GATO volver al indice
 

     «Mamífero carnicero, doméstico, de cabeza redonda, lengua muy áspera, patas cortas, con cinco dedos en las extremidades anteriores y cuatro en las posteriores, armados de uñas Fuertes, agudas, y que el animal puede sacar o esconder a voluntad».
     Que no, que no, señores de la Real Academia de la Lengua. No estoy de acuerdo con esa descripción. ¿Será porque ustedes viven y habrán vivido siempre en una ciudad?
     ¿Saben ustedes que las casas de mi pueblo todas tenían gateras? ¿Que teníamos en casa, cuando yo era muy pequeño, un gatito al que un carro le aplastó una pata y al que mi madre cuidó con cariño hasta que se rehizo y me seguía siempre por todas partes cojeando? Color café claro, con rayas blancas. Mi pueblo, la felicidad de mi infancia, sin gatos resulta imposible de imaginar. Y, en confianza, no me imagino el cielo sin gatos.
     A lo que iba: ¿cómo puede ser verdad lo que dicen ustedes, si una de las mejores oraciones que conozco es pedirle a Dios que nos conceda «alma de gato»?
     Los chicos de mi pueblo sabíamos todos que los gatos, cuando se les arroja, de la altura que sea, de la manera que sea, siempre caen de pie.
     Nunca lo he hecho, ni pienso hacerlo, pero más de una vez en misa, durante la oración de los fieles, se me ha ocurrido dirigirle a Dios esta invocación: «Para que caigamos siempre de pie en la vida, concédenos alma de gato, Señor».
     Seguro que Él, que era de pueblo, la entendería. Y sonreiría.