GRACIA volver al indice
 

     Gracia, regalo, don. Tres palabras, tres vestidos de una misma realidad, que los niños viven sin entender y que a las «personas mayores» les cuesta mucho vivir.
     Hace poco, mientras leía una entrevista con un sabio teólogo, me sentí transportado a la tarde de invierno en que la señorita trataba de meternos a presión la definición de «gracia» que traía el catecismo. Cuando por fin logramos repetir impecablemente un par de veces la fórmula, vino el regalo del recreo.
     Ahora, muchos años después, experimenté la alegría del recreo cuando leí:

     El hombre sólo es tal cuando sabe que todo «lo debe», pero sin deber nada porque todo lo tiene como don, como gracia, como maravilla injustificada: como un paisaje asombroso que no es obra tuya ni de tu buena vista, sino que te lo encuentras, te es dado y está ahí para que lo veas sin que tengas que pagar nada por verlo. O como la ternura de una mujer, que se te da porque se te da, no porque «la has conquistado» o porque ella está necesitada y frustrada. O la sonrisa de un niño que, por más hijo tuyo que sea, aquella sonrisa no es obra tuya; es un regalo de la vida y ahí está su gracia.

     Cuando alguien me pregunte por la gracia de la vocación trataré de recordarle estas palabras.
     Claro que si no se hace como niño... no sabrá qué es el recreo.