HOJALDRE volver al indice
 

     La próxima vez que vaya a Barcelona iré a visitar a Sor Micaela. A ella y sus mesnadas.
     El argumento de Sor Micaela para que vaya se basa en que tiene unas cuantas novicias mexicanas que se pondrán contentas porque saben que visito México con frecuencia.
     Se tratará de una plática («conversación; acto de hablar una o varias personas con otra u otras», según el primer significado de la palabra señalado por la Real Academia, que es el usado en México). Les contaré que la última vez que estuve en Michoacán me obsequiaron con unos hojaldres exquisitos. Y que ellas, de novicias ahora y luego de religiosas, han de ser como un hojaldre.

     «La pensión era un piso pequeño que daba a un patio interior, oscuro y todo lleno de fresqueras con agujeritos. También había, de ventana en ventana, y en todos los pisos, alambres para colgar la ropa. Y cuando coincidía que todos los vecinos colgaban sus sábanas a la vez, quedaba el patio tan espeso de láminas, del suelo al cielo, como un hojaldre. Entonces sí que llegaba la luz abajo, porque las sábanas más altas la tomaban del sol, la que venía resbalando por el tejado y pasaban el reflejo a las del penúltimo piso; éstas a su vez se la daban a las del antepenúltimo. Y así venía cayendo la luz, de sábana en sábana, tan complicadamente, por todo el ámbito del patio, suave y no sin trabajo, hasta el entresuelo. ¡Cómo se dejaba engañar la luz por las sábanas y, entrando en las primeras, no podía ya salirse del resbaladero y se iba de tumbo en tumbo, corno por una trampa, hasta el fondo, tan a disgusto, por aquel patio sucio, estrecho y gris!».
     (Supongo que desconocen ellas este también exquisito texto de Rafael Sánchez Ferlosio).

     Ser hojaldre luminoso de la verdadera Luz, es el oficio de todo religioso.