MAR I volver al indice
 

     Aun los de tierra de secano, por mucha alergia que le tengan al agua, si son cristianos han de confesar que el mar es consustancial en su vida.
     Por el mar y sus orillas anduvo con «pies de mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la salvación» el Maestro.
     El evangelio si tiene un telón de fondo geográfico es el del mar de Galilea.
Sin ese mar, sus barcas y pescadores, nos resultaría imposible entender innumerables páginas de Mateo y Marcos, de Lucas y Juan.

     —¿De qué color eran los ojos de los apóstoles?
     —Los de Pedro y Andrés, los de Santiago y Juan, azules, sin ningún género de duda.


     Es verdad que el Maestro al marcharse se quedó entre nosotros al escondite del pan.
     Pero cuando quiso abrirnos el apetito de la eucaristía, no sólo multiplicó el pan, multiplicó también los peces (Jn 6, 1-12).
     Y el último recuerdo que Juan nos ofrece del Señor, antes de examinar de amor a Pedro, está enmarcado entre barcas y redes, peces y pan, junto al mar de Tiberíades.