LAVELLE volver al indice
 

     Yo también «según pasan los años noto que leo más y leo menos. Menos libros y más despacio. Algunos libros los releo cada año».
     Uno de los libros que repaso con frecuencia es el titulado Cuatro santos de Louis Lavelle.
     Conocía a Lavelle como filósofo. Pero nunca imaginé que un filósofo fuese capaz de «perder el tiempo» escribiendo sobre san Francisco de Asís, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús y san Francisco de Sales.
     Escribe sobre cada uno de ellos, pero antes dedica casi cincuenta páginas a hablar de la santidad. He aquí un fragmento:

     «Los santos están entre nosotros. Pero no siempre logramos reconocerlos. No creemos que puedan habitar esta tierra. Pensamos que todos la abandonaron. Los invocamos como si todos se hallasen en el cielo y sólo nos fuese posible esperar de ellos gracias invisibles y sobrenaturales.
     Sin embargo, el santo no es un espíritu puro. Ningún signo exterior lo distingue del transeúnte sobre el que fijamos nuestra mirada. Y, en apariencia, su vida se asemeja a la de todos los hombres.
     Se le ve preocupado por la labor que le ha sido confiada y de la que jamás parece apartarse. No rechaza nada de lo que se le propone. Está presente a todos y cada uno de una manera espontánea y natural que simplemente ensancha la sociedad que formamos con nosotros mismos.
     Contra lo que se cree, no se ve que renuncie a la naturaleza, o que los defectos de carácter estén en él vencidos y abolidos. Puede ser violento y colérico. Permanece sujeto a las pasiones. No piensa, como tantos hombres, en disimularlas. Y el verlo entregarse a veces a ellas, es una especie de escándalo que nos aparta de considerarlo santo y nos inclina a menudo a ponernos por encima de él.
     Puede decirse, sin duda, que mortifica esas pasiones, pero ellas son una condición, un elemento de su misma santidad. Pues la propia santidad es una pasión o, si nos choca la palabra, una pasión convertida.
     En la pasión hay una fuerza que la santidad necesita para desatarse del prejuicio y de la costumbre. Y la pasión echa siempre sus raíces en el cuerpo, es ella quien lo solivianta y lo lleva más allá de sí mismo.
     No hay nada más bello que ver ese fuego que se alimenta de los materiales más impuros y cuya llama, en el ápice, produce tanta luz».

     Lector, no disimules mirando a izquierda o derecha. Lavelle está hablando de ti.