EVARISTA volver al indice
 

     Lleva muchos años sirviendo la comida a los huéspedes del convento, arreglándoles la habitación.
     Lo hace discreta, sencilla, amorosamente.
     Habla poco. Sonríe, sí, pero sin sonrisa profidén.
     Al acercarse Navidad le pregunté por su apellido. Quería enviarle una postal con los versos de J. M. Valverde, titulados De una vida de santo, sobre todo por la estrofa:
        «Cuantos le hablaban, le olvidaban
        en seguida, para quedar
        sin darse cuenta otro poco
        más alegres, más en paz»
     
      Y por aquella otra:
        «Sin pensarlo mucho, rezaba
        con costumbre de olvido ya,
        confiaba y se distraía
        en la vida y su zumbar».

     Dijo que el apellido no hacía falta, porque «en esta su casa no hay ninguna otra Evarista».
     Y era verdad.
     Sus hermanas jóvenes, casi todas universitarias, precisan nombre y apellido para que se las distinga.
     Ella, no.
     En aquella casa la única «muy agradable» —que esto significa «Evarista»: eu (muy) y arestós (agradable)— es ella.
     No traté de explicarle el significado de su nombre. Las violetas desconocen la fragancia de su perfume.