MONASTERIO volver al indice
 

     ¿Quién no ha intentado alguna vez darse una vuelta por un monasterio?
     No pocos en plan turista penetran a veces en el claustro y algunas dependencias más o menos históricas, más o menos artísticas, oyen las explicaciones que no explican casi nada que un guía que no guía pronuncia, y ¡a la calle!
     Pero la vida de un monasterio, igual que la vida de un hogar, no son las paredes, sino el amor, el calor, los sueños y añoranzas, los ojos, el alma sobre todo, de las personas que lo integran.
     Thomas Merton, que sabía bastante bien lo que era un monasterio trapense, lo describe así:

     Suele ser un lugar tranquilo y apartado, donde una comunidad de sesenta u ochenta hombres se entrega a una vida, a la par enérgica y silenciosa, consagrada por entero a Dios. Es una vida de plegaria y penitencia, de liturgia, de estudio y de trabajo manual.
     La vida, físicamente, es dura, pero la compensación de tal dureza es la paz interior. En todo caso, uno se acostumbra pronto a los rigores y descubre que, a fin de cuentas, no lo son tanto. Normalmente, siete horas de sueño bastan. La dieta de los monjes es muy sencilla, pero suficiente, de ordinario, para mantener a un hombre en buena salud durante muchos años. Tradicionalmente los monjes mueren en edad avanzada. Uno se acostumbra pronto a dormir sobre pajas y tablas.
     La vida, por lo general, es muy sosegada. En el monasterio normal, el silencio es algo que lo invade todo, que penetra hasta las mismas piedras, saturando de él a los hombres que viven allí.
     En las tareas agrícolas está el sostén de los monjes, y de ordinario todos ellos han de trabajar al aire libre cinco o seis horas al día. Cuando no están trabajando, o en el coro, los monjes destinan su tiempo a la lectura, la meditación y la oración mental. Se da por hecho que toda la jornada debe ser una continua oración, en la que el monje ha de permanecer unido a Dios a través de todas sus ocupaciones. Tal es el propósito verdadero de la vida monacal: un estado más o menos continuo de simple oración y de unión con Dios, que varía en intensidad según los diferentes momentos de la jornada; que determina el ritmo propio y particular de la vida de cada individuo; y que de continuo pone el alma del monje bajo la directa e íntima influencia de la acción de Dios.