas blancas, de cantamisa.
     Después de irse, me he dado cuenta que lo de las nueces era una excusa del maestro para que vinieran a verme. Éste era el verdadero regalo.
     Luego dirán algunos que rezar el padrenuestro no sirve.