KAFKA volver al indice
 

     Hace años, cuando estudiaba literatura, creía que los autores eran monolíticos: malos, nefastos, corrosivos, unos; buenos, santificantes, otros.
     Ahora disfruto descubriendo grietas en unos, y destellos o torrentes de luz en las imaginadas negruras.

     ¿Cómo no estremecerse de ternura al leer este diálogo entre Kafka (al que, tonto de mí, consideraba de angustia maciza e irrompible) y un joven de 17 años, llamado Janouck:

     K: La juventud es feliz, porque tiene la capacidad de ver la belleza.
     J: Entonces, ¿la vejez excluye toda posibilidad de ser feliz?
     K: No, es la felicidad la que excluye la vejez. (Inclinó la cabeza sonriendo, como si quisiese ocultarla entre sus cargados hombros). Quien conserva la capacidad de ver la belleza no envejece.

     Suyas son también estas observaciones: «Cuando se comprende plenamente la vida no se siente angustia ante la muerte. La angustia ante la muerte sólo es fruto de una vida malograda».
     «Tras las hojas muertas que zumban a nuestro alrededor hay que descubrir ya el follaje joven y fresco de la primavera Basta con tener paciencia y aguardar».

     Kafka murió de una tuberculosis en la laringe, que le impedía beber y hablar. Se comunicaba a través de pequeñas fichas: «Dale vino a la enfermera con más frecuencia», «Poner las flores en una copa. Las de debajo están demasiado apretadas en el jarrón».
     Su último mensaje escrito decía sencillamente: «Hacia las profundidades, hacia el puerto profundo».
     No, no se me ocurre decir que Kafka fuese un santo. Pero sí que dijo y escribió cosas que a mí me ayudan a ser bueno.