INEFABLE volver al indice
 

     «¡Qué inefable!», repetía como muletilla en medio de una cháchara incansable, inoportuna e inaguantable.
     Estábamos visitando un monasterio.
     Al ya abominable contrasentido de avanzar en rebaño, apresuradamente, con las explicaciones que no explican casi nada que un guía que no guía pronuncia, se sumó la atosigante incontinencia verbal de una señora imposible.
     Hasta que al llegar al claustro un joven que venía a mi lado acabó por hartarse y le dijo con contenida ira: «Señora, ¿sabe qué quiere decir "inefable"? Indecible, que no se puede decir. Así que si esto es inefable, cállese».

     Hay enfermos que serían perfectos si no consintiesen en la tentadora tentación de contar y recontar obsesivamente sus dolores con pelos y señales. El dolor es inefable.
     Y qué finura la de quienes después de un viaje, en medio de una pena, tras un triunfo, acallando su justificada curiosidad, te cogen sencillamente de la mano y caminan en silencio a la par contigo.